miércoles, 28 de junio de 2017

Jan Kersschot o “Volver a Sí Mismo”


J. Kersschot estudió medicina en la universidad de Antwerp y ha trabajado como médico en Bélgica que es el lugar donde nació. Ya de niño se hacía preguntas como las de “¿qué pasaría si yo no existiera?”, que prefiguraban lo que ya después de adulto se transformaría en inquietud y búsqueda de la verdad última. Estudió y profundizo las tradiciones orientales, en especial el budismo zen, el tantra y el Vedanta advaita. Siempre estuvo muy interesado en integrar la esencia de la sabiduría oriental y la vida según las formas, hábitos y costumbres de los occidentales.
Entre sus libros destacan: “Volver a Sí mismo”, “Nadie en casa” y “Esto es Ello”.
Existe una nueva forma de ver, otra posibilidad alternativa al modo que tenemos de afrontar la vida y de resolver el problema del sufrimiento humano, y esto es lo que él nos quiere mostrar, pero señalando, en contra de lo que muchas veces se piensa y se dice, que no existe ningún camino como tal para hallar la liberación, porque de lo que se trata esencialmente es de quitar errores de nuestra mente, y soltar cierta clase de conceptos y de creencias que sólo nos quitan la paz mental.
El Infinito que buscamos, nuestra verdadera naturaleza no tiene nada que ver con ideas, ni con creencias, ni se llega allí a través de determinados comportamientos, no se trata, tampoco, de ser más buenos, ni de hacer un número determinado de prácticas religiosas para merecer algo, ni siquiera para lograr determinados estados de éxtasis o experiencias místicas extraordinarias.
Esforzarnos por conseguir experiencias o querer ser personas espirituales lo único que puede hacer es reforzar todavía más la idea de un personaje y de un ego que no somos. Eso desviará nuestra atención de lo que por encima de todos los logros ya está presente de manera natural y sencilla, aunque como Kersschot advierte hasta las formas egóticas de concebir la espiritualidad también forman parte del juego divino y detrás de ellas, sosteniéndolas incluso, brilla la misma presencia.
Por eso mismo, no hace falta tampoco que luchemos por dejar de ser “materialistas egóticos del espíritu”, basta con que nos demos cuenta de ello y nos abramos a lo que está justo ahí, detrás, contemplándolo y en el fondo de todo eso.
Como él nos advierte, lo único que hay que hacer es vivir en la corriente que ya está sucediendo de la Conciencia de Ser, en nuestro verdadero Sí Mismo. Es más: Querer saber cómo se llega ahí “es tan ridículo como preguntarse cómo aprende la lluvia a llover, cómo aprende el sol a brillar, qué tiene que hacer el agua para humedecer”, porque la verdad es que ya somos lo que estamos buscando y lo que estamos pretendiendo alcanzar. No existen, pues, ni reglas, ni caminos, ni nada para llegar ahí, que es donde ya estamos, porque eso lo somos, lo que pasa es que no nos lo creemos. Este es el problema.
Por lo tanto, mejor que abandonemos la búsqueda y nos entreguemos al aquí y ahora, que no tratemos ni siquiera de alcanzar la iluminación ya que “lo único que tenemos que hacer es dejar atrás todas las creencias e ideas preconcebidas, y olvidarnos de nosotros mismos mientras abrazamos el momento presente. Lo que hagamos o sintamos no importa”. Cuando uno ama de verdad y se entrega al Presente siempre su acción es recta. El Presente es Ser y el ser es pura adecuación y armonía.
“Ver”, de eso habla constantemente Kersschot, aunque de un ver, eso sí, desprovisto de las anteojeras de la personalidad egoísta, un ver que no tiene nada que ver tampoco con un estado de éxtasis, ni con un estado paranormal, es el ver de la percepción desnuda y pura, algo muy natural y ordinario, entre otras cosas porque ya se está dando aunque no nos demos cuenta de ello. Es un “ver” transparente, sin aditamentos, un ver que no se apoya en ningún objeto, aunque a todos los puede contener. Tomar conciencia de ese ver que somos, ello es lo verdaderamente liberador.
“No se trata entonces de cambiar de estado, se trata de reconocer lo que se encuentra más allá de los estados. El reconocimiento presente de aquello que ya es. Cuando estamos interesados en un cambio de estado, cuando buscamos un estado de éxtasis, nos distraemos y evitamos esa Transparencia omnipresente porque estamos esperando algo extraordinario en el futuro. Pero la verdad es que la tenemos delante ahora mismo”
El Sí Mismo que somos, la Conciencia, no pertenece ni puede ser poseída por ninguna filosofía o religión, es más, siempre cabe el peligro de que las personalicemos, nos identifiquemos con ellas y nos quedemos atrapadas por lo que ya no será más que un falso dios hecho a la medida de nuestro ego. Pero el Ser, la Pura conciencia o transparencia de Dios que contiene todos los pensamientos, conceptos, formas y nombres, se encuentra más allá de todo eso.
Resalta este maestro de nuestro tiempo el hecho tan simple pero tan evidente de que en la raíz de lo que somos sólo hay “existencia”, ¿alguien puede acaso negar o cuestionar este hecho, hasta se puede “ver”. Y al ver, sólo con la condición de que la mirada sea desnuda, lo que hallamos es Transparencia, o sea Presencia.

