martes, 20 de marzo de 2018

¿Qué es Lo Real?, ¿qué es la Realidad?


¿Qué es Lo Real?, ¿qué es la Realidad?

            El existir es ahora. Si el existir no existiera ahora no podríamos decir esto mismo que estamos manifestando. Esto es obvio y así, con independencia de que estemos soñando o despiertos, cuerdos o locos, interpretando bien o interpretando mal. Este instante está sucediendo y eso nadie lo puede negar, porque incluso si lo negara lo estaría afirmando y corroborando. No nos podemos escapar a esta evidencia por mucho que nos empeñemos en ello. Existimos. Este instante existe, es.
            Ahora bien, en este existir se pueden distinguir dos planos bien definidos, y decimos esto porque por poco que nos fijemos nos daremos cuenta enseguida de que hay por una parte un movimiento de cosas que suceden, de elementos que se contienen, de personas que van y vienen. Es el plano que podríamos llamar de los contenidos, ninguno de los cuales es fijo, ni estable, ni permanente.
            Como consecuencia, si es cierto, como lo es, que existe este plano, ¿no tiene que existir por necesidad ontológica, metafísica o como le queramos llamar ese otro plano que lo sostiene?, si no, ¿sobre qué base se iban a apoyar o sostener todos esos contenidos? Ya hemos dejado entrever que ellos son relativos, dependiendo de tiempo y de las circunstancias, y que por eso mismo son impermanentes, es decir, no sustanciales, no esenciales en sí mismos. Esto quiere decir que nacen y desaparecen sobre/en un plano o fondo que los sostiene y les permite ser.
            Pero, ¿cómo podemos demostrar la existencia o realidad de ese plano/fondo esencial que es el que contiene todo cuanto existe?
            Veamos: todos nos damos cuenta, evidenciamos de muchas maneras objetos, infinitos objetos de infinitas formas y de innumerables variedades. Allá donde fijamos nuestros sentidos percibimos objetos, nos encontramos con ellos, así podemos contemplar nuestro universo, los infinitos universos, sus galaxias, soles.., y bajando bajando a los átomos, sus partículas constituyentes…, También de la misma forma nos es posible contemplar los hechos acaecidos y los que están sucediendo, como la caída de una hoja, la risa de un niño, o la aventura de la humanidad entera. Todo eso son “objetos” por cuanto nos podemos distanciar de ellos, observarlos, analizarlos, darnos cuenta de ellos.
Pero también podemos ir más allá de nuestros sentidos físicos y entonces podemos observar los pensamientos, las emociones, los sentimientos y todo aquello que ocurre dentro de ese mecanismo, y por lo tanto, objeto también, que es nuestra mente.
            Y ahora, en este punto, supongamos que todo eso, los infinitos micro y macromundos, todo lo observable que va y viene lo vamos quitando, lo vamos apartando como quien prescinde una a una de las fichas de un tablero, hasta quedarnos sin ninguna ficha, es decir, sin ningún objeto. ¿Lo podemos hacer?, y ¿qué es lo que queda? Nada, evidentemente que nada, pero una nada que consiste en “sin objetos”, o sea nos queda un “no objetos”.
            Entonces nos surge la pregunta: ¿qué es una “nada” sin objetos?, ¿es acaso una no existencia? Decir que sí significaría que entendemos por real y existencia a la cualidad de los objetos, o sea estaríamos afirmando que lo real son los objetos de “fuera” y los contenidos mentales de “dentro”. ¿Pero no son todo eso contenidos de nuestra conciencia?, evidentemente que sí, pues es en ella o gracias a ella por lo que nos damos cuenta de su existencia y realidad. Luego…
            Sí, evidentemente, luego la conciencia que se da cuenta es la que queda cuando quitamos todos los objetos imaginables y los no imaginados también. Entonces ¿se puede decir que esa Nada, Vacío o Campo Cero que es el que quedaría al prescindir de todo “objeto” es la misma Conciencia?, ¿qué otra cosa puede ser si no?
            A no ser que se diera el supuesto de que existen cosas, o sea, “objetos” fuera de la conciencia. ¿Es esto posible?, ¿es posible y real la existencia de una no conciencia? No es posible, porque lo existente lo es en la medida en que hay una conciencia que se da cuenta de ello. Algo de lo que nada se da cuenta, ni siquiera ello mismo de sí no existe, no es real.
            Definitivamente: sólo la conciencia es real.
            ¿Y todo lo demás qué es?: contenidos de conciencia, que por ser ella lo único real sólo pueden nacer de ella. Todo lo que decimos que existe ha nacido, pues, de la Realidad Una, esto es, de la Conciencia.
            Y por ser la Conciencia lo único real, nada de cuanto existe está fuera de ella, todo es en la conciencia, participando de ella, sea un electrón o incluso una piedra.
            Porque como hemos dicho en otro lugar: todo son pliegues en/de la conciencia, formas de la conciencia, modos de ser la conciencia.
            Vale lo mismo si en lugar de la palabra Conciencia, utilizamos la  de Ser, o Dios.
Todo son formas o modos del Ser, de Dios.

