Como dice
Huston Smith en el prólogo al libro de Stanislav Grof “El viaje definitivo”: “si
aunque fuera intelectualmente –cognitivamente, cerebralmente-, estuviéramos
convencidos de que a la muerte le sigue el renacimiento, este podría ser el
inicio de un largo camino hacia nada menos que la curación de nuestras vidas.
Porque el miedo es la enfermedad de la vida. Lo sabemos por Carl Jung, que
nunca tuvo un paciente de más de cuarenta años cuyo problema no estuviera
enraizado en su miedo a la cercana muerte”. Este miedo es una fuente de
ansiedad, consecuencia de distintas causas como: tener que enfrentar un
hipotético sufrimiento, pensar en la posible disolución en la nada, posibilidad
de alguna clase de castigo, entrar en un terreno inhóspito y, por supuesto, sin
descartar estas cosas, afrontar lo desconocido.
¿Qué es
aquello que podemos encontrar después de pasar por el tránsito de la muerte? El
olvido, o el no saber sobre algo que, al parecer, yo sí lo creo, hemos vivido
ya muchas veces, es tan grande que nos lleva, casi necesariamente, a ese temor.
Temor, pues, lógico, como también lo es, como consecuencia, el que se pueda
paliar e, incluso, eliminar a través del conocimiento y la información. Nadie,
sobre todo en occidente, o muy pocos, se han ocupado de orientar, ofrecer mapas
en este sentido, recoger y compartir vislumbres de lo que es o puede ser el
plan que nos aguarda. Hoy las cosas están empezando a cambiar (Michael Newton,
François Brune, datos recogidos de E.C.M., canalizaciones, y otras fuentes
diversas están contribuyendo a ello).
Para quien
crea y piense que la Vida Una, o
vida divina si se le quier llamar así, es inteligente, sabia, ordenada,
armónica, con sentido y amorosa, no le resultará difícil descubrir que hay una lógica perfecta
dirigiendo la existencia: la terrena y en todos los planos. La hay en la Tierra y la hay y habrá
cuando dejemos nuestro cuerpo físico. De momento, nos tenemos que dejar guiar, básicamente,
por la fe, la intuición y ciertos testimonios. Mirar a otro lado retrasa la
solución a nuestras ansiedades; no es bueno. Mi apreciación es, por supuesto,
provisional, parte del hecho de que comprender en profundidad el Plan en la Tierra nos da las pautas
para entender y vislumbrar “la vida de después”. Sé que la existencia aquí responde
al plan evolutivo del alma. Este nos coloca a cada uno en niveles de conciencia
que nos distribuye en estratos, más interna que externamente, escalonadamente:
los más ligados a la animalidad e instintos primitivos y primarios en un
extremo, en el otro los más evolucionados, los visionarios, místicos y sabios;
entre medio una amplia gama de manifestaciones: los muy pegados a la
horizontalidad, a la tierra, la vida aquí como lo único y, sobre todo, los del
comamos y bebamos que mañana moriremos, luego los prácticos, después los altruistas,
los inventores y creadores, administradores, políticos, los científicos,
religiosos, militares, poetas, artistas, filósofos… No pretendo ahora
exhaustividad, sólo indico y señalo.
En toda esa
manifestación existen unas flechas de
desarrollo interrelacionadas, que se equilibran según crecemos. Van de menor
a mayor conciencia, de menor a más racionalidad, de menos a más intuición, de
menos a más amor, de menos a más inteligencia, de menos a mayor voluntad
consciente para la acción, de menor a mayor creatividad, de menor a mayor
autonomía, independencia y libertad, de menor a mayor gozo y alegría
conscientes, de menor a mayor sentido de nuestro ser interior, totalidad,
expansión y trascendencia. Pero esto no tiene cortes, la vida y la conciencia
no lo tienen, continúa, y, por supuesto, al cambiar de plano, en el nuevo nacimiento al “más allá”.