martes, 31 de enero de 2017

¿ESPIRITUALIDAD SIN RELIGIÓN?

      Actualmente se estima que en el mundo existen unas 4200 religiones vivas, entre ellas las más numerosas y representativas son cinco: budismo, cristianismo, judaísmo, hinduismo e islamismo. Todas ellas en general pretenden ofrecer respuestas al ser humano sobre las cuestiones fundamentales como quienes somos, nuestro origen y destino, el propósito de la vida, el bien y el mal, el pecado, la causa y fin del sufrimiento, el camino hacia la felicidad, la muerte, la salvación y el más allá.

Una religión, -estamos pensando básicamente al escribir esto en la católica, aunque en lo sustancial se puede hacer extensible a todas las demás-, se  organiza y estructura en torno a una batería de creencias y dogmas que sus seguidores o fieles tienen que seguir y acatar. Esto les garantiza una clase de salvación después del paso por esta vida. Tiene una jerarquía de autoridades, la principal de las cuales ostenta el poder máximo en la figura de un jefe espiritual, primado o papa, que se va pasando de unos a otros por vía directa desde su fundación. Ellos son los encargados de conservar, vigilar y controlar la ortodoxia de la misma, la cual se sustenta sobre un armazón teológico y doctrinario, por lo general muy completo y desarrollado, de escritos que lo que hacen es interpretar las supuestas verdades fundamentales que se consideran de origen divino o reveladas por Dios. Suelen tener un libro donde se recogen las enseñanzas y mensajes revelados, como por ejemplo la Biblia, el Corán... Y cada una de ellas tiene su particular liturgia de gestos, ritos, sacramentos y prácticas que ayudan a sus feligreses a conectarse con lo sagrado.

Las religiones, en realidad, son interpretaciones de lo sagrado y de lo que sus fundadores o seguidores consideran la voz  y la palabra de Dios. Pero sólo eso, es decir interpretaciones, transmisiones mediatizadas, y no más que eso, aunque para algunos puedan tener un valor superior o incluso único. Digo que sólo eso, porque Dios o como quiera que se le llame, Lo Real, El Ser, Alá, El Tao, Brahma, etc.. no se puede encajonar, concretar ni reducir a nada puesto que todo lo trasciende y supera, y, por lo tanto, decir de algo o de alguien que es, manifiesta, posee o dice “su palabra” no deja de ser un sinsentido, un atrevimiento e incluso una aberración. No existe tal cosa como la palabra, la voluntad o la obra de Dios. Dios es el Todo, Lo Uno. Otra cosa muy distinta es que existan, como los hay, niveles de comprensión, discernimiento y conciencia más o menos elevados, más o menos universales,  y también más o menos condicionados por elementos culturales, sociológicos o egóticos del ser humano que transmitan ciertas verdades que apunten y señalen a realidades de tipo espiritual. Eso en alguna medida existe en cada una de las religiones y, cómo no, en otras partes. Todo lo demás es humano, muy humano.

No podemos ni queremos negar el valor que las religiones han tenido y tienen  para el ser humano que a través de ellas han canalizado sus ansias de trascendencia y por lo tanto su anhelo espiritual; así como hay que reconocer también sus grandes contribuciones humanitarias, culturales, ideológicas y de integración social a lo largo de la historia. Han sido y son, aún para muchos, un refugio auténtico que calma parte del sufrimiento y dolor que se vive en el mundo, a la vez que ofrecen un valioso bagaje de esperanza y de sentido para quienes agotados por las falsas esperanzas del materialismo aspiran a algo permanente y realmente liberador para sus mentes cansadas y espíritus hambrientos de eternidad. Aunque hay que añadir también que cada religión tiene en su haber su particular cúmulo de sombras debido a sus propias tensiones, manipulaciones, desviaciones y errores que en no pocas ocasiones han llevado a enfrentamientos, guerras, condenas y, por lo tanto, más sufrimiento para los humanos, tal y como la historia más o menos reciente nos muestra.

Pero dicho todo lo cual y sin ninguna pretensión, ni mucho menos, de quitarle a nadie la base religiosa sobre la que se apoya si es en ella donde ha encontrado su camino y la luz que necesitaba, creo no obstante que sí es importante y necesario constatar y decir sobre el hecho muy real y no menos valioso por lo que a los seres humanos representa, de que existen muchos hombres y mujeres que ya no necesitan ni buscan la religión para vivir en plenitud su espiritualidad y sus aspiraciones de trascendencia. Lo que ya de entrada nos permite establecer una clara línea divisoria, que no tiene porqué necesariamente existir, pero que sí que se da entre lo que es la religión y lo que es la espiritualidad. Esto es un hecho verificable y hoy muy frecuente, además de muy significativo, que además lleva camino de aumentar en el futuro.
Es significativo, en el sentido de que apunta al despertar cada vez más patente y presente en la conciencia de sí de cada uno de su propia espiritualidad, es decir de la conexión interior sentida con su alma y la trascendencia, digamos que con lo superior y divino. Esto, que es lo fundamental en la experiencia religiosa, -“religare”, unirnos con lo que somos-, ha desplazado todo el peso       que antes tenían iglesias y religiones a caminos más libres y autónomos descargados de dogmas, morales prefabricadas y autoridades protectoras con capacidad para salvar o condenar, juzgar o decidir entre el bien y el mal, lo que es y lo que no es sobre lo sagrado y lo profano.

Creo que esto representa un paso importante evolutivo en la humanidad que soltando las religiones se abre al espíritu que anida y late en el propio corazón y que es nuestra verdadera esencia, para dejarse guiar por él y desde él vivir, libre de tanta coraza externa y de tanto dirigismo que no hacían otra cosa que infantilizar a la humanidad. Dios ya no es un hecho externo o separado de nosotros mismos, nada existe fuera de Él, todo está entrelazado e interconectado. El Espíritu no es algo allí, sino aquí, y en todo, como algo siempre presente, como una totalidad en un eterno ahora.

No sabemos cuál será el futuro exacto de las religiones, pero seguro que estas irán parejas al crecimiento y evolución de la humanidad. Y si esto es así como creo, la religión externa que conocemos tenderá a desaparecer en favor de un ser humano más enraizado en su alma y en su ser y por lo tanto libre de ese tipo de estructuras y dogmas, de moral y de normas aunque, contrariamente a lo que pudiera parecer o interpretarse, más alineado con el verdadero amor, la verdadera sabiduría y el verdadero poder que en lugar de frustrar o competir con el amor, la sabiduría y el poder de los demás lo potenciarán en lo que suponemos que será una sociedad de seres más libres y con una conciencia realmente espiritual.
  
Como confirmación de estos nuevos aires que ya empujan con fuerza desde dentro, en el corazón de muchas personas, he aquí las palabras que leí hace unos años del escritor  Sanchez Dragó en las que decía: “creo que las iglesias en general han cubierto una función de intermediarias entre los seres humanos y el espíritu en un determinado momento de la historia de la evolución de la humanidad. Pero ahora, en la medida en que la humanidad ha ido creciendo, ha ido desarrollándose, se ha echado a andar por sí misma. Actualmente, hay muchas personas en todo el mundo que para entrar en contacto con el espíritu no necesitan de esos intermediarios que son las iglesias, las liturgias, los sacerdotes, etc. Y eso va a seguir creciendo más.  Estoy convencido de que en un futuro,…,desde luego no muy lejano, todas las iglesias van a dejar de existir porque el hombre tendrá su propia iglesia, tendrá una comunicación personal con Dios desde su propio templo que es el corazón, que es su interior, que es la conciencia” (Nº 117, revista “Más allá de la ciencia”. año 1998).

