Existe un movimiento sutil en nuestra vida que, arrancando desde el
fondo del ser de cada uno, nos lleva hacia la consecución de objetivos y fines,
al principio dispersos o escasamente definidos, pero que, poco a poco, se van perfilando con su particular
grandeza y sublime atractivo hasta realizar el plan específico de nuestras
almas, aquello que a cada uno nos da sentido y significado, o sea, para lo que
hemos nacido.
Este, que es, en definitiva, el movimiento luminoso de nuestra
existencia hacia la realización en cada uno de su genuino y más rico potencial
lo vamos realizando a lo largo de nuestras existencias a través de objetivos y
tareas que se nos van desvelando paulatinamente con el tiempo y a medida en que
vamos despertando. De este modo, y como dice Satprem vamos dando” “a
todas nuestras vidas, si hemos cobrado conciencia de ello- una dirección
particular, como si todo nos precipitase siempre en el mismo sentido. Un
sentido que se hace cada vez más preciso y agudo a medida que avanzamos.”
Los obstáculos.
Pues bien, si esto que hemos dicho lo intuimos o lo constatamos, no es
menos cierto también que, constantemente y desde muchos frentes, las
dificultades, los problemas y las negaciones de toda clase, nos asaltan, como
sombras agazapadas o con total impacto, tendiéndonos a nuestro paso múltiples
resistencias y trampas que desalientan, frustran o frenan nuestra tarea
espiritual, avances y progresos para nuestra alma. De ahí, el sufrimiento que
con tanta frecuencia experimentamos.
¿No es esto lo que vemos en nuestras vidas?, y ¿no es verdad que cada
persona es más afectable y vulnerable que otras a determinados obstáculos o
hándicaps? La pereza, el miedo, el desánimo, la duda, la desconfianza en las
propias capacidades, la escasa autoestima, pensar que no merecemos tal o cual
éxito, ciertos apegos y dependencias que nos amarran a ellos, la falta de fe,
el pensamiento materialista, etc., son algunas de las principales resistencias
que sabotean el logro de nuestros objetivos y, lo peor, el propósito de nuestra
vida.
Pero no es menos cierto que todo
esto, en sí mismo, no es algo negativo, pues sin resistencias a superar no es
posible crecer, ni lograr realización alguna. Es como si la luz que
experimentásemos fuese la contraparte de la oscuridad que hayamos sido capaces
de develar y deshacer, del mismo modo que la extracción de los minerales en una
mina está relacionada directamente con el grado de profundidad alcanzado y la
perforación efectuada en la tierra.
¿Sería esto lo que nos ocurre a cada uno en la vida? Eso parece, y
desde luego así se da ante los problemas que nos golpean y acompañan a modo de
sombra. No tenemos más que observar detenidamente y conocernos un poco para
identificar pronto las pruebas que la vida ha ido poniendo ininterrumpidamente
a nuestro paso, y que son justamente aquellas que, para nuestra evolución y
desarrollo espiritual, más necesitamos integrar, superar y trascender. Entre
esas pruebas reside nuestro gran enemigo a vencer, y no precisamente por ellas,
sino porque ponen en evidencia y en jaque a nuestro peor obstáculo, ese
contumaz y terrible guerrero contra el que todos tenemos que librar nuestra
definitiva batalla si de verdad queremos crecer.
No estamos hablando, como se puede deducir, de una guerra externa,
pues no está fuera sino dentro, en nosotros mismos, el enemigo a destruir, ni
tampoco se trata de una guerra cualquiera sino que hablamos de la más valiosa,
pues de su resultado van a depender no sólo todos nuestros pasos posteriores
sino el que continuemos esclavizados en las sombras de la mente o penetremos,
por fin, en el reino de la verdadera libertad y de la luz. Por eso, decía el
Buda que “más importante que vencer a
mil guerreros en mil batallas es la conquista de uno mismo”.
El
Adversario.
Pues bien, para que esto se
realice debemos de enfrentarnos, cueste lo que cueste, y ni más ni menos, con
“El Adversario”, que es como lo define Satprem,
uno de los discípulos predilectos de Madre,
la compañera de Sri Aurobindo, que
lo describe de la siguiente manera:
“Al mismo tiempo que cobramos
conciencia de nuestra finalidad, descubrimos una dificultad particular que es
como el reverso o la contradicción de nuestra finalidad. Es un fenómeno
extraño, como si tuviésemos exactamente la sombra de nuestra luz –una sombra
particular, una dificultad particular, un problema particular que se presenta a
nosotros y torna a presentársenos con desconcertante insistencia, siempre la
misma, pero bajo aspectos diferentes y en las más distantes circunstancias, y
que después de cada batalla victoriosa vuelve con mayor pujanza, proporcional a
nuestra nueva intensidad de conciencia, como si tuviésemos que librar aún la
misma batalla en cada nuevo plano de conciencia por nosotros conquistado.
