miércoles, 19 de febrero de 2014

UNA CUARTA RAZA EN NUESTROS GENES



 

            Los investigadores que rastrean nuestro origen biológico han encontrado, al parecer, pruebas, en restos fósiles de la antigüedad, de cuatro razas presentes en la conformación del ser humano, de las cuales tres de ellas serían conocidas e identificables por nosotros, como es el caso de neandertales, homo sapiens y homo sapiens sapiens, mientras que, respecto a la cuarta sobre la que permanecería la incógnita, los más aventurados y abiertos apuntan, como ya en su tiempo lo hizo Francis Crik, uno de los descubridores de la doble hélice del ADN, a la intervención extraterrestre. Según esta hipótesis, cada vez más aceptable y verosimil, seres procedentes del exterior  habrían intervenido en nuestra existencia.

            De ser esto así, muchas de las dudas y vacíos que hoy tenemos para comprender la evolución quedarían disipadas, sobre todo aquellas que quedan situadas dentro de los llamados “eslabones perdidos” que en realidad no explican nada, y menos aún que el cuerpo físico de los seres humanos experimentara una mejora repentina y todavía inexplicable hace 200.000 años y que, de pronto, la forma física llamada homo erectus se convirtiera en lo que ahora llamamos homo sapiens con la capacidad de hablar un idioma complejo y con un tamaño del cerebro que había aumentado en gran medida.

El biólogo Tomas Huxley ve esto inexplicable ya que para él los saltos evolutivos que se dieron para pasar del homo erectus al sapiens hubieran precisado con la evolución darwiniana normal de millones de años. Sólo una intervención extraterrestre podía explicar, pues, esta anomalía. Y esto mismo es lo que expone y explica Alan F. Arnold en su libro “Los dioses del nuevo milenio” (Ediciones Martinez Roca) para quien  para llegar al hombre actual como lo conocemos tendrían que haber pasado 30 millones de años evolutivos a partir del homo erectus, mientra que, en cambio, sabemos que el homo sapiens surgió de este hace tan sólo 200.000 años; en este caso, y de la misma manera, F. Arnold plantea que tal misterio sólo tiene como única explicación una intervención genética exterior.

            Para ayudar a resolver este enigma contamos hoy con una información privilegiada que ha permanecido para muchos ignorada o marginada desde los ámbitos de la ciencia oficial y que ya se empieza conocer, gracias a la difusión de su contenido, entre otros, por el conocido escritor e investigador David Ike. Nos estamos refiriendo a un descubrimiento que un ingles, sir Austen Henry Layard, hizo en 1850, a unos cuatrocientos kilómetros de Bagdad, en Irak, mientras excavaba en Nínive, en la capital de Asiria, de decenas de miles de tablillas de arcilla (algunos se refieren a ellas como las “tablas sumerias”) en las que se habla de una raza avanzada que había venido a la Tierra interviniendo activamente en nuestra vida.

El traductor más famoso de estas tablillas es el autor y erudito Zecharía Sitchin, hoy ya fallecido, que sabía leer sumerio, arameo, hebreo y otros idiomas del Oriente Próximo y Medio. Para él no hay ninguna duda de que describen seres extraterrestres, los annunakis, que llegaron a la Tierra, hace 450.000 años, procedentes del planeta Nibiru. Según cuenta David Ike, de quien extraemos esta información, lo más sorprendente de estas tablillas es la manera en que describen la creación del Homo sapiens combinando en un tubo de ensayo los genes suyos y los de los humanos nativos para crear un ser humano “actualizado” capaz de realizar las tareas que requerían los annunakis.
Tendríamos así ya el origen del primer hombre y la primera mujer tras manejar el ADN de los herederos del Homo neanderthalensis (seres arborícolas frugívoros con pequeños retazos de conciencia de sí, pero poseedores en su sangre de una biblioteca genética excepcional con las claves genéticas, -tal y como nos dice Emilio Fiel, a quien estamos citando- de la Federación Galáctica) y mezclarlos con algunos genes de su propia sangre azul. “Así crearon al “sapiens sapiens” a su imagen y semejanza, lo crearon como un ser obediente y devoto de sus creadores, pero también miedoso y agresivo, para que tuviera que depender de su protección. Fuimos como ganado para ellos. Estos dioses se alimentaron de nuestra energía, nos usaron como juguetes sexuales, batallamos en sus guerras y trabajamos en las minas de oro para ellos. No es verdad que fueran tan bondadosos y desinteresados. Entre todos ellos cabe destacar a Yaweh, padre de la mente y la separatividad humana, que junto con otros piratas estelares (Allah, Ra, Viuracocha…) crearon un imperio de terror en la Tierra”. (Emilio Fiel, “Peldaño a peldaño”, Mandala Ediciones). “Defendámonos de los dioses”, dice Salvador Freixedo, no sin cierta razón, de esos falsos dioses para quienes la Tierra se convirtió en una especie de “granja humana” que ellos controlan, dirigen y manipulan según sus propios intereses para nada divinos, aunque como tales se hicieron pasar ante nuestros ojos pasmados e ignorantes que contemplaron deslumbrados a los venidos de otros mundos y que ni tan siquiera pertenecían a un nivel superior de conciencia, sino que eran, por el contario, tremendamente egoístas e insensibles.