Palabras que se complementan muy bien con las del también escritor y filósofo Fco. Lopez Seivane el cual dice que: “mientras el ser humano no acepte la responsabilidad de la búsqueda personal, mientras necesite la tutela de una institución, mientras se halle dispuesto a “aceptar lo que no sabe”, no puede hablarse de un hombre o mujer espiritual, sino de un feligrés, un seguidor, una persona religiosa refugiada en la confortable seguridad de la masa, fortalecida por la compañía de muchos, limitada a aceptar lo que le digan y a conformar su conducta según le impongan”. Creo que en lo fundamental ya está todo dicho. Ahora el Silencio y desde él el futuro tienen la palabra.


lunes, 30 de enero de 2017

CISNES Y NO PATITOS FEOS. (El largo camino de regreso a casa)

Todos recordamos el famoso cuento ya clásico, de Hans Christian Andersen, donde se cuenta la historia de aquel patito feo que a causa de sus características físicas, no sólo se sentía rechazado por las otras ánades sino que estaba constantemente infeliz. El “patito feo”, que era como le llamaban todos, se sentía muy desgraciado al ver que tenía que vivir de un modo que, sin saber bien por qué, no le satisfacía. Hasta que, llegado un buen día, vio cómo una bandada de aves surcaba el cielo en busca de las cálidas tierras del sur.

Tenían el cuello largo y esbelto. ¡Eran cisnes! “¡Ah, si pudiera volar con ellas!, –pensó con tristeza el desdichado patito-. “Pero, -se dijo de nuevo para sí-, ¿cómo van a aceptar a alguien tan feo como yo?”, y con estos pensamientos continuó viviendo y vagando de un lugar a otro del mundo entre su soledad, su desconcierto y su pesar.

Hasta que, después de pasado un largo invierno, llegó andando a un maravilloso jardín, con un gran estanque rodeado todo él de bonitas flores de vivos colores, con inmensos árboles y ardillas jugueteando. El “patito feo”, que estaba ya asombrado ante semejante espectáculo, quedó más fascinado todavía cuando descubrió allí en medio del lago, sorteando nenúfares y plantas acuáticas, tres cisnes como los que había visto volar, los cuales nadaban deslizándose sobre el agua, al tiempo que lucían con garbo su esbeltez, y majestuosidad.

            El patito, entonces, siguiendo un irreprimible impulso que le salió desde lo más hondo de sí, ni corto ni perezoso, y sin pensárselo dos veces, ¡zas!, se lanzó al agua y nadó hasta donde estaban aquellos cisnes, primero tímido, con la cabeza agachada, sin atreverse a mirarlos a la cara. Pero…, ¡un momento!, porque ¿qué era esa imagen que de sí mismo se veía en el agua?...

El lago le devolvió el reflejo, y lo que el patito vio fue ni más ni menos que…¡la imagen de un precioso cisne blanco, igual como los que él estaba admirando, y en el que se había transformado después de aquel duro invierno! Y todos cuantos pasaban por allí se paraban para contemplarlo admirados por su proverbial belleza. De pronto, una bandada de cisnes cruzó de nuevo el cielo azul, un cielo resplandeciente como jamás había visto, y esta vez, ya seguro de sí, alzó sin pensarlo también el vuelo, junto a los otros que ya le acompañaban en el estanque, y raudo, veloz como una flecha, contento como jamás se había sentido antes, se unió a ellos, y volaron y volaron, libres, sobre campos, prados y montañas, hacia tierras nuevas, a mundos nuevos, tan felices…

            Esta es de algún modo tu historia, la mía, nuestra historia, la historia de quienes nos habíamos identificado con una imagen pobre, reprimida y corta sobre nosotros mismos, con el pequeño yo en vez de con la radiante identidad de nuestro verdadero ser, hasta que movidos por eso y por una extraña nostalgia fuimos rondando durante mucho tiempo, vidas incluso, vagando y vagando por el mundo tras la búsqueda de un origen presentido que en algún lugar de nuestra alma resonaba como propio. Hasta que lo encontramos, y con él la plenitud tantas veces anhelada. Este periplo que todos vivimos, a veces la vida nos lo pone delante con imágenes paradigmáticas en las que nos podemos reconocer de algún modo, como ocurre con la magistral película “Lion”, ópera prima del director Garth Davis y protagonizada por Dev Patel y Rooney Mara. En este Filme se nos cuenta la historia real de Saroo Brierley, un niño que a los cinco años se perdió en los barrios de Calcuta y que pasó otros cinco deambulando extraviado por el país, hasta que fue adoptado por un matrimonio australiano.


25 años después, Saroo circunstancialmente comenzó a tener pequeños vislumbres y recuerdos de su verdadera identidad y primera infancia, lo que le lleva obsesivamente y con ingente esfuerzo a buscar a través de Google Earth tanto el lugar de su procedencia como a su familia. Ambos objetivos finalmente son felizmente alcanzados dándose el reencuentro, en el que fue su mismo pueblo natal al que se desplaza, con su madre ya anciana y su hermana. Toda una maravillosa descripción de lo que es un largo regreso de vuelta a casa en el que todo buscador espiritual no puede sino verse perfectamente reflejado, lo que le da a la espléndida película, para quien así la quiera contemplar, un significado añadido y muy especial. Vale la pena verla desde ese y otros muchos puntos de vista.           

domingo, 29 de enero de 2017

RECONOCIENDO LO QUE SOMOS AYUDAMOS A LIBERARSE A LOS DEMÁS.

Mientras que no tomemos clara conciencia de que quien determina lo que ha de ser nuestra vida somos nosotros mismos y de que la responsabilidad sobre el modo de experimentar nuestro vivir es algo que nos compete asumir a cada cual, continuaremos siendo verdaderas marionetas del exterior, eternos y dependientes niños clamando al papá/mamá estado, iglesia, partido, jefe, pareja, amistad, etc., para que nos resuelvan lo que sólo a nosotros nos toca resolver si es que queremos crecer. Y es desde semejante óptica, desde donde se tendría que ver el origen de tantos conflictos como los que nos enfrentan a unos y a otros, que se extienden por el mundo en forma de guerras, de explotación, esclavitud, miseria y hambre. Estoy convencido de que si de verdad comprendiéramos de una vez por todas que los demás no son los responsables de nuestra existencia, ni nosotros de la suya, a partir de entonces la revolución más grande de la historia se habría, por fin, iniciado.

Pero, para que eso pueda darse, el ser humano ha de empezar a enfrentarse a las preguntas no resueltas sobre sí mismo que le harán cambiar toda la vieja visión de dependencia sobre los otros y el exterior. Las fundamentales, como las de quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy están en la base de todo. Y, luego, todas las que en vez de apuntar y transferir responsabilidades fuera, hacia los demás y las circunstancias del tipo que sean, nos obligan irremediablemente a situarnos ante nuestro propio espejo, el que nos devolverá nuestro verdadero potencial, riqueza interior, propósito personal, tareas que nos corresponden, compromisos como almas, necesidades evolutivas y comprensiones que por miedo al cambio a que nos obligan las tenemos silenciadas o simplemente aparcadas. Preguntas como: ¿qué me enseña esto o tal y cual persona sobre mí?, ¿para qué esto, para qué ahora?, ¿cuál es mi punto de verdad sobre lo que me está pasando?, o, más allá de mis reacciones habituales de enfado, rabia, temor o irresistible deseo, cuando las emociones menguan o se apartan ¿cuál es mi auténtico sentir y lo que sin condicionamientos externos quiero?, ¿para qué estoy aquí?, y ¿para que pide mi genuina colaboración la vida?, etc.

