Son
muchísima las personas que se han podido ver, muy vivos, muy reales y muy
conscientes, fuera de sus cuerpos, gente normal que involuntariamente, la
mayoría, o de manera intencionada, bastantes, han salido de sus cuerpos, y una
vez así, no todos por igual, han podido realizar lo que se llama un viaje
astral, porque astral se le llama a ese otro cuerpo muy sutil que está en la
base del físico, su doble, y que se conserva en el momento de la mal llamada
“muerte”. Con la conciencia en el astral y mientras su cuerpo físico permanecía
dormido, en la cama, las personas que han tenido esta experiencia han podido
visitar a otras personas, ver cosas que desconocían y saber, en definitiva, que
no son sus envolturas físicas. A continuación, transcribo uno de estos viajes
tal y como lo narra Lobsang Rampa, y
que coincide, en esencia, con lo que otros muchos nos han contado:
“El cuerpo, acostado en la cama, consciente,
plenamente distendido. Gradualmente llega la débil sensación de un crujido, una
sensación como de algo que muda, cambia; poco a poco se produce una separación.
Sobre el cuerpo que se halla postrado se condensa una nube formada, al cabo, de
una resplandeciente cuerda de plata (el cordón que une ambos cuerpos). La
nube, al comienzo, semeja una gran mancha de tinta flotando en el aire.
Lentamente adopta la forma de un cuerpo humano que se eleva unos palmos sobre
nuestros pies, flota y se mece en el aire. Después de unos segundos, el cuerpo
astral se eleva más y sus pies se inclinan hacia el suelo. Despacio el conjunto
se balancea hasta que se pone de pié al extremo de la cama, mirando al cuerpo
físico, que acaba de dejar y al cual está aún unido…
…La figura del astral mira a su alrededor y luego a su
cuerpo físico que se halla cómodamente acostado en la cama. Sus ojos están
cerrados, la respiración es tranquila y ligera…Satisfecho, el cuerpo astral se
compone silenciosamente y poco a poco se
eleva por los aires, pasando por el techo de la habitación y por el tejado de
la casa, hasta que se ve dentro del aire de la noche…se eleva hasta que se ve a
un número considerable de metros por encima de los tejados de las casas…
La forma astral…va flotando sobre las casas, mirando en
rededor, decidiendo a donde ir. Por
último elige visitar un país muy lejano. Al instante mismo de su decisión se
proyecta a una velocidad fantástica, girando casi con la celeridad del
pensamiento a través de tierras y mares….Suavemente, este (el
cuerpo astral) se deja caer en aquella comarca y se mezcla, invisible, inaudible,
entre aquella gente que está dentro de sus respectivos cuerpos físicos. En un
momento dado, el viajero experimenta un tirón, una sacudida de la cuerda de
plata…, el cuerpo físico abandonado ha sentido el comienzo del día y reclama su
astral…La forma astral…enseguida, veloz, cruza los cielos, como un rayo a
través de tierras y mares hasta llegar al techo de su domicilio…y emerge…sobre
la figura durmiente de su cuerpo físico. Ligera y lentamente se sitúa dentro de
él.”
Para algunos, estos relatos son
producto de la mente. Pero la abundancia, coherencia y comprobaciones que de
ellos se ha hecho los hace más que verosímiles; para quienes los han
experimentado son incontestables y ciertos. Yo así lo creo, y la ciencia poco a
poco los reconocerá. Se constata en ellos que la conciencia es independiente
del cuerpo físico, o sea, del cerebro. Sobre todo esto hay un buen libro, de Margarita Espuña: “Hilos de plata”, de la editorial Luciérnaga, que aconsejo.
Y un clásico ya sobre el mismo tema son las investigaciones que en su tiempo
realizó Robert A. Monroe. No menos
importantes, pues habría que decir de ellos que son también un clásico casi por
excelencia, son los relatos que los franceses Anne y Daniel Meurois Givaudan han hecho, primero juntos y luego
por separado sobre el mundo astral al que con mucha facilidad y según sus
propias palabras acceden.
