Ese
relato con sus correspondientes matices y tramoyas en los que no entramos ahora
se hace y sirve fundamentalmente en una etapa de nuestra evolución que va de la
época arcaica hasta el momento en que la razón alcanza sus mayores cotas de
desarrollo, y en todo caso, por eso mismo, es un relato puramente mental, rehén
o esclavo de nuestras fantasías, reflexiones, idealizaciones y sueños, no
importa lo creíbles o no que resulten, lo simples o elaboradas que estén, lo mágicas,
míticas o racionalistas que sean, o que hayan
sido inventadas por nosotros o por otros que nos las han imbuido o hecho
creer. Porque, en todos los casos, y esto es lo remarcable, nos encontraríamos ante
un Dios de elaboración propia, muy humano y casero, a pesar de las máscaras que
le pongamos o de los misterios y rostros con que lo envolvamos, el cual, como
todos los productos de la mente, aún de la subconsciente, lo que nos ofrece es
un Dios separado y ajeno de nosotros en una realidad fragmentada, con todas las
consecuencias que ello trae para nuestras vidas y a las que ya hemos aludido,
como las de reportarnos un Dios que nos puede dar, quitar, condenar, salvar,
hacer, deshacer, a su gusto y voluntad desde su particular Olimpo.
Y frente a esto, en medio de ello o desde dentro del
corazón de eso, he aquí que emerge una visión nueva que parece salirse de los
cauces y los procesos de la mente, una visión que se salta los límites que la
fragmentación de los sentidos y del razonamiento clasificador nos había impuesto.
Y de ese modo, aparece entonces en nuestras vidas no un pensamiento sobre la
realidad sino una conciencia de ella, no un pensamiento sobre Dios sino una conciencia
de lo que él es. Y, desde entonces, todos los viejos modelos empiezan a
quedar obsoletos, huecos, vacíos e inservibles para referirse con todo el valor
que ello nos aporta a la intuición sublime y al ansia de trascendencia que
desde siempre, y con independencia de los momentos de Parente sequedad en el
alma, palpitó como un impulso secreto y real en el corazón de todo ser humano. º
Este
salto en la percepción que nos lleva de la mente a la conciencia, hay que
recordarlo, no es absolutamente nuevo, sino que existió en todos los tiempos y
en todas las edades, porque siempre existieron minoritariamente los hombres de
poder, chamanes, sabios y místicos que supieron desligarse de la mente y de los
sentidos para experimentar su dimensión trascendente, lo que ocurre, y esto sí
que es nuevo, es que hoy en día lo que fue privilegio y reducto de pocos se ha
hecho permeable para una ingente cantidad
de seres humanos, ya que la masa crítica que nos hace evolucionar como
especie hacia mayor conciencia se ha ido imponiendo al hombre exclusivamente
racional. Y esto hace que la conciencia del absoluto, de lo Uno y la unidad
empiece ya a formar parte de nuestra comprensión de la realidad. Llama la
atención lo poco que le cuesta a la gente entender estos términos y su
implicación en nuestras vidas.
De hecho, hoy, Dios como la Realidad o Lo Real, Lo que Es
y el Ser ya son asumidos e integrados fácilmente por nuestras mentes, porque a
todos se nos hace evidente intuitivamente que sólo hay una Realidad, una sola
Existencia, un Uno sin segundo, y que eso lo es todo, está en todo, vibra en
todo, y, más aún, siendo no solo el mismo vibrar sino ese Fondo sin Origen que
todo lo produce y del que todo emana. El Fondo sin Fondo que es la misma
Presencia siempre.