domingo, 27 de octubre de 2013

EL MIEDO AL MÁS ALLÁ POR DESCONOCIDO (I) EL PLAN YA EN LA TIERRA




Como dice Huston Smith en el prólogo al libro de Stanislav Grof “El viaje definitivo”: “si aunque fuera intelectualmente –cognitivamente, cerebralmente-, estuviéramos convencidos de que a la muerte le sigue el renacimiento, este podría ser el inicio de un largo camino hacia nada menos que la curación de nuestras vidas. Porque el miedo es la enfermedad de la vida. Lo sabemos por Carl Jung, que nunca tuvo un paciente de más de cuarenta años cuyo problema no estuviera enraizado en su miedo a la cercana muerte”. Este miedo es una fuente de ansiedad, consecuencia de distintas causas como: tener que enfrentar un hipotético sufrimiento, pensar en la posible disolución en la nada, posibilidad de alguna clase de castigo, entrar en un terreno inhóspito y, por supuesto, sin descartar estas cosas, afrontar lo desconocido.

¿Qué es aquello que podemos encontrar después de pasar por el tránsito de la muerte? El olvido, o el no saber sobre algo que, al parecer, yo sí lo creo, hemos vivido ya muchas veces, es tan grande que nos lleva, casi necesariamente, a ese temor. Temor, pues, lógico, como también lo es, como consecuencia, el que se pueda paliar e, incluso, eliminar a través del conocimiento y la información. Nadie, sobre todo en occidente, o muy pocos, se han ocupado de orientar, ofrecer mapas en este sentido, recoger y compartir vislumbres de lo que es o puede ser el plan que nos aguarda. Hoy las cosas están empezando a cambiar (Michael Newton, François Brune, datos recogidos de E.C.M., canalizaciones, y otras fuentes diversas están contribuyendo a ello).

Para quien crea y piense que la Vida Una, o vida divina si se le quier llamar así, es inteligente, sabia, ordenada, armónica, con sentido y amorosa, no le resultará  difícil descubrir que hay una lógica perfecta dirigiendo la existencia: la terrena y en todos los planos. La hay en la Tierra y la hay y habrá cuando dejemos nuestro cuerpo físico. De momento, nos tenemos que dejar guiar, básicamente, por la fe, la intuición y ciertos testimonios. Mirar a otro lado retrasa la solución a nuestras ansiedades; no es bueno. Mi apreciación es, por supuesto, provisional, parte del hecho de que comprender en profundidad el Plan en la Tierra nos da las pautas para entender y vislumbrar “la vida de después”. Sé que la existencia aquí responde al plan evolutivo del alma. Este nos coloca a cada uno en niveles de conciencia que nos distribuye en estratos, más interna que externamente, escalonadamente: los más ligados a la animalidad e instintos primitivos y primarios en un extremo, en el otro los más evolucionados, los visionarios, místicos y sabios; entre medio una amplia gama de manifestaciones: los muy pegados a la horizontalidad, a la tierra, la vida aquí como lo único y, sobre todo, los del comamos y bebamos que mañana moriremos, luego los prácticos, después los altruistas, los inventores y creadores, administradores, políticos, los científicos, religiosos, militares, poetas, artistas, filósofos… No pretendo ahora exhaustividad, sólo indico y señalo.

En toda esa manifestación existen unas flechas de desarrollo interrelacionadas, que se equilibran según crecemos. Van de menor a mayor conciencia, de menor a más racionalidad, de menos a más intuición, de menos a más amor, de menos a más inteligencia, de menos a mayor voluntad consciente para la acción, de menor a mayor creatividad, de menor a mayor autonomía, independencia y libertad, de menor a mayor gozo y alegría conscientes, de menor a mayor sentido de nuestro ser interior, totalidad, expansión y trascendencia. Pero esto no tiene cortes, la vida y la conciencia no lo tienen, continúa, y, por supuesto, al cambiar de plano, en el nuevo nacimiento al “más allá”.