viernes, 2 de marzo de 2018

Reproducimos nuestro mundo mental.



            Según sea nuestra mente así será nuestro mundo y así lo viviremos. La realidad que vivimos y que percibimos es la que filtra y reproduce nuestra mente, no existe otra realidad para nosotros que aquella que nuestra rejilla mental permite que veamos y vivamos. Esto no es muy difícil de ver y de comprobar una vez que nos paramos a observar cuál es la idea real que tenemos de nosotros mismos y luego la comparamos con lo que nuestro vivir cotidiano nos muestra. Veremos cuando hacemos esto que este último se acopla perfectamente a aquella idea.
            Digamos, que la vida como si de un corderito se tratara sigue los patrones de nuestra mente, los confirma y valida, sean los que sean, porque es en nuestra mente donde se halla el diseño de nuestra realidad experiencial. Por eso no funciona el empeño nuestro de querer cambiar nuestra realidad exterior si previamente no hemos cambiado el dibujo que sobre nosotros mismos llevamos grabado en nuestra memoria. Querer cambiar nuestro mundo sin que nuestra idea de nosotros, lo que hemos de vivir y cómo se hayan transformado previamente es tan inútil como querer cortar el viento con unas tijeras.
            Nos quejamos de los demás, de las circunstancias o de la suerte cuando no vivimos como nos gustaría vivir ni tenemos lo que nos gustaría tener, sin darnos cuenta de que cuanto vivimos y tenemos lo hemos creado y atraído nosotros mismos, limitándonos a reproducirlo y una y otra vez del mismo modo que esos clásico cartones perforados que movidos por una manivela y  a su ritmo van interpretando monótonamente a lomos de un típico organillo las viejas canciones troqueladas.
            De ahí que sea la idea que tenemos de nosotros mismos grabada a sangre y fuego en nuestra mente la que tenemos que cambiar si queremos que nuestra vida cambie, o también, deberemos de cambiar nuestro modo de interpretar eso vivido y experimentado si es que queremos sentirnos de otro modo y mejor mientras esa vida externa no cambie. Ambas formulaciones que proponemos son compatibles y válidas para vivirnos de un modo renovado, positivo y gozoso. Dicho de otro modo: o cambiamos radicalmente el programa mental, es decir, el guión que nos hemos asignado, o cambiamos nuestro enfoque conciencial e interpretación de lo que vivimos. Estas son las dos alternativas posibles a nuestro alcance.
            Consecuencias inmediatas de una o de otra interpretación:
            En el caso de que optemos por cambiar el guión de nuestra mente lo primero que asumimos de entrada es que los demás son inocentes de lo que nos pasa, por lo que los exculpamos, de modo que asumimos en nosotros el 100% de la responsabilidad de nuestra vida. En segundo lugar, buscamos nuestro punto de autenticidad interior para que lo que sea que surja fluya acorde con nuestro ser original y no con la carga de nuestro pasado kármico, dando paso al nacimiento de una vida nueva.
            Y en el caso de que optemos, como en el segundo caso, por colocarnos en un nuevo enfoque de conciencia que me permita considerar la realidad de manera diferente, por ejemplo viéndola como lo que es, un puro teatro escénico en donde pongo a prueba mi potencial creativo, además de que me sirve para experimentar personajes con los que aprender, sanar heridas y evolucionar, pues también como en el caso anterior descargo a los demás de responsabilidades al saber y asumir que sólo interpretan el papel que en mi obra les he dado o libremente han tomado. Pero sobre todo, y esto es lo más importante, tomado distancia me desidentifico del drama y me recobro como lo que soy: un foco de luz radiante, amor y poder sin fin.
            En cualquier caso y definitiva, de lo que se trata es de que como conciencia que somos, al final salgamos de la prisión de nuestro esquema mental o del propio teatro vivido para colocarnos internamente en el protagonista que somos hasta descubrir nuestro ser esencial, la planificación así como el sentido de la obra, y al director definitivo y único de esta como de cualquier obra escénica en la que intervengamos.
             