Cuenta
Daniel Meurois en “Relatos de viajes
por el mundo astral”, una de sus primeras obras lo siguiente: “siempre
recordaré esa famosa tarde de abril en la que, abandonado a ese estado
intermedio entre la vigilia y el sueño, de pronto me vi tumbado en la cama.
¿Cómo describir las impresiones de un ser que se ve a sí mismo desde fuera por
primera vez? No, no hablo de una proyección sobre una pantalla de cine, algo
que la mayoría ya ha experimentado y que, por lo demás, no siempre es muy
agradable…Cuando digo verse desde fuera, quiero decir verse…en carne y
hueso…Una vez superada la conmoción de los primeros segundo, uno se empieza a
preguntar si no consistirá en eso la muerte,……..Que no se acuse a ninguna
droga, ya que ninguno de los autores las ha probado…Se trata de una técnica….Este
libro contará, pues, una serie de salidas astrales”
Digamos,
que los viajes astrales o simplemente las salidas de nuestro cuerpo físico lo
que están mostrando es, sin más, que la identificación tan fuerte que hemos
tenido con nuestro cuerpo físico es falsa, que no es real, que tenemos, además
de este, el físico, otros cuerpos de los que nos podemos servir y que no nos
limitan ni nos atan a esto que normalmente tenemos como única realidad. Todo
es, quizás, más sencillo de lo que nos pudiera parecer a simple vista: lo que
somos es nuestro “yo soy”, o sea, nuestro ser, que es la base total de nuestra
identidad configurando un alma que es la crece y aprende a través de muchas
vidas. Este ser que somos, se ha propuesto existir unas veces en una dimensión,
como esta que hora conocemos, la física, otras veces en otra más sutil, la
espiritual; y, como es lógico, se sirve en cada ocasión del cuerpo que mejor se
adapta a la circunstancia en que tiene que moverse.
Todos “tenemos” un alma pero también es cierto que somos
más que un alma, pues el ser que la formó es anterior a ella. El ser o foco
divino en nosotros es siempre estable, perfecto, completo, en cambio nuestra
alma es la que evoluciona. Llegará un día en que ser y alma serán uno y la
misma cosa. Pues bien, en los viajes astrales o salidas del cuerpo, lo que
hacemos es soltar la dimensión física y movernos con el resto de lo que
constituye nuestra alma, y ello sin perder la conciencia de nuestra identidad,
cuya base reside en el llamado cuerpo mental y siempre iluminada por la
conciencia que somos. Si sentimos e intuimos lo que somos no nos costará tanto
entender todo esto. En el autoconocimiento está la base de la verdadera
comprensión. Pero, dejemos que sea ahora un psiquiátra el Dr. José Miguel Gaona, autor de libros tan difundidos, importantes
y conocidos como “Al otro lado del túnel” y “El límite”, el que nos cuenta su
propia experiencia tal y como la describe en el prólogo al libro de Margarita Espuña a la que ya hemos
citado. Aclaremos que Gaona según su propio testimonio se encontraba ese día en
un grupo que estaba practicando la meditación y ocurrió sin él esperarlo para
nada lo siguiente:
“Era un día de otoño…Inicialmente, una
extraña sensación de que algo no iba bien con mi cuerpo se apoderó de mí. No
tuve miedo, pero algo había “cambiado”….Momentos después comencé a elevarme. El
techo se acercó literalmente a mi punto de visión…mi perspectiva no se
encontraba limitada, como de hecho ocurre en las situaciones normales, sino
que, a pesar de estar elevándome y de mirar hacia arriba, era capaz, al mismo
tiempo, de ver hacia el suelo. Podía ver perfectamente cómo mis compañeros se
quedaban en cuadrículas perfectamente alineadas a medida que ascendía sin que
nada ni nadie me pusiese freno…..pude ver con claridad mi propio cuerpo
abandonado allí abajo. Estaba como dormido o muerto. Los ojos cerrados. Inmóvil…..Ahí
estaba yo, mi “yo”, mientras un hilo de plata me unía “eso” que había
abandonado allí abajo……La distancia que me separaba del grupo había aumentado
considerablemente. Me encontraba al menos a unos cien metros por encima del
tejado de la casa, por lo que podía ver prácticamente toda la manzana y un
bonito paisaje en derredor….¿cómo era posible que me encontrase a tal altura
sin sufrir el más mínimo vértigo como me hubiese sucedido en la vida “real”,
¿cómo era posible que la sola acción de mi pensamiento actuase de timón
instantáneo para dirigir aquello que no podía denominar “cuerpo”?”