miércoles, 16 de octubre de 2013

EL EGO, EL CAMINO, LAS CIRCUNSTANCIAS



EL CAMINO Y LAS CIRCUSNTANCIAS

Todo indica que estamos aquí para aprender, crecer y crear, resulta bastante obvio cuando uno ve el mecanismo por el cual nuestra vida se despliega. Pero quizás nos falte creer con convencimiento que esto es así, ya que, entonces, tomaríamos las dificultades y los problemas como verdaderas oportunidades para lograr esos fines. Cuando la queja, la protesta o incluso la ira frente a lo que en determinados momentos tenemos o nos toca vivir, son tan grandes que acallan toda posible reflexión sobre el sentido de lo que se experimenta, el sufrimiento aumenta, nuestra responsabilidad se evita y el aprendizaje se retarda. Lo cierto, es que las circunstancias, en contra de lo que a veces se cree, son justamente los peldaños sobre los que nos podemos apoyar para subir más y más altos en nuestro desarrollo y seguir el camino de la evolución.

Antonio Blay Foncuberta que sabía mucho de todo esto lo expresaba con estas palabras: “Es muy importante ver con certeza que esto es así porque nuestra vida está construida sobre una creencia totalmente distinta. Nuestra vida está construida sobre la creencia adquirida de que son las circunstancias y las personas que me rodean las que hacen que yo sea feliz o desgraciado. Estamos viviendo bajo esa convicción y por ello culpabilizamos a los demás. En cambio, si uno llega a ver con claridad que nada del exterior puede suplir lo que es la actualización de uno mismo, si verdaderamente se ve claro, esto marcará un cambio radical en la actitud que se tiene ante nosotros mismos y ante la vida.

Mientras que no tomamos clara conciencia de que quien determina lo que ha de ser nuestra vida somos nosotros mismos y de que la responsabilidad sobre el modo de experimentar nuestro vivir es algo que nos compete asumir a cada cual, en ese caso, somos verdaderas marionetas del exterior, eternos y dependientes niños clamando al papá/mamá estado, iglesia, partido, jefe, pareja, amistad, etc., para que nos resuelvan lo que sólo a nosotros nos toca resolver si es que queremos crecer. El filósofo y ensayista Ortega y Gasset lo explicaba muy bien cuando afirmaba que: “No somos dispersados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos”.

Las circunstancias forman parte esencial de nuestro camino, sin ellas no existiría este, ni el sentido. Es verdad que, cada cual, se ha de enfrentar a las suyas para realizar su propósito y andar su propio camino; porque como decía, y bien, el poeta León Felipe:

“Nadie fue ayer
                         Ni va hoy
                         Ni irá mañana
                         Hacia Dios
                         Por este mismo camino
                         Que voy yo.
                         Para cada hombre
                         Guarda un rayo nuevo de luz
                         El sol
                         Y un camino virgen
                         Dios”
LA INFLACIÓN DEL EGO ESPIRITUAL

            Entre los muchos egos detrás de los cuales nos escondemos para protegernos, defendernos y sentirnos, así, más artificialmente seguros, fuertes, poderosos o importantes, el que se sirve de la pose espiritual es, tal vez, uno de los peores, puesto que, con el autoengaño al que nos cogemos, dinamitamos la raíz de nuestro crecimiento real, a la  vez que puede confundir y perjudicar a otros. Por eso, es tan importante que seamos honrados con nosotros mismos y reales con nuestro sentir.

Saber conjugar la verdadera autoestima, que nos invita a reconocer constantemente nuestros valores y a ejercitarlos, con la humildad de quien reconoce que nunca nadie es más que nadie, es un arte al que todos estamos llamados. Una buena manera de alejar de nosotros el riesgo de caer en el orgullo o la vanidad espiritual, es la de ejercitar el hábito de alegrarnos sinceramente de todo el bien, progreso y felicidad de los demás. Tratar de crecer es muy importante, querer ser más que otros es un serio problema, además de un peligro y un riesgo para el amante de la verdadera espiritualidad. Las palabras de la santa hindú Amma, que a continuación reproducimos, son profundamente esclarecedoras y, a la vez, un fuerte aldabonazo en las conciencias de todo auténtico buscador. Creo que son muy importantes:
           