jueves, 1 de marzo de 2018

El plan del alma.



            Nos encontramos en el Camino,  constantemente. Esto es lo natural en nosotros. Otra cosa diferente es que nos demos cuenta o no de ello. Estar en el Camino comporta que por poco que observemos y profundicemos en nuestras vidas lo que encontraremos en ellas es una intencionalidad esencial. Esa intencionalidad es una de las características más importantes que nos diferencian de las demás especies.
            Nuestra intencionalidad no es instintiva, quiero decir que no es ciega sino que va acompañada por una voluntad emergente que nos dirige y conduce hacia horizontes que van más allá de lo límites que le pudiesen marcar la propia especie. O sea: podríamos decir que nuestra intencionalidad está siempre abierta y apunta hacia metas y horizontes que constantemente nos trascienden. De ahí esa ansia tan característica en los humanos de experimentar cierta insatisfacción básica, que es la que nos convierte a todos en buscadores.
            Porque el ser humano a diferencia del resto de los animales se resiste a ser mortal y persigue sobre todo y allá en el fondo de cualquiera de sus movimientos su inmortalidad. Y para esto tiene un Plan que está inscrito en el corazón  de nosotros mismos, en lo que podríamos llamar nuestro ADN espiritual. Es ese Plan el que vamos desarrollando de menos a más conciencia y vida tras vida, hasta realizarlo.
            Realizar ese Plan de nuestra vida es a lo que llamamos Realización del ser que somos, y es lo único que nos puede liberar de cualquier frustración, vacío o insatisfacción radical.
            El Plan de nuestra vida es propiamente el plan de nuestra alma que es la que lo va a desplegar y desarrollar. La razón de que esto sea así es la de que nosotros como almas individuales somos gérmenes embrionarios de un potencial infinito que como partes de un holograma total nosotros contenemos. El Holograma total es el Dios Uno o Realidad Una, completa en sí misma y que cada alma en el centro de sí misma lleva impreso, lo que viene acompañado a su vez de la tendencia o impulso irrefrenables hacia la experiencia y realización de esa Realidad Una.
            Como almas somos un centro o un punto de conciencia por donde la Totalidad divina se asoma o se vierte. Por eso nuestro vínculo con el Ser Uno es total, indivisible y continuo. De hecho es eso lo que somos: focos del divino, o también olas de su Océano, de modo que tanto, ambos, el foco como la ola contienen todo lo que el Centro de Luz o el Océano contienen.
            Pero mientras tanto, el alma no despierta sabe de su finitud y quiere salir de ella, conoce sus límites y los quiere trascender, experimenta sus carencia y vacíos y los quiere llenar. Entonces, para conseguir esto dispone de un Plan, que progresivamente irá descubriendo y realizando, porque estas dos acciones, la de descubrir y realizar son la parte esencial del Plan y son las que dan sentido al Camino.
            ¿Y cuál es la esencia de ese Plan? Vamos a sustanciarlo en dos partes esenciales. A la primera parte le llamamos conocimiento y a la segunda realización. Pasemos, pues,  a ver en que consiste cada uno de estos aspectos.