“Una vez hayamos descubierto la Transparencia, podremos abrirnos a esta presencia en cualquier lugar, y todos los libros, y todas las técnicas de meditación…serán superfluos. Esos momentos de Transparencia pueden surgir al caminar por un bosque, al contemplar el fuego de una hoguera, al admirar las nubes en el cielo, al nadar en el mar, al bailar, al hacer el amor, al conducir en una autopista, al disfrutar una copa de vino o al estar completamente absortos en una obra de arte”. 

sábado, 17 de junio de 2017

DIOS, TU SER, TU VIDA, TU CORAZÓN

Vamos a tratar de analizar y comprender los ecos, sugerencias y profundidades que esta palabra, “Dios” nos trae, intentando ir cada vez más “alto” y más “lejos”, más allá del más allá de todo lo que encarcela, encorseta y oprime la expansión de nuestro amor, creatividad como seres vivos y de nuestra conciencia.
Lo vamos a hacer indagando con la ayuda de la mente, pero sobre todo con el corazón, con ese instrumento tan preciado que es la intuición, y desde luego con todo nuestro ser. No lo haremos desde la perspectiva de ninguna religión en particular, sino con la libertad y el saber que nace del mismo sentir, y conscientes de que aquello hacia lo que señalamos, -la inmensidad del Ser-, no sólo no es propiedad de nada ni de nadie sino que autónomo, omniabarcante e indomable fluye constantemente como manantial desbordante de puro vivir en cada ser único y particular, y en la Realidad Una en donde la Totalidad de Dios se reconoce.
Entraremos en el amplio marco de lo que consideramos el Fondo Sin Fondo de la Pura Existencia, -que eso es Dios-, justo allí donde nos encontramos sin restricciones ni máscaras, libres de nuestros personajes, sin mediadores ni intérpretes, y con la convicción añadida de que conocerlo es conocernos y viceversa. Por eso, Su Historia es la misma historia desplegándose sin fin de todo cuanto existe, donde mi vida, tu vida y todas las vidas son siempre  eso: interpretaciones del Dios-Actor que cada uno somos en el escenario de las infinitas existencias, donde unos y otros, cómplices en el mismo despertar, nos iremos reconociendo también como verdaderos Autores-dioses de las obras que representamos.
 Qué duda cabe de que para llegar a “Dios-en-mi”, que es el verdadero Yo Soy de cada ser, hay un trabajo previo que hacer, cual es el de desbrozar el camino, desmontando y derribando falsos dioses de cartón piedra, así como los fantasmas e ídolos interpuestos, que son los errores y mentiras que en su nombre se nos han colado desde el inicio de los tiempos. Para eso tenemos que recobrar nuestra mirada de niños, que es la mirada directa sobre lo que hay, sobre lo que somos, libre de la carga de tantos pensamientos que no sólo nos traen el recuerdo del miedo, la duda, la desconfianza sobre nuestro ser y, en definitiva, sufrimiento, sino que, además, velan y esconden la Realidad de Lo Que es.
En esta divina aventura, -que es vivir experimentando, aprendiendo y despertando-, contamos con una excelente noticia: la de que el camino hacia nuestra luminosa y radiante identidad existe, ya está abierto y disponible si lo queremos transitar, con la inmensa ventaja añadida de que no está ni lejos ni menos aún separado de nosotros, pues pasa justo por nuestro interior, por el centro mismo de nuestro corazón, donde el fuego de lo real vivifica, da sentido e ilumina a todo existir.
Y entonces, cuando nos ponemos en disposición activa de verdaderos caminantes conscientes sucede algo mágico y extraordinario: que nos convertimos en guerreros de la luz por cuanto que ya no aceptamos nunca más ser víctimas de ninguna persona o circunstancia externa, ni instrumentos al servicio de poderes que estén fuera de nosotros, vengan de donde vengan. Nos reconocemos como emperadores-diosas de nuestra vida.
Los guerreros de la luz, y esto son los que buscan a Dios en su corazón, se caracterizan por ser los responsables directos de todas sus decisiones y poseen la libertad que da el establecer a la propia conciencia como piedra de toque única de la rectitud, pertinencia y valor de su caminar. Soltamos culpas, soltamos rencores, soltamos pasado y asumimos el presente que nace en este ahora eterno como el espacio y lugar sagrado en el que constantemente experimentamos la Presencia-Una en la que nos sentimos ser. Cada acto que hacemos adquiere entonces una dimensión que nunca antes había tenido.
Dios es Luz, la sacaremos de nuestro interior, Dios es amor y felicidad, la viviremos porque es nuestro ser, Dios es poder, recobraremos todo el que hemos puesto en manos que no son las nuestras, Dios es sabiduría, reconoceremos la que en nosotros siempre está fluyendo y queriendo salir, Dios es fuerza y creatividad sin fin, permitiremos que ambas se expresen a través de nuestro vivir. Dios es Vida-Conciencia-Amor sin límites, esto es lo que somos, cualquier otra cosa es pura mentira.
Si alguien piensa que Dios es algo fuera de él jamás lo hallará y, peor aún, nunca lo vivirá ni lo experimentará, pero lo más grave: con ese pensar dará pábulo para que construcciones fabricadas por otros, de muchas clases de ídolos externos a nosotros, se arroguen y apropien la capacidad de condenarnos o salvarnos, de culpabilizarnos o perdonarnos, de dirigirnos y ocupar el verdadero centro de poder, de amor y de luz que es la esencia de nuestra identidad. Si es así nos estaremos alejando del Dios-en-mí como yo, que es la única realidad de mi “Yo Soy”.
El camino está abierto, y su límite es el infinito…..