“..El simple hecho de pensar: “Soy espiritual, soy un ser espiritualmente avanzo o soy abnegado”, puede suponer un gran impedimento en vuestro progreso espiritual…Tal vez te consideres superior a todos aquellos que ves como mundanos. Si te dejas atrapar por tales pensamientos, estás demostrando únicamente tu inmadurez…El ego sutil es mucho más poderoso y difícil de eliminar que cualquier otro…La humildad es la verdadera meta de la vida espiritual, y es también el único camino hacia Dios… Por desgracia, puede ocurrir que un aspirante espiritual aprenda a ocultar su ego y finja una gran humildad. Se esfuerza en no mostrar su ego, porque sabe que esa actitud no está bien en un buscador espiritual y los demás lo rechazarían…

Tu avance espiritual será valorado según la humildad, generosidad y sabiduría que manifiestes…Pero ¿qué pasa si aprendes hábilmente  a ocultar tu ego y finges ser un yogui?. La gente sufrirá una gran desilusión, pues esto equivale a un fraude…Aquellos que llevan la máscara de seres espiritualmente avanzados no saben el daño terrible que están causando. Confunden a otros, al tiempo que se están labrando su propia destrucción…La gente les suele decir “¡qué grande eres y qué inteligente!¡qué discurso más maravilloso!¡qué magnifica presencia!”…Con estas alabanzas y reconocimientos empieza a considerar que es muy importante”  (Del libro “¡Despertad hijos!”, Vol. VII, pag. 177, publicado por Mata Amritanandamayi Mission Trust).

Toda inflación del ego, lo único que al final expresa es una forma más de materialismo, en este caso de “materialismo espiritual”, tan dañino y perjudicial cuando uno se petrifica en él como lo pueda ser el materialismo ateo. En la medida en que uno más cree, siente y se abre al Espíritu menos egoísta es. Muchas veces el sufrimiento, cuando se presenta, es uno de los mejores antídotos que nos desinfla el globo de la vanidad; amarnos de verdad como resultado de la conexión con nuestra alegría y amor interior también; intentar sacar y desarrollar constantemente nuestro potencial interior lo mismo. La verdadera autoestima nunca se engríe ni humilla a nadie, es fuente de amor.

lunes, 14 de octubre de 2013

LO QUE LOS DEMÁS SON PARA NOSOTROS



  

La idea que tenemos de los demás es paralela a la idea que tenemos de nosotros mismos; los otros representan a nuestros propios yoes, con la ventaja de tenerlos delante para podernos ver mejor. Nuestra forma de mirarlos y tratarlos señala la forma en que nos miramos  y tratamos a nosotros mismos, ellos nos indican cuan elevada está nuestra capacidad de amar y amarnos, de perdonar y perdonarnos, pues todo lo que a través de ellos volcamos a nosotros mismos lo hacemos, aunque no nos demos cuenta ni pensemos que nos afecta. Cada hombre y cada mujer es la parte de nosotros “fuera” representando uno más de los infinitos papeles que la vida nos asigna.

Si Dios es Uno, y si la conciencia es indivisible, lo que se deduce es que nada ni nadie se halla separado de otro. Todos estamos en Todo y el Todo está en cada uno, como ocurre con un holograma en donde no existe parte alguna que no refleje la totalidad del conjunto, esta es nuestra verdadera esencia, y en ello reside la mística unión de todos los seres, independientemente de su raza, religión, cultura, sexo, tradición, pensamientos y mundo al que pertenecen. Aquello que no somos nos separa, pero en lo que somos nos reconocemos. El olvido de lo que somos nos conduce también al olvido de lo que son los otros. El cristiano contemplativo Thomas Merton cuando despertó a su esencia, a su ser, describió cómo se transformó su propia visión de los demás, y lo describió así: “Fue entonces como si de pronto viese la belleza secreta de sus corazones, las profundidades a donde no llegan el deseo ni el pecado, la persona que se es a los ojos de Dios. Si tan sólo pudieran verse tal cual son, si tan sólo pudiéramos vernos unos a otros de esa manera, no habría razón de ser de la guerra, el odio, la crueldad. Nos postraríamos para adorarnos unos a otros”.