De todas formas, lo más probable, creo yo, es que hayan intervenido en la humanidad y su desarrollo seres extraterrestres no sólo empeñados en sus propias aspiraciones de dominio y poder dentro de la galaxia o fuera de ella misma, sino también otros más elevados desde el punto de vista del desarrollo y nivel espiritual que de alguna forma también han querido influenciar positivamente en nuestra evolución. Pero, dicho esto, lo que siempre hay que recalcar y dejar bien claro sobre cualquier consideración que se haga en este u otro sentido, y para no confundirnos, quedando atrapados en el relato, por muy extraño, complejo o bárbaro que nos pueda parecer, es que nosotros, cada uno en particular, aunque encarnados como humanos, en esta humanidad entroncada con tanta ramas raciales, somos sobre todo “otra cosa” muy distinta, somos cada uno un alma, y en este sentido tenemos que decir lo siguiente:

“La personalidad y el cuerpo que la sustenta son aspectos artificiales del alma. Cuando al final de la encarnación del alma han cumplido sus funciones, aquella les abandona. Llegan al final, pero no así el alma. Después de una encarnación, el alma regresa a su estado inmortal y eterno. Vuelve una vez más a su estado natural de compasión, claridad y amor infinito. Tal es el contexto en que se desarrolla nuestra evolución: la encarnación y la reencarnación continuas de la energía del alma en el campo físico, en nuestra escuela terrenal” (Gary Zucav). Nacimos, como humanos, en esta humanidad posiblemente manipulada por otras razas, no importa, con estas características tan especiales y particulares, tan contradictorias, en la que el amor y la creatividad más excelsa son posibles y capaces de convivir  junto a los más execrables crímenes y depravación. Aquí vinimos voluntariamente, no hay que olvidarlo, para aprender, conocer y amar, y cómo no, para liberar también con nuestra aportación todo rastro de oscuridad que esté en lo más profundo de nuestros genes. Nuestro trabajo es titánico, heroico y maravilloso, la mejor tarea para quienes tengan como nosotros, los que aquí hemos elegido encarnar, una voluntad firme de ascender a los niveles más altos de la conciencia y de la luz, algo que sólo se puede alcanzar después de haber vencido y abrazado a los peores “dragones” y “reptiles” de la sombra. En eso estamos.

martes, 4 de febrero de 2014

CONCIENCIAR NUESTROS MIEDOS Y ATRAVESARLOS.



    

            Los miedos, tantos, tan diversos, han hecho de nosotros seres en huida constante, seres que han tenido que hacer de sus vidas estructuras y fortalezas de autodefensa y protección en vez de lugares para el gozo y la alegría, para la afirmación creativa y el disfrute de ser. Hemos huido de muchas maneras: consumiendo desenfrenadamente o sin ton ni son para satisfacer necesidades absurdas e irreales, ejerciendo el dominio y la manipulación abierta o sutil de unos sobre otros, ignorando o negando todo aquello que nos pudiese producir dolor, proyectando sobre los demás y culpabilizándoles de la causa de nuestros sufrimientos, convirtiéndonos en víctimas o en explotadores, todo eso menos recurrir a nuestro propio ser, a nuestro verdadero poder interior para afirmarnos en la paz, la serenidad, la verdad y la confianza que sólo pueden surgir de la Fuente, siempre presente, que anida en nuestro corazón.

            Nos hemos cerrado a toda posibilidad de dolor, tal es el miedo ancestral que existe dentro de nosotros a sufrir, y, como consecuencia, nuestro cuerpo ha acusado todas nuestras cerrazones, se ha comprimido, apretado, haciendo que la energía de la vida se fuese bloqueando, y por eso nuestra salud, no sólo la física, también la emocional, la mental y la espiritual, se ha resentido y se resiente tantas veces. Así es muy difícil crecer, evolucionar y ser de verdad felices. Con el miedo en nuestros cuerpos es muy difícil que la plenitud de la Vida se sienta y se exprese. Por eso lo tenemos que afrontar, deshacer y traspasar; de lo contrario, cualquier manifestación nuestra estará viciada y distorsionada, incluso la espiritual. Decía Madre, la compañera de Sri Aurobindo que ante nuestros miedos y debilidades “existen millones de maneras de huir; sólo hay una de quedarse, que es tener verdaderamente valor y resistencia, aceptar todas las apariencias de la enfermedad, las apariencias de la impotencia, las apariencias de la incomprensión, la apariencia, sí, de una negación de la verdad. Pues si no la aceptamos ¡jamás podrá ser cambiado!” Y, evidentemente, aceptar para ella no significaba plegarnos de brazos sino abrazar cada uno su parte de sufrimiento y sanarla en uno mismo. No existen alternativas.