viernes, 9 de junio de 2017

Dios y el llamado mal en el mundo.

En el planteamiento que mucha gente hace de que no es posible que exista Dios siendo que en el mundo hay hambre, guerras, miseria, depravación, violencia, desequilibrios de toda clase, injusticias, y un largo etcétera de situaciones que lo único que provocan es dolor y sufrimiento, existe un error capital de percepción que deberíamos desmontar y tener muy presente.

Este error, parte de una gran idea falsa o simplemente de una inmensa mentira a la que ya hemos hecho alusión con anterioridad y que venimos repitiendo siempre que podemos: la que se deriva de la creencia de que hay un Dios allá arriba, ahí, o por donde sea que es quien independientemente de nosotros ha hecho este mundo disponiendo de sus derivas y circunstancias tal y como las conocemos, tanto si van a nuestro favor como si no, y al que, por lo tanto, le tenemos que agradecer si se inclina por nuestros deseos o, en caso contrario, culpabilizar de todo cuanto no encaja, nos desagrada o no va con nuestras expectativas y valoraciones sobre lo que es bueno, justo, deseable, conveniente o no.

Ante eso tendríamos que repetir una vez más, al hilo de nuestra comprensión sobre Dios, y la experiencia subjetiva que de él tenemos,  como de las intuiciones, visión de la realidad y autoconciencia, que tal cosa como un Dios fuera e independiente y separado de nosotros no existe. Dios es en la medida en que todo lo demás es, y viceversa; del mismo modo que: Dios piensa, actúa, reacciona y crea en la medida también en que todos los seres del universo, cualquiera que sea su nivel, desarrollo, especie, situación, rango, forma o plano de realidad lo hacen. No olvidemos lo que dijimos antes de que todo son modos del ser de Dios, y por lo tanto Dios no crea ni hace, ni es nada que no creen, sean o hagan la universalidad de todos los seres. Ese es el Ser y el hacer de Dios. Dios hace y es a través de nosotros, y a través de todo cuanto en el universo con su energía, fuerzas y conciencia existe. En definitiva: este mundo y esta realidad es la realidad y el mundo que nosotros entre todos hemos decidido imaginar como posible y así lo hemos creado aún antes de nacer. Más aún: este mundo es el que cada uno ha imaginado como posible y deseable para sí.