Todas estas preguntas u otras parecidas parten de la idea y de la intuición profunda de que todos hemos nacido como almas para ser libres y, por lo tanto, los verdaderos dueños de nuestra paz, felicidad y alegría, o, dicho de otro modo, para experimentar en nosotros y desde nosotros la plenitud de quienes hallándose unidos a la totalidad de la que formamos parte, -Dios, la Conciencia o el Ser-, que es un fondo inagotable de amor y gozo, de sabiduría y energía, están llamados a experimentarla y vivirla. Porque no a otra cosa aspira quien ha visto ya que no es un personaje ni tal o cual aventura circunstancial por la que está pasando. En este sentido, decía el entrañable maestro y guía espiritual Antonio Blay Foncuberta que: “es muy importante ver con certeza que esto es así porque nuestra vida está construida sobre una creencia totalmente distinta. Nuestra vida está construida sobre la creencia adquirida de que son las circunstancias y las personas que me rodean las que hacen que yo sea feliz o desgraciado. Estamos viviendo bajo esa convicción y por ello culpabilizamos a los demás. En cambio, si uno llega a ver con claridad que nada del exterior puede suplir lo que es la actualización de uno mismo, si verdaderamente se ve claro, esto marcará un cambio radical en la actitud que se tiene ante nosotros mismos y ante la vida.

Porque como expresaba también el filósofo y ensayista Ortega y Gasset: “No somos dispersados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos”.

Por todo ello, los intentos y deseos por ayudar y querer cambiar las condiciones de los demás, no deberían de hacernos olvidar nunca que cada cual tiene y vive su propia vida, y que en consecuencia es absurdo intentar modificarla si forma parte del plan de uno. Querer hacerlo es como intentar cambiar el guión de una película a mitad del rodaje o de la proyección. Si obviamos esto, nos podemos convertir en caricaturas del amor, en cireneos inoportunos, o en profesionales de la ayuda que tal vez lo que buscan es ocultar sus propias frustraciones, sentimientos no resueltos de culpa y vacíos personales. Hay muchas “ongs” pululando hoy por el mundo; no estaría de más que cada uno se preguntase desde donde actúa y cuál es el verdadero fin de la ayuda. No es que uno abogue porque esto no se haga cuando de verdad otros nos necesitan, ni mucho menos, aunque, eso sí, habrá que hacerlo desde una óptica más real, más alineada, menos interesada, más integral y, si se me apura, más respetuosa también con la dinámica, la vida y demandas de los demás. Dicho de manera un tanto provocativa, pero no por ello menos asumible: ¡hasta un heroinómano tiene derecho a vivir y morir así, si es eso por lo que él, y  desde su alma, ha decidido pasar y experimentar! Amar esto es muy difícil, pero amar de verdad también significa amar el proceso vital de los otros.

Desde una óptica materialista, en la que todo es el resultado de la fatalidad, de la lucha de clases, de la explotación del hombre por el hombre y de cosas por el estilo puede resultar muy difícil comprender que uno haya decidido nacer en los lugares más inhóspitos de la Tierra, en las peores condiciones socioeconómicas o en las familias peor estructuradas, pero ello no anula para nada la verdad de que cada cual ha elegido su propia aventura con fines que no alcanzan a ver los ojos que todo lo evalúan según los intereses del mundo exterior. Pero el Espíritu es real, la evolución del alma a través de experiencias también y lo mismo el sentido y guía que subyace a todas las existencias.

Dicho esto, vale recalcar, que las acciones que parten del amor verdadero y desinteresado que contempla al otro como un hermano, un hijo de Dios, o yo mismo en él, nunca pretenden sustituir el camino de los demás, ni frenan la experiencia vital de su crecimiento, sino que, al contrario, los aceleran, porque esa clase de amor no se dirige fundamentalmente a los egos o a los personajes, ni siquiera a las estructuras aunque a veces es lo que haya que hacer, sino que va al corazón mismo del ayudado y de la realidad en que se encuentra y vive. Por eso, y como resultado, quienes participan de acciones hechas así evolucionan más fácilmente y experimentan a la vez que comparten la verdadera felicidad en el encuentro con lo que son.

Recordemos, que algunos criticaban en su tiempo a la Madre Teresa de Calcuta porque, -decían ellos-, no planificaba sus ayudas, es decir, porque no actuaba como los políticos, ni se refería a las estructuras injustas o a lo malos que son o eran los demás que creaban situaciones como las que ellas tenía que atender y resolver. Pero a ella esas críticas no le importaban ni lo más mínimo ya que su motivación interior iba por otros cauces muy diferentes, por eso respondía, si acaso, que se limitaba a seguir lo que su corazón le pedía y que era atender y dar amor a las personas con las que se encontraba y que la necesitaban. No la movía en absoluto la necesidad de cambiar nada. Todo así de simple, todo así de grandioso. Ser puro, Amor puro, Conciencia pura. Y esto es lo que daba a los demás, con independencia de la cama y comida con que los acogía, pues con su actitud y su mirada les recordaba lo que ellos también eran: amor, felicidad y de una belleza que sólo los ojos iluminados como los suyos podían atisbar. Por eso, los desauciados morían gozosos y felices en sus brazos, y no, precisamente, porque les había devuelto la riqueza que no tenían o la salud que les faltaba. Y esto, a la larga también cambia las estructuras y a los corazones que hay que cambiar, pero desde dentro.

Qué bien refleja esa mirada liberadora de Teresa de Calcuta, lo que el cristiano contemplativo Thomas Merton experimentó cuando despertó a su esencia, a su ser, y que transformó a la vez su propia visión de los demás: “Fue entonces como si de pronto viese la belleza secreta de sus corazones, las profundidades a donde no llegan el deseo ni el pecado, la persona que se es a los ojos de Dios. Si tan sólo pudieran verse tal cual son, si tan sólo pudiéramos vernos unos a otros de esa manera, no habría razón de ser de la guerra, el odio, la crueldad. Nos postraríamos para adorarnos unos a otros”.
            
