Según
el profesor en escrituras Antonio Piñero, uno de los mejores conocedores del
antiguo y nuevo testamento de nuestro país, el noventa y nueve coma nueve,
nueve, nueve por ciento de los actuales estudiosos de la biblia y en concreto
de la figura de Jesús, independientemente de que estos sean agnósticos, ateos o
creyentes afirman que Jesús no es un mito ni una invención, tal y como algunos,
teólogos incluidos, pretenden o dicen, sino que existió realmente, otra cosa
diferente es la interpretación que cada grupo, religión o persona particular
haya hecho o haga de su vida, significado y mensaje, aspectos todos ellos que
son discutibles y más que opinables. Personalmente creo que Jesús ni fundó una
iglesia, ni estableció unos dogmas, ni se ocupó de estructurar religión alguna,
sino que todo esto lo hicieron otros a los que les interesaba hacerlo y no
precisamente para profundizar en la figura de Jesús sino tomándolo a este como
pretexto. Dicho de otro modo: las iglesias y las religiones son creaciones e
inventos muy humanos, y, por eso mismo, relativos, culturales, para orientar,
controlar y conducir a la sociedad de un modo determinado.
Personalmente no estoy especialmente
interesado en la figura del Jesús histórico. Sus milagros, el modo como vivió,
murió y, como se dice, resucitó, tampoco son para mi los referentes definitivos
y significativos a los que remito. Allá cada cual con sus creencias. A mí, lo
que me atrae de verdad, lo que me vibra interiormente, lo que me despierta y me
hace conectar con el ansia profunda y verdadera de mi alma que anhela la
inmortalidad y la verdad radical de su ser, es lo divino y el sentido que me
despierta y me hace sentir el Cristo, el ser crístico, hacia el que Jesús
apuntó, ese cristo más allá de lo externo en Jesús y que este quería despertar
en el interior de quienes a él se acercaron. Jesús, en este sentido, en cuanto
biografía e historia, es la anécdota, y por eso mismo lo más manipulable por
los seres humanos, iglesias y vaticanos incluidos, eso me interesa poco, pasa y
pasará, pero no así el Cristo.
Yo sí creo, en cambio, en el ser crístico, que es como prefiero
llamarle, y El existe, existió y existirá siempre, es Lo Divino, el alma de Jesús
que conecta con todas nuestras almas. Hacia eso nos podemos enfocar, y en ello
podemos sentir y vivir, pues es la dimensión más elevada y profunda de nosotros
mismos, Esto no es una idea, ni una creencia, ni necesita de ninguna religión,
dogma o tradición para ser vivido y experimentado; ya está presente en
nosotros, es lo más grande, lo más luminoso, lo más vivo y poderoso que podamos
intuir o imaginar. Nos podemos dirigir a ello no con nuestra mente sino con
nuestro corazón, no con nuestra cultura o tradición sino con nuestra alma
limpia y entregada. Sólo si te abres y te vuelcas en ello lo puedes saborear,
“tocar” y discernir de algún modo.
El Cristo es lo divino en nosotros,
es Dios en cada ser, es nuestra dimensión más real y verdadera, la única que
nos puede hacer libres, sabios, amorosos, expansivos y totalmente realizados.
El ser crístico es lo único importante de Jesús, desde donde dice aquello de
que mi Padre y Yo somos uno, que es como decir que Dios y mi alma somos uno, lo
mismo que nos pasa a todos los seres humanos. Cristo en mí como yo. Esto es y
en esto creo. Se puede sentir y se puede percibir: abre tu corazón y tu mente y
todo tu ser a lo más elevado de ti mismo y verás como es así, es más
experimentarás cómo “desciende” y te llena como en una pascua de pentecostés.
Lo demás es secundario.