Lo sustancial, por lo tanto, desde el punto de vista de nuestra concepción de Dios es que: todos los seres de la creación somos los responsables definitivos de lo que en nuestro nivel y desde él hacemos posible y real, de lo que experimentamos, tenemos, vivimos, sufrimos o gozamos. Responsabilidad que desde la eternidad del Ser, o sea de Dios, decidimos asumir como “partes” que somos del YO SOY del Todo Dios para que este juego cósmico de la creación en el que decidimos participar como actores principales se hiciera posible. Así de sencillo y de grandioso, aunque desde los análisis del ego y nuestras pequeñas personalidades no lo veamos como es y sea difícil de aceptar, por lo menos mientras que estemos creídos de ser el personaje que interpretamos y los partícipes de una obra que desde nuestra ignorancia aún estamos convencidos de que es la única posible y real.

Nuestro poder de creación, de plasmación y de elección de la realidad que queremos vivir y experimentar dentro y al servicio de nuestro proceso evolutivo de aprendizaje, crecimiento, y desarrollo en conciencia y en amor, -que es el guión esencial de nuestras vidas-, tiene esta aparente contrapartida del llamado “mal en el mundo”. Pero todo esto, curiosamente, se desarrolla dentro de un juego de espejos en un universo infinito de posibilidades. Hemos elegido este universo, pero podemos haber elegido otro, porque todos los universos son posibles de experimentar y vivir. Hacer real o no este mundo u otro nos corresponde a cada uno de nosotros, y lo que va a marcar la dinámica que hará posible que una elección se materialice o no será siempre nuestro grado de evolución real en conciencia-amor-energía y el deseo sobre aquello que voluntariamente queramos vivir y experimentar. Es el Dios en cada uno de nosotros y en los demás, -y no un Dios allá arriba y fuera de nosotros-, el artífice de este mundo, de este argumento y de esta realidad, pero no sólo de este mundo sino del universo y de la creación entera. Nuestra conciencia y nuestra mente, pues, es la que ha decidido que las cosas sean como son y que las vivamos como las vivimos.

Si no nos gusta lo que hay, tenemos que optar desde el Dios que “Yo Soy” en cada conciencia, es decir, desde cada ser, por materializar y crear una nueva manifestación en una nueva realidad. Este mundo habrá sido así el objeto de nuestro aprendizaje y aquello que mejor nos empujará en el sentido de nuestra posterior evolución. O sea: el mal en el mundo, al contrario de lo que algunos piensan, no es una muestra de la inexistencia de Dios, sino de la necesidad que aún tenemos de experimentar a través de manifestaciones en la existencia que producen dolor y de las que no nos hemos sabido desprender del todo por nuestra ignorancia y apegos. Esta dinámica es la que crea y produce el sufrimiento y no un Dios malvado que nos hemos inventado. No olvidemos que en nuestra evolución existencial como almas hemos asumido voluntariamente la realidad de crecer y despertar a nuestra identidad real y divina experimentando y aprendiendo. Es más: el actual escenario en el que nos movemos y existimos es tan sólo un capítulo dentro de los infinitos escenarios que están a nuestro alcance y disposición. Por lo tanto: una vez que ya hemos visto que nada ni nadie más que nosotros mismos nos ata a esta obra, y que nadie más que nosotros nos obliga a actuar en ella, podemos trascenderla y ayudar a transformarla incluso, además de colaborar también para que otros despierten a las misma evidencias de ser Actores divinos y no los personajes del papel que nos hemos dado, y podemos optar definitivamente por un mundo nuevo donde el pretendido mal ya no sea útil, ni nos sirva ni nos interese. No olvidemos que el futuro nuestro como el de la humanidad está en nuestra manos y ese futuro empieza ahora.




martes, 6 de junio de 2017

Cada yo individual interpreta una historia completa y particular de Dios.