           Y es que, verdaderamente, al cambiar interiormente y descubrir la grandeza, la realidad divina y el ser que somos no sólo nos convertimos en dueños y señores de nuestra felicidad porque la somos, sino que también nuestras relaciones con los demás, incluidos aquellos a los que se pretendía ayudar, cambian radicalmente. Entonces nos liberamos definitivamente y los liberamos a ellos también, sobre todo de tantas proyecciones erróneas que les habíamos hecho. Porque como muy bien dice dice el filósofo, psiquiatra y antropólogo Roger Walsh “cuando el ojo del alma empieza a reconocer lo sagrado en todas las cosas, despierta también a la visión de lo sagrado en todas las personas. Allí donde antes veía desconocidos o competidores, puede ver ahora budas o hijos de Dios. …En lugar de sospecha y miedo, aparecen sentimientos como  amor y apertura. Si vemos gente que disfruta de buena fortuna y alegría, sentimos una felicidad natural porque ellos son felices” (Roger Walsh, “Espiritualidad esencial”, edit. Alamah, pag.286).




sábado, 28 de enero de 2017

UN PLAN DE VIDA PARA CADA UNO AL NACER

Si es verdad como uno intuye y cree que nuestra vida no es el producto de movimientos ciegos ni de casualidades indefinidas, ni nuestra realidad individual es un barquichuelo a la deriva que se mueve sin ton ni son, y si, además, como todo nos indica  y podemos constatar, somos realmente almas constituidas por un núcleo esencial de conciencia, con inteligencia, voluntad y amor tras la búsqueda de la plenitud y realización de un potencial interior que constantemente nos atrae hacia sí, ¿podríamos en tal caso creer que esta vida actual con toda su inmensa riqueza de personajes, acontecimientos, posibilidades, dificultades y retos nos ha sobrevenido como un alud o a ella hemos ido de forma fortuita, absurda o ciega? ¿Es esto realmente posible y lógico a la vista de lo que sentimos e intuimos que somos? Todo nos lleva a pensar y ver que no, en absoluto.


Vivir es tender constantemente hacia un estado de felicidad y bienestar estable  y permanente, empeño en el que no cejamos nunca y en el que volcamos todas nuestras fuerzas y capacidades, que nos llevan a buscar en infinidad de sitios, experiencias y situaciones. Siendo esto así, si como almas nacemos a este mundo, ¿nos parecería natural que semejante venida estuviera separada de esa búsqueda y desprovista de una finalidad y propósito?, más bien no. Y en tal caso, ¿se plantearía semejante propósito  independientemente de las personas con las que más estrechamente íbamos a convivir, las más significativas para nosotros, las circunstancias más destacables, los lugares más relevantes, etc.?, pues tampoco. En cuyo caso: los padres que tenemos, la familia en la que crecemos, la situación económica, características de nuestro cuerpo, país, experiencias destacables, pareja, trabajo, hijos, etc., formarían parte de elecciones y decisiones previas a nuestro nacimiento, que por razones sólo conocidas por nosotros o con el concurso de alguna clase de instructores o guías habríamos tomado.

Pero no sólo eso, sino que también el desarrollo de nuestra vida, su coherencia interna, la dirección de la misma, la clase de problemas a afrontar , los aprendizajes a realizar, lo que vamos sabiendo de nosotros y nuestro papel, el descubrimiento de un cierto guión interno, así como también la constatación de que sus impulsos y orientaciones de crecimiento y realización tienden a prolongarse más allá del limitado tiempo que una sola vida permite vivir, avalarían cuanto estamos diciendo, y reforzaría además el convencimiento de que vivir como almas es experimentar y realizar a lo largo de un continuum interminable de existencias infinidad de posibilidades que se irían materializando a través de planes, objetivos y propósitos.

Los testimonios de quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte y han regresado para realizar ciertas tareas pendientes, así como los de quienes han podido retrotraerse a la vida antes de la vida y al modo como orientaron su nueva reencarnación, así como nuestro sentir más profundo consolidan todo lo que estamos diciendo. Así que como muestra significativa de todo ello recogemos a continuación algunos testimonios y afirmaciones de investigadores del trabajo de cada alma y de sabios que nos aportan más luz sobre lo que realmente representa cada nacimiento.

En este sentido, Suzanne Powele, sanadora y maestra espiritual nos recuerda que: “antes de venir a encarnar en el planeta cada uno ya ha diseñado su plan de vida. Existen acuerdos previos a la encarnación en los que nos hemos repartido los roles, en los que hemos acordado ayudarnos en caso de que nos despistemos en el camino. Estamos jugando ahora a descubrir quién es quién, pero no podremos saber quiénes son los demás hasta que descubramos quienes somos nosotros. Cuando ya sabes quién eres tú, se retira el velo y es más fácil averiguar quiénes somos”.

Y por su parte, el investigador Robert Schwartz estudioso de la relación entre la vida de las personas y su propósito al nacer afirma: “si…sabes ( que es como decir, sientes) que eres un alma eterna, entonces la consecuencia será una vida totalmente diferente. Si, además, sabes que planeaste tu discapacidad, que de hecho tiene un profundo significado, entonces tu vida se convertirá en una búsqueda para descubrir ese significado. El sufrimiento se dulcificará, y el vacío será reemplazado por un propósito…todo tiene un significado superior” (“El plan de tu alma”, edit. Sirio, 322)

Pero resalta, por el valor que le otorga el haber dedicado toda una vida a estudiar e investigar la memoria clínica del alma de la vida entre vidas a partir de miles de regresiones, así como la cosmología de la existencia después de la muerte, la información recogida por el eminente psiquiatra Dr. Michael Newton, quien escribe: “No hemos recibido nuestros cuerpos por capricho de la naturaleza; fue seleccionado por nosotros mismos con la ayuda de consejeros espirituales, después de haber observado otros cuerpos ofrecidos como alternativa y aceptado el que tenemos actualmente. Además, no somos víctimas de las circunstancias, estamos comprometidos… para participar activamente en la vida y no como simples espectadores. No debemos perder la idea de que hemos aceptado un sagrado contrato de vida, lo que significa que los roles que jugamos en la Tierra son en realidad más grandes que nosotros mismos” (“El destino de las almas”, Arcano books, pag.360).

Y abundando más en lo dicho, es muy oportuna la información que nos da el Dr. José Luis Cabouli, que dedicado actualmente y por entero a la investigación de vidas pasadas y al plan de nuestras almas al nacer, nos dice sobre la regresiones que realiza  que “al entrar a los pacientes en el espacio entre vidas inmediatamente antes de encarnar, se hizo evidente en forma natural y espontánea que cada uno de nosotros trae un propósito definido para estar encarnado en un cuerpo físico en la Tierra…es lo que nos lleva a vivir determinadas experiencias en la vida” (“El propósito del alma”, ediciones continente, pag. 9).

Todo, por lo tanto, previsto, al menos en sus líneas fundamentales. Tenemos una vida nada azarosa ni improvisada, en un mundo, un lugar y con unas personas que nos ofrecen todos los elementos necesarios para que esta se desarrolle, no de forma arbitraria ni caótica sino siguiendo un orden y como se ve para que un determinado plan “oculto” se manifieste y se cumpla. En cuyo caso, podríamos decir utilizando el lenguaje del gran físico y Nobel David Bohm que existe una especie de orden implicado que es el que lo está sustentando todo de forma más que inteligente y dándole su verdadero sentido; hasta tal punto, que allí donde podríamos ver superficialmente desastre, anomía, confusión, locura o caos lo que de verdad encontramos una vez que aprendemos a discernir y ver en profundidad es una finalidad, una especie de diseño y un plan perfecto llevándose a cabo, no sólo para cada vida en particular sino también para el conjunto del que todos participamos de forma interdependiente y entrelazada. Nada sobra, nadie está de más o de menos porque sin la aportación y la existencia del otro yo sencillamente no existiría y, por supuesto, el infinito guión de la existencia no se podría desarrollar.

