Una adicción,
cualquiera de ellas: al sexo, al poder, al alcohol, a las drogas, a la
necesidad de reconocimiento y valoración exterior, al consumo, etc., lo que nos
indica, en el fondo, es que existe una carencia personal (aquella que se
refiere a la conexión con nuestro ser interior, desde donde nace el sentimiento
de valía, satisfacción, ímpetu para realizar nuestros objetivos, alegría,
felicidad y verdadero saber) que nos impulsa equivocadamente a buscar
compensaciones en algo externo a nosotros, y que, además, va en contra de
nuestro crecimiento, felicidad real y evolución. Por esa razón, las adicciones,
además de traernos sufrimiento, lo que hacen es restarnos poder, convertirnos
en títeres de lo que nos somos, y dejarnos en manos de aquellas cosas que
momentáneamente nos ofrecen la ilusión pasajera de sentirnos bien, aún a costa
de nuestra dignidad y la marginación de los verdaderos valores de nuestro ser.
La
dirección real de nuestra vida apunta a conseguir, cada vez más, libertad,
independencia, autonomía, creatividad, gozo de ser y poder interior. Cualquier
cosa a la que nos liguemos que no nos lleve hacia eso, la podemos considerar
como una forma de adicción. Reconocer nuestras adicciones es el primer paso que
tenemos que dar para liberarnos de ellas, detectar los vacíos y temores que nos
llevaron a buscarlas es el segundo, y tener el empeño decidido y firme de
recuperar el mando y el poder que sólo puede venir de dentro de nosotros mismos
es la tercera condición. Sin estas cosas es imposible que maduremos y
crezcamos, seremos siempre esclavos del exterior.
El
importante autor Gary Zucav, en su afamado libro “El lugar del alma” nos da su
particular visión para eliminar una adicción: “Sé consciente de las
consecuencias de las decisiones que tomas y elige de acuerdo con ello. Cuando
sientas en tu propia carne la atracción adictiva del sexo, el alcohol, las
drogas o de cualquier otra cosa, recuerda estas palabras: te encuentras situado
entre los mundos dominados por el yo inferior y el yo pleno, total. Tu yo
inferior es tentador y poderoso porque no es responsable, ni está lleno de
amor, ni es disciplinado, y por ello llama tu atención. La otra parte de ti es
total, más responsable, más reflexiva y más capacitada, pero exige de ti que
sigas el camino del espíritu iluminado, es decir, que tengas una vida
consciente. Una vida consciente. La
otra posibilidad es el permiso inconsciente a actuar sin consciencia. Y esto es
muy tentador.
Ciertamente,
tener una vida consciente va a ser lo que nos posibilitará de verdad que nos
libremos de cualquier clase de adicción y, por lo tanto, de esclavitud física y
psicológica. La conciencia de nuestro propio ser, es decir, de nuestra
presencia, es lo que nos lleva de continuo a permanecer en el camino de nuestra
evolución y de nuestro despertar, ya que en ella se halla la única raíz y, por
lo tanto, la fuente de la cual se nutre nuestra felicidad. Vivir cada vez más
en el momento presente es la clave para que esto ocurra, lo único que hará que
el poder, la fuerza, la inteligencia, el amor y la luz que son los que hacen
que no nos desviemos del Camino de nuestro ser, y que surgen de nuestro
corazón, se impongan frente a cualquier otra cosa ilusoria, fútil, vana y, por
lo tanto, perjudicial a la que tendríamos la tentación de atarnos.
Practicar
todos los días, sin descanso, la meditación, el centramiento, y la respiración
conectada, son instrumentos que nos llevarán a que estos objetivos se consigan.
La consecuencia será que viviremos con la atención despierta, eligiendo
intencionadamente, con la conciencia presente y la felicidad vibrando en
nuestros poros.