Si investigamos en nuestro interior y miramos detenidamente, pronto nos damos cuenta de que  crecer y evolucionar aprendiendo y comprendiendo forma parte del movimiento y ritmo esencial de nuestras vidas, no es una cosa circunstancial o aleatoria sino una constante en ellas, hasta tal punto de que por mucho que nos empeñemos veremos que nadie puede ir ni va más allá de lo que esa dinámica natural implica. Por esa razón, nadie vive ni puede vivir la vida de otro y cada uno le da a su existencia su impronta particular según una lógica igual de particular y única.
Miremos, si no, a las personas que no rodean y también más allá de estas, fijémonos en sus vidas así como en su desarrollo y manifestación, fijémonos también en cómo han llegado a donde están, con su forma tan genuina y sorprendente de ser y hay algo que inmediatamente se impone a cualquier clase de comprensión: “son ellos, cada uno es él, cada cual es y somos nosotros mismos, sin repetición”. ¿No nos resulta sorprendente esto? Aquí no se trata de méritos, ni de importancia personal, ni, aunque nos pueda parecer así, superficialmente observado, de valores y capacidades que uno pueda tener frente a los demás, porque entonces también nos podríamos preguntar ¿cómo es que unos los tienen y otros no? o ¿por qué tanta variedad de seres? y ¿por qué vidas tan diferentes o tan radicalmente distintas? Por mucho que tratemos de explicarnos lo que está pasando, incluidos los condicionantes kármicos hay algo que a la postre y al final de todo no cuadra ya que se supone que desde el inicio de toda alma a la existencia la igualdad de posibilidades nos hermana, y es ahí donde uno, si quiere entender lo que pasa, tiene que dar un salto interpretativo de la mano de su intuición. Y hecho esto, esta es a la conclusión a la que llega: cada uno somos una línea irrepetible y única de interpretación de Dios, o dicho de otra manera: Dios, a través de sus infinitos yoes se ha propuesto experimentar los infinitos personajes que componen su infinita obra. Y, lógicamente, cada personaje ha de vivir y vive su particular interpretación e historia, que en nada tiene que ver como es natural con la de los demás. Y esto es en esencia lo que cada vida es.
Y esto teniendo en cuenta, de todas las maneras, que sí que hay unos ejes estructurales, por llamarlos de algún modo, en los que todos nos igualamos y compartimos, que son: 1.-, que toda vida y todos los personajes están al servicio de un desarrollo y de una evolución, 2.-, que en estos lo que evoluciona a través de la experimentación a la que cada uno libremente se somete en su aventuras existenciales son: la conciencia de sí, el amor y la energía de ser, 3.-, que el fin último de toda vida es despertar a la conciencia de unidad con Dios, y 4.- que la creatividad en plenitud y el gozo de ser son la expresión posterior de todo lo anterior. Dicho todo lo cual, he aquí algunas consideraciones sobre nuestra experiencia como almas:
Todos nos hallamos en el lugar exacto, con las personas adecuadas y en el momento oportuno para vivir lo que tengamos que vivir y dar el siguiente paso. No hay otra cosa más que la que hay, y esta permanecerá con nosotros mientras nuestro encaje con la realidad, que es con nosotros mismos y el universo así lo decidan. Porque todo es la expresión perfecta de la sabiduría de Dios, o sea, de nuestro ser divino que es el que ha diseñado el plan de nuestra alma.
Las cosas sólo cambian cuando se ha cumplido el cometido para el que se crearon, y si por alguna razón eso no se ha realizado del todo, más pronto o más tarde las mismas o parecidas circunstancias se repetirán en nuestras vidas. Comprender lo que tenemos que comprender para despertar a lo que somos y así evolucionar es el fin último de toda experiencia. Verlo y entenderlo facilita nuestro camino y evita mucho sufrimiento.
Es necesario entender que los caminos por los cuales transitamos y que tan distintos suelen ser de unos a otros, no son el producto del azar ni del capricho indiscriminado de la vida. El camino que cada uno experimenta y vive tiene su lógica y su sentido interno acorde con la experiencia que cada uno ha de vivir, la lección que tenemos que aprender y el dibujo que a través de nosotros la Vida quiere trazar. Por esa razón, tampoco las personas ni las circunstancias son casuales ya que todo responde al mismo fin. Nadie debería, por lo tanto, ni menospreciar su vida ni creer que la suya es superior o mejor que la de nadie, aquí la vanidad, los complejos y el orgullo no tienen sentido, aunque se den a cuenta de nuestros egos.
Es muy importante ser fiel a nuestras responsabilidades personales, a nuestros compromisos interiores y al propósito de cada vida, que cada uno tiene que elucidar y descubrir, pues eso es lo que nos conducirá a nuevos tipos de experiencias que nos darán nuevas comprensiones y harán que nuestra realidad evolución y prospere.
Pero, de todos modos, hay algo fundamental que nadie debería de olvidar ni soslayar nunca: que sea cual sea la experiencia que tenemos que vivir y el camino que hayamos tomado, todo son medios idóneos y perfectos para regresar y despertar a lo que de verdad somos: Dios en nosotros como nosotros, porque todos los caminos conducen a Dios, a nuestro ser, de donde, por cierto, jamás hemos salido.
Comprendido esto: qué mejor opción y decisión nos cabe que la de aprender a amar y a entregarnos a todo aquello que es “nuestra vida”, no la pensada, no la imaginada, no la deseada, no la del otro, sino la que se concreta en el aquí y el ahora de cada cual, y que sin escapes es la tuya. Vida que, más pronto o más tarde vemos cómo surge ella sola, sin necesidad de que forcemos nada, pues en la infinita vastedad de Dios nuestro personaje ya se había diseñado y escrito. ¿Por quién, me preguntarás? Por ti mismo, como Dios.