Esto lo han podido intuir muchos grandes hombres, y lo podemos observar nosotros también cuando repasamos con detenimiento y cierta perspectiva nuestras propias vidas. Dice a este respecto el importante mitólogo Joseph Campbell que: “Shopenhauer…señala que cuando uno llega a una edad avanzada y evoca su vida, esta parece haber tenido un orden y un plan, como si la hubiera compuesto un novelista. Acontecimientos que en su momento parecían accidentales e irrelevantes se manifiestan como factores indispensables en la composición de una trama coherente…
…¿Quién compuso esa trama?....nuestra vida entera está compuesta por la voluntad que hay dentro de nosotros. Y así como personas a quienes conocimos por casualidad se convirtieron en agentes decisivos en la estructuración de nuestra vida, también nosotros hemos servido inadvertidamente como agentes, dando sentido a vidas ajenas. La totalidad de estos elementos se unen como una gran sinfonía, y todo se estructura inconscientemente con todo lo demás…
Todo guarda una relación mutua con todo.., así que no podemos culpar a nadie por nada. Es como si hubiera una intención única detrás de todo ello, que siempre cobra un cierto sentido…”

Tenemos información, pues, más que suficiente, para afirmar convencidos que todos nacimos con un plan, un propósito y un sentido en y para nuestra alma, y que nuestra existencia es el lugar en donde todo esto se despliega y se pone en escena. Por eso, aunque muchos dicen de la Tierra que es una Escuela, no es menos cierto también afirmar que es un inmenso escenario, y sobre todo un lugar de realización de cuanto nuestro ser es y representa. En realidad, es todo eso junto y como siempre, mucho más, ya que todo es la obra del Espíritu en su juego eterno, juego que el Maestro de Judo Robert J. Godet califica como el Judo del Espíritu, en el que:

“El tatami es el Mundo./ El kimono es la mente./ El cinturón es la voluntad./ El vientre es la fe./ El agarre el desapego./ La atención es la conciencia./ El adversario es uno mismo”

viernes, 27 de enero de 2017

EL CAMBIO RADICAL QUE SE ESTÁ PRODUCIENDO

La sensación de que las cosas están cambiando y de que ya nada o casi nada es lo que era es muy fuerte y está muy presente entre la gente. Y esto, que se ve muy claro a nivel del clima, por ejemplo, no es menos evidente e intenso en todos los ámbitos del mundo en el que nos movemos, económico, tecnológico, social , político…, y, lo más decisivo, porque es lo fundamental: a nivel interno. Las causas en lo que respecta al cambio climático seguramente van más allá incluso del impacto que el dióxido de carbono ejerce sobre la atmósfera terrestre o de los famosos ciclos por los que la Tierra atraviesa, ya que seguramente la influencia de los movimientos que se dan en el sol sean la explicación definitiva de algo que está repercutiendo y repercutirá sustancialmente en la adaptación al planeta Tierra. No vamos a entrar en los muchos cambios que se están dando también como efecto de la llamada globalización, ni siquiera en lo que algunos llamaron el fin de las ideologías o de los sistemas clásicos como son el capitalismo o el comunismo tan sujetos a revisión si no a cambios profundos. Vamos a ir a algo que a nuestro entender es aún más radical y transformador, más trascendente incluso.

Nos estamos refiriendo al fin de toda una era que ha estado conducida por una visión de la trascendencia ligada a modelos dualistas que situaban al ser humano frente a un Dios externo a nosotros y a una idea sobre lo que somos que también consciente o inconscientemente giraba alrededor de esa concepción. Hasta las distintas formas de ateísmo se alimentaban de tal cosmovisión aunque sólo fuera para situarse a la contra. Pero hoy todo el mundo nutrido por las antiguas religiones que servían de elemento aglutinador y de cohesión entre las gentes a las cuales les daba cierta identidad sobre su origen y destino ha hecho agua en su línea de flotación. Las bases del teísmo, de las religiones y de la percepción acerca de lo que somos se han diluido aceleradamente. Las viejas creencias se han resquebrajado y la nueva cosmovisión, o sea, el nuevo paradigma aún no ha enraizado. Hay, pues, una crisis muy profunda de identidad como seres humanos cuya resolución está aún por venir, a pesar de que ya son muchos los indicios que apuntan al nacimiento de una nueva era y en cómo no un hombre nuevo con una conciencia igualmente nueva.

Diremos algunos signos que señalan la dirección de este cambio de conciencia:

1º.- Si el ser humano, sobre todo desde el momento en que pisamos la luna, desarrolló la conciencia planetaria, ahora, además, está viendo nacer en él un nueva conciencia, pero esta interplanetaria, alentada no sólo por la posibilidad  cada vez más asumida por todos de que no somos los únicos habitantes del Cósmos, sino también de que somos visitados por seres de otros mundo, si es que no están ya viviendo y colaborando entre nosotros. Nos sentimos y nos sentiremos cada vez más unidos a los seres de otros mundos y galaxias.

2º.- Las experiencias cercanas a la muerte, su investigación y seguimiento con los testimonios aportados por cientos de miles de personas que han pasado por ellas han trastocado el eje medular de posiblemente la mayor incógnita y fuente de temores en el ser humano: la muerte, que junto con la información aportada desde esa nueva óptica sobre el más allá, Dios y lo que somos ha cambiado nuestro estado conciencial e incluso la importancia de los enfoques de la mayoría de las religiones. No hay duda de que cuando se cambia la visión de la muerte se cambia toda la visión de la realidad. Y esto es lo que está pasando, nos demos cuenta o no.

3º.- Tanto las experiencias cercanas a la muerte como las experiencias meditativas, los estados expandidos de conciencia, así como las experiencias extracorpóreas, la transcomunicación instrumental y otras formas de experimentar lo que es la conciencia de forma independiente y autónoma respecto al cuerpo nos ha aportado una nueva visión sobre nuestro ser y la conciencia que arrambla todos los viejos postulados del materialismo que afirmaba que la conciencia es un producto del cerebro y que con él se extingue. Y esto evidentemente nos da una perspectiva radicalmente nueva sobre nosotros, la realidad y nuestras posibilidades que dejan atrás los antiguos paradigmas dualistas y materialistas.

4º- Todo lo anterior ha contribuido de forma decisiva a que también la idea de una Dios allá fuera, separado y diferente de nosotros se derrumbara definitivamente. La experiencia de que Dios y yo somos lo mismo en el sentido de que yo soy un modo del ser de Dios es algo que ya está generalizado entre muchísima gente que ha podido acceder de algún modo a la experiencia mística y unitaria de Dios-Realidad a la que los estados expandidos de conciencia nos ha llevado. Resulta evidente que una nueva visión y concepción de Dios cambia en profundidad también la idea sobre nosotros mismos, sobre la realidad y sobre todos los viejos paradigmas religiosos.

5º. La idea de ser no cuerpos sino almas viviendo cada una su propia experiencia, creciendo a través de ella y en evolución también ha prendido en el corazón de nuestras conciencias. Las ideas que interpretaban el mundo y a las personas como producto o resultado de factores materialistas o económicos también se ha ido por tierra. No somos el producto de la Historia aunque nos sirvamos de ella y en ella nos manifestemos. Así que, ya nada puede ser como antes, ni nuestras dependencias, victimismos o servilismos se pueden justificar. Un ser humano más autónomo, responsable y libre, con más poder y decisión de ser está naciendo.