Y
como colofón de todas estas experiencias y consideraciones, no puede uno dejar
de aportar aquí el testimonio ya no relevante, porque relevantes lo son todos
los anteriores y cuantos pudiéramos en este sentido traer aquí, pero sí
llamativo además de curioso por la personalidad extraordinaria de quien se
trata, nada más y nada menos que el Dr.
K. Gustav Jung. Conocido y afamado
psicólogo, que nació en 1875 y dejó su cuerpo terrenal en 1961, y que es probablemente
el psiquiatra más notorio y tal vez con más repercusión del siglo XX. Él a los
81 años relató su propia vida en el libro “Recuerdos, sueños, pensamientos”
(Edit. Seix Barral), en donde dejó constancia de la experiencia extracorpórea
que tuvo durante un ataque al corazón que tuvo en 1944. Resulta muy interesante,
además de todo lo que cuenta y del hecho en sí, apreciar que su descripción de
la tierra, según lo que él ve desde gran altura, es muy similar a la que nos
mostraron desde el espacio exterior, muchos años después, en los viajes
espaciales. Es así como nos relata lo que le sucedió:
“Me pareció como si me encontrase allá
arriba en el espacio. Lejos de mi veía la esfera de la tierra sumergida en una
luz de color azul intenso. Veía el mar azul profundo y los continentes. Bajo
mis pies, a lo lejos, estaba Ceilán y ante mí estaba el subcontinente de la
India. Mi campo de visión no abarcaba toda la tierra; sin embargo, su forma
esférica era claramente visible, y sus contornos brillaban plateados a través
de la maravillosa luz azul. En diversos lugares la esfera terráquea parecía
coloreada o manchada de verde oscuro como la plata oxidada. “ A la izquierda”,
en la lejanía, había una amplia extensión: el desierto amarillo-rojizo de
Arabia. Era como si allí la plata de la tierra hubiera adoptado una tonalidad
amarillo-rojiza. Luego estaba el mar Rojo, y muy a lo lejos, también “a la
izquierda y arriba”, podía divisar todavía un cabo del Mediterráneo. Mi mirada
se dirigía precisamente allí. Todo lo demás aparecía borroso nada más. También
veía las montañas nevadas del Himalaya, pero allí el celo estaba nublado o
envuelto en vapor. Hacia la “derecha” no miré. Sabía que estaba a punto de
abandonar la Tierra.
Posteriormente me informé a qué altura debía encontrarme
para poder alcanzar una visión de tal extensión. ¡Aproximadamente a unos 1500
kilómetros! La contemplación de la Tierra desde tal altura es lo más grandioso
y fascinante que he experimentado”.
La
importancia de estos relatos para la comprensión de lo que somos es crucial,
también par lo que deben de ser los prolegómenos del tránsito que todos haremos
cuando crucemos el umbral de este plano en nuestro viaje hacia el “más allá”.
Existen muchísimos testimonios como los descritos que ayudan indudablemente en
nuestro despertar como almas, como “viajeros en tránsito” en expresión de la Dra. Heraso.