lunes, 5 de junio de 2017

Dios en mí como yo. Mi “yo soy”.


      Podrían pensar algunos tras leer las anteriores reflexiones que aquí nos estamos inclinando por una especie de panteísmo en el cual todo quedara diluido y absorbido por una realidad, la divina, que excluyera haciendo absolutamente irreconciliable con ella la individualidad y particularidad conciencial de cada ser. Nada más lejos de la realidad y nada que tenga que ver con lo que nosotros sentimos e intuimos que es y sucede, como vamos a ver.
En primer lugar, decir que todo es Dios y que fuera de él nada existe en modo alguno significa que las individualidades desaparecen. Por cierto: sólo una mente centrada en su propio ego y con una visión o interpretación dualista, y por lo tanto errónea, de la realidad en la que Dios va por una parte y nosotros o lo creado por otra, como si se tratasen de entidades separadas y distintas, puede llegar a semejante conclusión. Una conclusión que se basa esencialmente en una visión de lo real materialista y de los cinco sentidos en la que las cosas se excluyen para ser y existir, de modo que, donde una cosa está ya no puede haber otra, o en donde la presencia de una anula a la otra.
Pero en el “terreno” de Dios y de su realidad las cosas no suceden así. Pero para entender esto hay que comprender y asumir antes que nada que Dios no es una “cosa”, ni una “persona” en el sentido de una individualidad frente a otras individualidades. Esa visión es muy antropológica, humana y fragmentada. En cambio Dios, como señalamos constantemente es la “base”, el “fondo”, “lo que es”, y ello traducido lo más fielmente que nos es posible a nuestras diminutas mentes significa: “Pura Existencia-Conciencia-Energía”, y esto ya nos sitúa en un orden de cosas que nada tiene que ver con nuestros planteamientos racionalistas y de los sentidos físicos. Si esto no se entiende o intuye aunque sea mínimamente difícilmente podemos comprender nuestro planteamiento.
Pues bien, esa pura Conciencia-Energía es la Presencia que todo lo habita y todo lo hace ser, de modo que sin ella no somos, simplemente no existiríamos ya que es desde ella como somos. Y aquí es donde surge la mayor de las maravillas que la mente humana no puede comprender pero que nuestro ser experimenta y vive constantemente, y ese prodigio de prodigios lo que señala en el terreno de la Conciencia-energía es que el todo y la parte no se excluyen en absoluto sino que conviven productiva y creativamente en unidad perfecta. Ya sé que los racionalistas y los materialistas se mesan ante ello sus barbas y cabellos, ya sé que se escandalizan y ponen su grito en el cielo materialista, pero es que la verdad experimental y experimentada es esa. Dicho más claramente: la conciencia-energía, que es la esencia de nuestra alma individual ve su particularidad y originalidad individual reforzada, más luminosa y radiante cuanto más comprende la totalidad que es el fondo en la que es y de la que nace.
Esto no es una idea más o menos oportuna, esto es la expresión de la mayor aventura en la que el ser humano se encuentra implicado, y esa aventura es la aventura de Dios o del Todo Uno infinitamente diversificado en no menos infinitas e inabarcables conciencias-almas o conciencias-seres individuales que, en sí mismas, y por paradójico que resulte son y contienen la totalidad de Dios. No se trata de un juego de palabras ni de malabares dialécticos sino de algo muy sencillo y evidente cuando uno es capaz de vivirse o intuitivamente comprenderse como conciencia.
Y la conclusión “lógica” a la que llegamos entonces es muy “evidente”, probablemente no para la razón o para algunas razones, peros si para el alma y su conciencia: que “Dios es en mi como yo” tal y como la afortunada afirmación del sabio Muktananda decía. Y así es. Porque todos los seres son, somos, eso, la totalidad de Dios amaneciendo y evolucionando, expandiéndose continuamente, dentro de un proceso de conciencia y de energía que nos lleva a integrar en nosotros poco a poco y a ir plasmando externamente dimensiones de esa inabarcable e inagotable totalidad real.