6º.- También la idea de la reencarnación se está abriendo paso de forma acelerada. Por poco que miremos lo que es la lógica de la vida y del alma que somos comprenderemos su valor. En realidad, somos espíritus viviendo una inmensa aventura que apenas hemos alcanzado a vislumbrar y de la que somos aún testigos despertando a su propia maravilla, la de ser seres sagrados viajando y creando por el infinito espacio de la realidad divina. Este es nuestro destino y nuestro plan. Y este es el cambio radical y precioso al que estamos asistiendo.

jueves, 26 de enero de 2017

NO SOMOS SERES DESGAJADOS DEL UNIVERSO

Nadie que quiera comprender lo que es el Universo lo podrá hacer si antes no ha sido capaz de llegar a conocerse a sí mismo. Porque el universo y nosotros no somos dos elementos ni siquiera dos niveles diferentes. En realidad, no existe tal cosa como el universo por una parte y nosotros por otra. De hecho, cuanto más nos olvidemos de nosotros para entender aquel, más y más lejos nos iremos colocando respecto de la solución. Este el gran problema al que constantemente se enfrentan quienes buscan en las partes, -que sólo existen en la mente del investigador-, respuestas a lo que es una realidad global, cual es el enigma del universo.
En este sentido, un científico de la talla de John Wheeler, reconocido como uno de los más notables físicos teóricos de los últimos años advierte y afirma que: “ninguna teoría de la física que se ocupe sólo de física explicará nunca la física. Yo creo que al mismo tiempo que intentamos entender el universo, estamos intentando entender al ser humano. Actualmente me parece que estamos empezando a sospechar que el ser humano no es una insignificante pieza sin apenas importancia en el funcionamiento de la gran máquina, sino más bien que hay un vínculo mucho más íntimo entre el ser humano y el universo de lo que habíamos sospechado hasta ahora.
Sólo cuando reconozcamos ese vínculo podremos hacer progresos en algunos de los asuntos más difíciles a los que nos enfrentamos. Nadie que piense sobre ello desde este punto de vista puede evitar preguntarse si las partículas y sus propiedades no se hallan de algún modo, relacionadas para hacer que el ser humano sea posible.
El ser humano es el comienzo del análisis; el ser humano es el término del análisis –pues el mundo físico se halla ligado, en algún sentido profundo, al ser humano” ( De un artículo publicado en “The Intellectual Digest” de Junio de 1973, y recogido por Anthony Peake en su libro “¿Somos Inmortales?”, editado por Kairós (pag.67))
Y no otra cosa distinta, es hacia la que apunta el físico James Trefil quien acuñó el término “Principio Antrópico”, según el cual, desde el mismo momento del Big-bang, algunos parámetros físicos parecen ajustados y ajustarse para permitir el desarrollo y la aparición de formas humanas, de tal forma que, según él: “a medida que mejora nuestro conocimiento acerca del cosmos se hace más patente que si el universo se hubiera estructurado de una forma ligeramente distinta, no estaríamos aquí para verlo. Es como si estuviera hecho para nosotros, un jardín del Edén con un diseño insuperable”.

            En definitiva, lo que se está diciendo es que todo está vinculado y unido, entrelazado podríamos decir, y que vernos separados del todo no tiene ningún sentido. El nexo de unión no es otro que la Conciencia o Espíritu. 

EL “ADVERSARIO” Y EL FIN QUE HEMOS VENIDO A ALCANZAR

           Existe un movimiento sutil que, arrancando desde el fondo del ser de cada uno, nos lleva hacia la consecución de objetivos y fines, al principio dispersos o escasamente definidos, pero que,  poco a poco, se van perfilando con su particular grandeza y sublime atractivo hasta realizar el plan de nuestras almas. Este es, en definitiva, el movimiento luminoso de nuestra existencia hacia la realización en cada uno y desde cada cual de su genuino y más rico potencial, pero no de forma indefinida ni abstracta sino a través de objetivos muy concretos y tareas determinadas.

Porque nuestra vida no es una manifestación de cosas inconexas, sin dirección ni sentido. Al contrario. Si nos fijamos en ella y la rastreamos mínimamente percibiremos un movimiento muy coherente, siguiendo líneas que como flechas apuntan a una misma dirección y persiguiendo idéntico objetivo, lo que podríamos definir como el fin de cada vida o su propósito. Así nos lo expresa Satprem, uno de los más importantes discípulos de Aurobindo y Madre: “todos tenemos una finalidad que alcanzar, en esta vida y a lo largo de todas nuestras vidas, alguna cosa única que expresar, porque cada hombre es único; es nuestra verdad central, nuestra tensión evolutiva especial. Esa finalidad no va revelándose sino lentamente, después de numerosas experiencias y de sucesivos despertamientos, cuando empezamos a ser hombres interiormente formados; entonces nos percatamos de que una especie de hilo da a nuestra vida – a todas nuestras vidas, si hemos cobrado conciencia de ello- una dirección particular, como si todo nos precipitase siempre en el mismo sentido. Un sentido que se hace cada vez más preciso y agudo a medida que avanzamos.”  (Satprem)
           Pero, si esto lo constatamos, no es menos cierto que, constantemente y desde muchos frentes, las dificultades, los problemas y las negaciones de toda clase, nos asaltan, como sombras agazapadas o con total impacto, tendiéndonos a nuestro paso múltiples resistencias y trampas que desalientan, frustran o frenan avances y progresos para nuestra alma. La pereza, el miedo, el desánimo, la duda, la desconfianza en las propias capacidades, la escasa autoestima, pensar que no merecemos tal o cual éxito, ciertos apegos y dependencias que nos amarran a ellos, la falta de fe, el pensamiento materialista, etc., son algunas de las razones o pretextos con los que contamos para sabotear el logro de nuestros objetivos.
           
         También es verdad que esto en sí mismo no es negativo, pues sin resistencias a superar no es posible crecer, ni lograr realización alguna. Es como si la luz que experimentásemos fuese la contraparte de la oscuridad que hayamos sido capaces de develar y deshacer, del mismo modo que la extracción de oro en una mina estuviera relacionado directamente con el grado de profundidad alcanzado y la perforación efectuada en la tierra. Pero, hay veces en que alguna clase de dificultad particular muy insistente fuese a dejarnos del todo derrotados y sin fuerzas para continuar, a pesar incluso de nuestra conciencia de lo que queremos, de la voluntad y de nuestro esfuerzo. Pues bien: eso es lo que representa nuestro Adversario a vencer.
          
          Y es que, como también nos recuerda Satprem: “al mismo tiempo que cobramos conciencia de nuestra finalidad, descubrimos una dificultad particular que es como el reverso o la contradicción de nuestra finalidad. Es un fenómeno extraño, como si tuviésemos exactamente la sombra de nuestra luz –una sombra particular, una dificultad particular, un problema particular que se presenta a nosotros y torna a presentársenos con desconcertante insistencia, siempre la misma, pero bajo aspectos diferentes y en las más distantes circunstancias, y que después de cada batalla victoriosa vuelve con mayor pujanza, proporcional a nuestra nueva intensidad de conciencia, como si tuviésemos que librar aún la misma batalla en cada nuevo plano de conciencia por nosotros conquistado. Mientras más claramente se manifiesta nuestra finalidad, más fuerte se vuelve la sombra. Entonces trabamos conocimiento con El Adversario”: (Satprem: “Sri Aurobindo o la Aventura de la Consciencia”, edit. Obelisco, pag. 277-278).
        