            Y la mejor forma de sanar nuestros miedos es a través de la atención sostenida y presente, o sea, poniendo conciencia sobre ellos, mirándolos cuando vienen o cuando intencionadamente los traemos para saldarlos, pero siempre con la respiración conectada, sin cortarla, no bloqueándonos ni cerrándonos al llanto ni al dolor, sino de frente y hasta el fondo, sin escapar cuando se presentan y dejando que nuestro yo superior, la Presencia de nuestro ser, nuestro propio mirar, los disuelva, hasta quedar, donde había angustia, ansiedad y malestar, la paz de nuestro interior, la pura conciencia de ser. Este es el auténtico camino de liberación. Es a esto a lo que Michael Brown le llama el Proceso de la Presencia que nos pide que “optemos por afirmarnos sobre nuestros propios pies y que no nos escondamos de nuestro dolor, ni que le pasemos la responsabilidad a otra persona…se nos está pidiendo que creamos en el poder inherente de nuestra presencia interior…se nos está pidiendo que nos abracemos a él (a nuestro malestar y a nuestro dolor) con toda nuestra atención y con nuestra intención más compasiva, que mantengamos conectada nuestra respiración, y miremos en profundidad ese dolor”

            Este es el Camino de los hombres y mujeres que aspiran a ser, de verdad, libres, guerreros de la luz y el amor en un mundo que duerme aún en la inconsciencia.

LA VUELTA A NUESTRA VERDADERA CASA



  


            Impresiona pensar que, de verdad, estamos viviendo un tiempo transitorio y circunstancial aquí en el planeta Tierra, y nos toca en lo más hondo de nuestro corazón, de modo que algo se mueve en una especie de alegría indescriptible y difusa, de origen muy hondo, el reconocer que existe un “mundo” –llamémosle así- que nos aguarda tras esta etapa de existencia. Saber que ese mundo es realmente el nuestro, más que este en el que domina la ignorancia sobre nuestro verdadero ser, y que allí existen otros seres a los que estamos unidos por lazos evolutivos y nivel de vibración, con complicidades de conciencia y de crecimiento espiritual, con los que formamos una auténtica familia de luz, expande nuestro corazón y nos llena de inmenso gozo. Nuestra intuición nos dice que esto es muy posible, y más que esto, verdadero.

            Estamos aquí de paso, para experimentar determinadas cosas que cada uno según sus necesidades y demandas se ha puesto como objetivo. Cada persona a la que vemos por la calle, de cualquier condición, no importa lo que haga ni donde esté, nuestros familiares, pareja, todos, estamos aquí realizando una tarea, con tales y cuales personas, que son, no lo olvidemos, nuestros colaboradores y cómplices, así como nosotros de ellos, y en circunstancias muy precisas, y todo porque así lo hemos elegido desde allá, desde nuestro verdadero hogar. Esta historia es más nuestra de lo que acostumbramos a pensar y creer. No somos sus víctimas sino sus creadores. Cada uno ha decidido crecer en un aspecto, desarrollar un tipo de saber, avanzar en tal o cual sentido, y para esto nos venimos a esta Escuela, en este planeta, la Tierra, una auténtica universidad para nosotros; y ello, a pesar de que luego vayamos por la calle y nos miremos los unos a los otros como a extraños y ajenos al auténtico trabajo que silenciosamente estamos llevando a cabo, con esta familia, en esta relación, con nuestros padres, en tal o cual entramado laboral, pobres o ricos, saludables o enfermos, en circunstancias muy extremas de dolor o con vidas más fáciles. Olvidar esto, o sea, no caer en la cuenta de por qué vivimos lo que vivimos, es uno de las peores amnesias que nos encadenan al sufrimiento, la otra es ignorar cual es nuestro verdadero ser.

            Pero si empezamos a recordar de donde hemos venido y que allí contamos con una familia espiritual que nos aguarda, esperando que lleguemos con la paz propia de quien ha realizado con éxito la tarea que un día nos llevó a encarnar en nuestro mundo, entonces todo cobrará un sentido nuevo y más dichoso, comprenderemos con más claridad lo que ha supuesto y supone el paso por nuestra querida Tierra, y nos entregaremos con más amor y pasión a aquello que debemos de hacer, y que cada cual va descubriendo. Porque, es verdad, existe ese lugar que nos aguarda, nuestra verdadera Casa, y eso no es una ilusión, ni una fantasía vana, lo comprobaremos en el momento en que traspasemos el velo de la materia y de los sentidos físicos, cuando dejemos nuestro cuerpo en el momento de la transición mal llamada “muerte”. Hay miles de casos de personas que tras sus experiencias fuera del cuerpo así lo atestiguan; a mi me lo dice también mi corazón, o, si se quiere, esa conciencia que parece traspasar la fronteras de la razón y de los sentidos y que de una forma extraña parece tocar la orilla de un saber muy sutil aunque no por eso menos verdadero. Voy, vamos, hacia nuestra verdadera Casa -algunos le han llamado Cielo- después de un tiempo de experimentación, pruebas y aprendizajes; cuando llegue el momento del “fin de curso” en vez  de pena deberíamos de sentir una inmensa alegría, y en vez de montar los acostumbrados dramas tendríamos que organizar una fiesta de despedida. Es lo lógico, si de verdad se cree.