En conclusión: cada cual somos una presencia original de Dios, una forma suya de ser que él mismo se ha creado, y que siendo una con todas las presencias, y por lo tanto con todos los seres, experimenta y desarrolla su propia individualidad como alma que, por extraño que parezca, acentúa cada vez más la experiencia y la conciencia de todo es Uno, todo es Eso, Todo es Dios y que, más allá de mí mismo, también soy yo. He aquí, pues, los tres rostros de nuestro Yo superior: uno: Como el Todo Dios que estamos llamados a ser, dos: como el Yo Cósmico, que es otra cara de Dios, y tres: como el yo Soy Dios como Yo.

domingo, 4 de junio de 2017

El Dios cósmico.

             
La existencia nos rodea y en ella nos encontramos, no en una existencia cualquiera sino que, tal y como podemos comprobar, se trata de una existencia que tiene un cuerpo material constatable, que es el cuerpo de la realidad manifiesta, un cuerpo que es accesible al mundo de nuestros sentidos; pues bien, a toda esa existencia formada por incontables objetos, seres y estructuras le llamamos Cosmos. Sus contenidos son amplísimos y según creemos aquí infinitos, y forman universos de muchas clases de los cuales hoy por hoy apenas si llegamos a comprender una parte minúscula que es la que se circunscribe al nuestro.
            Ante esta realidad siempre nos surge la pregunta lógica sobre su origen y formación que si la vamos respondiendo sin prejuicios ni trabas mentales nos irá señalando necesariamente a un fondo difícil de traspasar desde el punto de vista mental y de su razonamiento, con lo que nos tendremos que abrir a un campo de realidad que sobrepasa cualquier planteamiento físico-racional, de modo que finalmente no nos queda más remedio que, o dejar la búsqueda por irresoluble, o continuar insistiendo con la esperanza de que en un futuro inconcreto la explicación vendrá o como algunos científicos hacen abrirnos a un nuevo nivel y orden de realidad subyacente del que la respuesta nos viene y al que le podemos llamar “campo cero”, “campo akásico” o simplemente Dios.
            Entonces, situados en esta última opción, ya nos es posible empezar intuitivamente a comprender y subjetivamente a sentir y percibir que todo es una emanación o “creación” procedente de ese fondo, del cual todo es una exteriorización de cuanto allí en su infinita riqueza ya estaba potencialmente contenido. Vemos así cómo la realidad manifiesta, el cosmos y su “cuerpo material” con sus infinitas formas, tamaños, dimensiones, estructuras y objetos, esto es: vibraciones de luz, partículas más básicas de energía-materia y así sucesivamente hasta llegar a planetas, soles, galaxias, mundos, universos y formas de vida han ido surgiendo desde materializaciones infinitamente básicas y esenciales de conciencia-energía que luego han ido evolucionando hasta las formas más complejas que conocemos y entre las que nos movemos o somos.
            Y, llegados a este punto de la observación, ya nos es más fácil de interiorizar y vislumbrar no sólo nuestras raíces cósmicas sino contemplar al cosmos, como lo que es, como lo que siempre fue: una manifestación de Dios desplegándose, exteriorizándose, siendo. Porque nos empieza a resultar evidente que ni existe ni puede existir separación entre el origen y lo manifestado, y que, por lo tanto  el cosmos ya no puede ser sino contemplado como el “cuerpo material” de Dios, del Ser uno que todo lo conforma y lo es.