        Lo que la experiencia nos enseña es que con frecuencia ese adversario que todos en alguna medida tenemos o hemos tenido, es el motor que dinamiza nuestro crecimiento interior, el que nos obliga a avanzar y nos abre los caminos de nuestra realización. Por otra parte, llega un momento ya en nuestra vida en que lo podemos despedir agradeciéndole todo el bien que nos ha aportado y el haber sido no nuestro enemigo sino más bien nuestro aliado y complementario.




miércoles, 25 de enero de 2017

SALIR DE NUESTRA “JAULA” PARTICULAR

       Como en otras ocasiones ya había hecho, me fui, -años 90-, a la búsqueda de personas o centros que me aportasen cierta comprensión espiritual y paz interior; esta vez el destino era la antigua escuela de meditación del “Arco Iris”, especie de comunidad “new age”, que en su día fundó el entrañable y siempre admirable Emilio Fiel y que, en ese momento, estaba conducida, por la conocida por todos nosotros como Maha, hoy con el nombre de Shakti Genaine, quien hacía de “terapeuta-maestra”.

Maha era una sabia y avispada mujer suiza, una maestra espiritual entre chamana y druida que con independencia de la misión concreta para la que allí había ido, buscaba siempre para los que asistíamos a los cursos, formas creativas e ingeniosas, también arriesgadas desde mi punto de vista, que nos ayudasen a ver nuestro subconsciente, y a soltar los “viejos enganches” del ego; la finalidad tal y como yo lo interpreto era la de potenciar personas maduras que estuvieran en condiciones de abrirse a los niveles superiores del ser o transpersonales. Con esta intención, nos ofreció aquella mañana la posibilidad de trabajar una especie de psicodrama, a partir de una jaula real de hierro que allí había; la jaula estaba circundada por rígidos barrotes de hierro, y su superficie era de más de un metro de diámetro. El trabajo propuesto consistía en penetrar allí dentro y ver lo que se experimentaba.

Alguien del grupo, voluntariamente, tenía que entrar y permitir que apareciesen las resonancias que, sin lugar a dudas, surgirían de nuestra jaula o cárcel interior. K., (así le llamaremos), una persona, cargada entonces de fuertes agobios por importantes problemas de tipo familiar, se avino enseguida a lo que más que nada parecía un divertido juego; K. penetró dentro y cerramos la puerta, luego la jaula se elevó hasta quedar suspendida en el aire, colgando de la rama de un frondoso árbol.

Las interesantes vivencias que K., a partir de ese momento, tuvo, y sus ricas comprensiones, las detalló luego en un escrito que se publicó en el libro “El otro Arco Iris” de la editorial Gaia, del que extraigo algunos interesantes e ilustrativos  párrafos:

“Me lamenté de lo cogido que me sentía, víctima de las circunstancias de la vida que me mantenían en continuo movimiento……me senté dentro (de la jaula) Estaba solo. Me sentí solo, como si toda la soledad del mundo se me hubiese abalanzado de repente. La situación me resultó conocida: “¡Otra vez igual! De nuevo en la jaula de siempre. Idiota, tú mismo te lo has buscado”. La rabia me inundó. Busqué en los bolsillos la cartera…Deseaba romper en mil pedazos el carnet de identidad. No saldría hasta no haber cambiado.

Inesperadamente me alcé y un grito surgió de lo profundo: “¡Jai Vishva!” ¿Viva el Universo? Estaba de rodillas, aferrando los barrotes con las manos. La voz se perdió en el cielo. Me sentí ridículo y abrumado. Me desnudé y tiré la ropa…por entre las rejas. Ví a Maha acercarse. Detrás, varias personas llevaban botes de tomate y de Ketchup.”¿Querían jugar?¡Jugar! Bobo, era eso. Otra vez pillado en la tragedia, dramatizando la vida”. Pedí una gran lata de tomate y la vertí sobre mi cabeza.

A partir de entonces perdí la noción del tiempo. Todo era una fiesta. Nada se escapaba a la percepción. Los colores, los sonidos, las voces se agrandaban haciéndose más intensas. Todo se mezclaba en un mosaico multicolor donde nada perdía su singularidad. Cada movimiento, un fotograma eterno y sucesivo. Las personas, rizos de mar. Los gestos, las risas, movimientos precisos de consumados artistas…La jaula había desaparecido, integrada en un paisaje móvil. Allí estaba la eternidad…

Han transcurrido cuatro años…(algunas veces) me descubro en la jaula de hábitos milenarios, pensamientos y deseo prefabricados…Ahora sé, a cada instante, que la jaula es sólo un espejismo mental, un laberinto del que puedo salir. La jaula estaba en mi, en mi cabeza…Todo el cuerpo entendió vibrando de alegría”.

Este texto es muy elocuente; yo también me sentí entonces dentro de esa misma jaula, que representaba todos mis miedos y mis resistencias, mis confusiones y mis líos, todas las inseguridades que, como unos férreos y duros barrotes, conformaban mi propia cárcel existencial de la que precisaba con urgencia salir, una jaula-cárcel que, como poco a poco uno va descubriendo, nada tiene que ver con el exterior sino que se forma, comprimiéndonos desde dentro de nosotros mismos, en nuestra mente, y con ideas sobre nosotros mismos que nos reducen y convierten en un pequeño y caricaturesco yo. Esa jaula sólo se destruye y abre por fin sus puertas con el nacimiento a una nueva conciencia de ser, una vez que hemos podido ver que todo lo que creímos que eran monstruos y gigantes no eran sino unos indefensos molinos.

El magistral y agudo filósofo Ken Wilber nos lo sintetiza con precisión y mucha claridad: “los seres humanos formamos parte de esa totalidad llamada por nosotros “Universo”, una parte circunscrita en el tiempo y en el espacio. Cada uno de nosotros se experimenta a  sí mismo, a sus pensamientos y a sus sentimientos –en una especie de ilusión óptica de la conciencia- como algo separado del resto. Esta ilusión constituye una especie de prisión que nos encierra en nuestros deseos personales y restringe nuestro afecto a unas pocas  personas cercanas. Nuestra labor debe ser la de liberarnos de esta cárcel” (Citado por Ken Wilber en “después del Edén”, Edit. Kairós, pag. 23).


    



LA CONCIENCIA HUMANA EN LA CRESTA DE LA EVOLUCIÓN

Para el enfoque materialista y reduccionista somos seres sin rumbo, nacidos por azar, extraños, perdidos y aislados en un mundo o en un universo igualmente extraño, cuyo latir, soñar, crear y vivir no encuentra en el inmenso espacio que nos circunda nada ni nadie que nos oiga, ni a quien le importemos, de modo que, tanto nuestros lloros como nuestra risas, nuestras esperanzas como nuestros esfuerzos, nuestro crímenes como nuestros mejores logros, caen solitarios, precipitándose irremediablemente en un pozo oscuro y sin fondo, cuyo eco se pierde en un inhóspito  y vacío infinito, que es, en definitiva, nuestro único destino. Esto es lo que viene a expresar, con parecidas palabras  el biólogo molecular Jacques Monod.

Frente a esta interpretación tan triste de nuestra realidad, se levantan airosas, esperanzadoras, además de muy distintas, las visiones, casi coincidentes, de dos grandes sabios: Teilhard de Chardin y Aurobindo; para quienes la evolución es el mecanismo, a través del cual la Consciencia-Espíritu, involucionada primero en la pre-materia (pulsaciones de energía) se va, luego, manifestando y desplegando creativamente y en sentido ascendente, dentro de la gran cadena del ser, con un desarrollo progresivo y cada vez mayor de la consciencia.