Mientras más claramente se manifiesta nuestra finalidad, más fuerte se vuelve
la sombra. Entonces trabamos conocimiento con El Adversario”: (Satprem: “Sri Aurobindo o la Aventura de la
Consciencia”, edit. Obelisco, pag. 277-278).
Al
hablar de ese “adversario por excelencia” nos estamos refiriendo, pues, y como
muy bien lo ha dicho Satprem a esa “dificultad particular” que tomando
distintas formas en cada uno nos golpea tantas veces y de tantas diferentes
maneras, justo donde más nos duele. Todos tenemos ese “adversario” en nuestra
vida, y todos, con mayor o menor intensidad, contamos con ese incómodo obstáculo
que más nos hace sufrir porque es el que más golpea a nuestro ego. En él se
halla la gran brecha por la cual se nos va nuestra alegría, nuestra energía,
nuestro valor, nuestra fuerza y todo nuestro poder. ¿Quién no lo ha constatado?
Basta
con que nos conozcamos un poco para que lo identifiquemos, y basta con que
tengamos algo de claridad de conciencia para que nos podamos dar cuenta de que
su raíz y lo que lo hace ser se halla no fuera sino dentro de nosotros. Pero
para llegar ahí cuesta mucho, no es nada fácil, pues es tanto el sufrimiento y
el dolor que nos produce y tanto nuestra resistencia a soltarlo, que preferimos
proyectarlo y verlo como algo que viniese de fuera, del exterior. Por eso lo
identificamos con personas o circunstancias a las que hemos culpabilizado y
contra las que hemos lanzado nuestros reproches, agresividad, enfados, rabia y
tantas cosas más.
El
Adversario puede mostrarse bajo distintos y muy variados ropajes dependiendo de
lo que cada persona tiene que liquidar, superar, integrar o trascender en esta
vida. El apego al poder, el miedo a la escasez, las diferentes clases de
dependencias, la necesidad de reconocimiento, el temor a la muerte, el dinero,
el sexo, y tantas otras cosas más pueden ser según para que individuo el talón
de Aquiles que tapone y obstruya el paso para que nuestro verdadero poder, amor
y sabiduría interior se nos revele y
exprese.
Afrontar y vencer al El
Adversario desde dentro de nosotros mismos.
Se
nota que estamos ante El Adversario porque los síntomas de sufrimiento que
experimentamos son tan fuertes que creemos ante él que hasta nuestra vida se
nos va, tal es el miedo, el terror y la sensación de incapacidad que para
vencerlo experimentamos. Por todo ello, traspasar y vencer a El Adversario significa
todo un paso iniciático de superación y ascenso evolutivo, de forma que después
ya no volveremos a ser los mismos.
La única
forma que tenemos de realizar esta tarea no es la de huir como se suele hacer
ante los problemas que nos vienen, tampoco la de proyectar la responsabilidad de
lo que nos pasa en los demás. No se trata tanto de cambiar lo externo, pues así
difícilmente nos encontraremos con la fuente y raíz de nuestro sufrimiento,
cuanto de encontrarnos de frente y lo más desnudamente posible con la herida
que existe en nuestra alma.
Bien
nos lo decía Madre: “Existen millones de maneras de huir, sólo hay una de quedarse, que es
tener verdaderamente valor y resistencia, aceptar todas las apariencias de la
enfermedad, las apariencias de la impotencia, las apariencias de la incomprensión,
la apariencia, sí, de una negación de la verdad. Pues si no lo aceptamos, jamás
podrá ser cambiado.
Esta
tarea, la de derrotar al El Adversario no es nada fácil, cuesta mucho
sufrimiento, pero hay que realizarla, y así lo hacemos todos, en su momento,
por que es irrenunciable, como
irrenunciable es nuestro despertar a la conciencia que somos, a nuestro
verdadero ser. Y es que como decía también el Maestro espiritual Durchheim: “para que el hombre sienta la necesidad de reencontrarse con su ser
esencial, aplastado por el yo existencial, debe percibir su lucha interior,
tener la experiencia de la angustia que esto produce”, y añade: porque “la
curación no será real en tanto el sujeto no haya realmente encontrado el camino
de sus ser esencial, es decir la manera en que el ser sobrenatural se hace
presente en él y tiende a formar parte en este mundo”