            Así que, si antes ya hablamos del ser absoluto en sí mismo, que en sí lo es y lo contenía todo (Brahman en el induismo, el Ser, Lo real, el Uno sin segundo), ahora nos podemos referir a Eso a través del despliegue o desenrolle que hace hacia fuera haciendo real en el mundo de la materia y la forma, en nuestra dimensión, lo que en su Realidad Una existía aún como potencia para nosotros. Y así es, como podemos hablar del Ser cósmico o Dios cósmico, que también así se nos muestra evidente para nosotros en lo que es también nuestra propia dimensión: la cósmica. Con lo que nuestro yo esencial amplía su perspectiva y matices, pues si antes nos remitía a un Yo absolutamente trascendente en el fondo de nosotros, ahora nos muestra nuestro Yo cósmico.

viernes, 2 de junio de 2017

Dios como lo Absoluto

             Entendiendo aquí por Absoluto aquello que lo posee y lo es todo, sin ausencia o carencia de nada, completo en sí mismo y fuera de lo cual no existe nada. Por esa razón, se halla en todas partes. Todo lo que hay, ha habido o pueda haber, sea cual sea su forma, cualidades y valor en él se halla y de él surge. La paradoja más grande y maravillosa que en él se da es que siendo Uno, todos los seres que de él emanan tienen individualidad propia y real, de modo que cada ser en sí mismo es una réplica perfecta del todo. Por esta razón no se puede hablar de un panteísmo que anula o excluye al individuo sino de una presencia en todo que posibilita y le da un protagonismo total a cada incipiente yo, tan grande como el de llegar a experimentarse evolutivamente, y dentro de una escala de ascenso de la conciencia, como Dios mismo; así es el modo de ser de Dios. Dicho sucintamente: en Dios, el todo y la parte, lo universal y lo particular, el Uno y los infinitos seres conviven de manera armónica y plena, lo que representa una de las paradojas más maravillosas del ser de Dios.
            Siendo como es el Absoluto, su ser, incomprensible, incognoscible e inasible para la mente por las características que esta tiene de fraccionar, analizar desde fuera y servirse de los sentidos, resulta que no es incognoscible ni lejano, ni abstracto, ni aséptico, ni frío para la conciencia humana, es decir para su sentir más hondo que anida en el corazón. Por eso podemos conocer a Dios, no en el sentido mental sino existencial, o sea, desde dentro de la corriente divina que en todo está y todo lo ocupa; no es tan complicado esto como algunos pretenden, basta que nos coloquemos en el puro ver, en el puro sentir y en el puro hacer que es el modo en que nuestra esencia se manifiesta para entender interiormente de lo que hablamos.
            Al absoluto, por lo tanto, se llega no con los métodos racionales, sino a través de la expansión de conciencia o de la experiencia mística, que nos colocan en el puro ser, como luz-conciencia, como amor-felicidad o como energía-fuerza. Estas vías trascienden y van más allá de la mente y los sentidos físicos. Alcanzar esta experiencia y vivirla es la finalidad máxima de todo camino espiritual. La intuición que es la que surge cuando la mera razón ha alcanzado sus propios límites es la que nos pone en las puertas y en el umbral de Dios, la puerta se abre cuando se relajan todas las defensas del ego y el amor se convierte en puente entre el Todo y mi yo.

            Penetrar en el Absoluto, en lo que es en sí y fuera de lo cual nada hay, significa penetrar en las infinitas profundidades de la conciencia y apartar con un trabajo ímprobo de orfebrería místico-metafísica todos los velos que la inconsciencia y el error de percepción superponen a nuestra prístina visión interior. Cuando despertamos a lo que somos tomamos conciencia plena del Absoluto: Existencia-Conciencia-Energía sin fin.