Ese desarrollo ascendente de la conciencia, al llegar al ser humano, hace que esta se vuelva reflexiva y autoconsciente, convirtiéndose, entonces, en la máxima expresión momentánea de la evolución, y pudiendo alcanzar niveles muy elevados. Todo ello, en un escenario, la vida que se experimenta, lleno de posibilidades abiertas y creativas de realización, que apuntan, incluso, más allá de los logros alcanzados por nuestra especie en el estado actual en que nos encontramos. Se dirigiría hacia la nueva humanidad, la humanidad supramental tal y como el mismo Aurobindo la presiente.

Por su parte dice Teilhard de Chardin en su libro “El fenómeno humano”: que el ser humano “no es de ninguna manera un elemento perdido en las soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que converge y se hominiza en él. El hombre, pues, no como centro estático del mundo –como se ha creído durante mucho tiempo- sino como eje y flecha de la evolución, lo que es mucho más bello….emergió de un tanteo general de la Tierra. Nació, en línea directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y el valor axial de nuestra especie” (Teilhard de Chardin, “El fenómeno humano”, Edit. Taurus, pag. 49 y 229).

Sobresale en este texto de Teilhard ese ver al universo imbuido de inteligencia y de voluntad, con una intención y un movimiento nada ciegos sino que, al contrario, va como preparando desde dentro de sí, y con el esfuerzo cómplice de la vida misma, las condiciones favorables y convenientes para que surja la especie homo, la nuestra. Parece como si nuestra especie fuese el resultado de una muy lenta y profunda gestación que se salda, por fin, exitosamente, con el nacimiento del hombre.

El ser humano no es, por lo tanto, una especie más, sino nada menos que posee una “dignidad supraeminente”, que sobresale, pues, a la del resto de especies, lo cual, junto a ese también “valor axial” que de Chardin nos atribuye, nos coloca en una posición única; diríamos, por lo tanto, que más que ser el resultado de la evolución lo que seríamos es el sentido de la misma, su orientación, lo que dirige esa flecha en que ella se convierte. Todo estaba hecho y todo se “pensó” para que finalmente apareciésemos nosotros. Sólo de ver esto así nos entran verdaderos escalofríos. Sigamos ahora, porque en el siguiente texto podemos encontrar la razón de que esto haya sido así.

Y ahora con palabras de Sri Aurobindo: “¿Y no será, por tanto, la Naturaleza solamente la fuerza de autoexpresión , de autoformación, de autocreación, de un secreto espíritu, y el hombre, por limitado que esté por su capacidad actual, el primer ser de la Naturaleza en el que ese poder comienza a ser conscientemente autocreativo al frente de la acción, en esa estructura exterior del ser físico, situado allí para configurar y hacer surgir en virtud de una creciente evolución autoconsciente todo cuanto pueda de su contenido humano o de su potencialidad divina? Esta es la clara conclusión a la que finalmente debemos llegar si admitimos como clave del movimiento total, como realidad de toda esta creación  ascendente, una evolución espiritual(Aurobindo, “Renacimiento y Karma”, edit. Plaza y Janés, pag. 81).


Si el silencio es importante e imprescindible para escuchar aquello que no se puede expresar con palabras, este es el momento sin lugar a duda más oportuno para callarnos nosotros y dejar que, en su lugar, sea la propia sabiduría interior que a todos nos acompaña y posee la que corone cuanto aquí en este capitulillo hemos presentado. 

LA NUEVA CIENCIA AVALA UN UNIVERSO CON SIGNIFICADO

Inteligencia no siempre es sinónimo de lucidez; a veces, con ella nos podemos enrocar en dogmatismos contrarios a la evolución de la ciencia; esto les pasa a quienes se aferran a la visión de un universo-máquina sin sentido ni finalidad alguna, un universo triste y sin esperanza, un absurdo, en definitiva, dentro del cual estuviéramos todos irremediablemente metidos, vagando absurdamente hacia una deriva fatal y con “desesperación inflexible”. Sólo quien quedó atado a la sola razón puede ver un universo así, también quien no abre las puertas a la ciencia con conciencia y a la intuición.

Un notable ejemplo de esto que decimos nos lo da el filósofo y matemático indiscutible, y de encomiables méritos como defensor de los derechos humanos Bertrand Russell, para quien a pesar de todo eso: “el hombre es el producto de unas causas que no sabían el fin de lo que estaban consiguiendo…sus esperanzas y sus miedos, sus amores y creencias no son sino el resultado de disposiciones accidentales de átomos; que ningún fuego, ningún heroísmo, ni ninguna intensidad de pensamiento ni de sentimiento, puede preservar una vida individual de la tumba; que todos los trabajos de todas las épocas, toda la devoción, toda la inspiración, toda la brillantez del genio humano está destinada a la extinción con la muerte del sistema solar, y que todo el templo de los logros del hombre perecerá inevitablemente bajo los escombros de un universo en ruinas. Todas estas cosas, si no sin discusión posible, son ya casi tan ciertas que ninguna filosofía que las rechace puede tener esperanza de permanecer. Sólo considerando estas verdades, sólo sobre la firme base de la desesperación inflexible puede hallarse un lugar para el alma”.

Después de leer esto, serán las palabras de un gran hombre de ciencia, Ervin Laszlo, fundador y presidente del Club de Budapest, fundador y director del General Evolution Research Group, mienbro de la International Academy of Philosphy of Science, senador de la  International Medicy Academy  y muchos otros méritos, tanto académicos como científicos, quienes pongan en entredicho el pensamiento de Russell dando, desde el lado científico, otra visión, no sombría, no encajonada, sino con sentido y, por lo tanto llena de esperanza. Dice Laszlo en su brillante réplica:

“…la cara del progreso no necesita ser tan fría, ni la cara de la caída tan trágica. Todas las cosas que Russel menciona no solamente no están más allá de cualquier discusión y no sólo no son ya casi ciertas, sino que puede que sean las quimeras de una visión del mundo ya obsoleta……La vanguardia de la nueva cosmología ha descubierto un mundo que no termina en ruinas y la nueva física, la nueva biología y la nueva investigación de la conciencia reconocen que en este mundo la vida y la mente son elementos integrales. Todos estos elementos se unen en el universo informado, un universo global, intensamente dotado de significado, piedra angular de un esquema conceptual unificado capaz de unir los diversos fenómenos del mundo: la teoría integral del todo” (ambas citas están sacadas del libro de Ervin Laszlo “La ciencia y el campo akásico”, edit. Nowtilus, pag. 8)

Ambas posiciones están suficientemente planteadas y por lo tanto las dejamos así. De todos modos, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido y el significado de nuestro universo y, por lo tanto, de nosotros en él, no vendrá nunca de fuera, - o no sólo desde fuera-, sino, sobre todo, desde dentro de nosotros mismos, en donde afortunadamente, y no a merced de elucubraciones filosóficas o de otra índole, ese sentido se encuentra, es decir, en nuestra propia alma, la cual sí que resuena con el alma del universo y su significado, su esencia, origen y destino, por ser ella misma también parte inclusiva y no diferenciada de él.