           Normalmente encontramos en los otros lo que acostumbramos a ver en nosotros mismos; así es como los convertimos en las personas que confirman nuestros miedos o que son una proyección de nuestros deseos y necesidades, tal vez nos señalan nuestro ideal o, por el contrario, aquella parte de nosotros, la sombra, que nos negamos a reconocer y aceptar. Por una razón o por otra, lo que todo esto señala es que las relaciones que establecemos unos con otros son de ego  a ego, siendo muy extrañas e infrecuentes las que van de ser a ser. Como en el famosos cuento oriental, allá  a donde nos dirijamos para vivir, o buscando con quien relacionarnos, siempre encontraremos aquello mismo que experimentamos en nuestro lugar de procedencia, pues llevamos siempre con nosotros el fardo de los hábitos, prejuicios, miedos, esperanzas e ideales que definirán y colorearán después nuestros encuentros.

            Al transformarnos, nuestras relaciones cambian. Dice el filósofo, psiquiatra y antropólogo Roger Walsh “cuando el ojo del alma empieza a reconocer lo sagrado en todas las cosas, despierta también a la visión de lo sagrado en todas las personas. Allí donde antes veía desconocidos o competidores, puede ver ahora budas o hijos de Dios. …En lugar de sospecha y miedo, aparecen sentimientos como  amor y apertura. Si vemos gente que disfruta de buena fortuna y alegría, sentimos una felicidad natural porque ellos son felices” (Roger Walsh, “Espiritualidad esencial”, edit. Alamah, pag.286). Así que, no hay otro método ni técnica mejor, si lo que queremos es mejorar nuestras relaciones, que cambiar la visión que tenemos de nosotros mismos, porque nuestra pareja, amigos, familiares, vecinos y conocidos, también los llamados extraños, son el perfecto espejo que nos muestra exactamente el grado de nuestro desarrollo.

LO EXTERNO Y EL "ORDEN IMPLICADO"




 El peso y el valor que el mundo de las formas tiene entre nosotros es muy grande, tanto como para nutrir grandes empresas de publicidad, inmensos negocios e industrias varias. La juventud, la eficiencia, la utilidad, la fuerza, la competitividad y el rendimiento al servicio de intereses, sobre todo económicos, están a la orden del día. Y todo lo que alimenta de un modo u otro nuestros sentidos físicos: vista, oído, gusto, tacto y olfato es, desde muchos ángulos, potenciado, ensalzado y alentado. Todo esto ha dado lugar a que se levanten entre nosotros grandes muros de separación, enfrentamiento y discriminación, de modo que encumbramos un tipo de estética en detrimento de la que no sigue sus pasos, una clase social frente a otra, lo nuevo y joven frente a lo que ya no lo es, los que se considera importantes frente a los que no los son, una raza contra otra, etc. En este sentido, llama poderosamente la atención lo bien que son acogidos socialmente los bebés y los niños pequeños, que con su ternura, gracia y espontaneidad nos atraen y llenan de gozo, frente a la reacción bien distinta que por lo general provocan ancianos y gente mayor, a los que cierta tendencia se inclina a marginar con el pensamiento de que cuantos menos tratos y tiempo con ellos mejor.

¿Y todo esto por qué? La vida vivida en su inmediatez y sin mayor propósito que el de autosatisfacernos, alimentando nuestros egos en un mundo sin trascendencia ni profundidad, en que a las personas se les valora sobre todo por el tener y no por el ser, y donde no hay más sentido que el de la supervivencia, explicaría casi del todo lo que estamos diciendo. Frente a esto existe otra nueva visión, aquella que entiende la vida externa como el exponente o manifestación de un movimiento mucho más hondo o espiritual desde donde todo arranca, con un fin, una dirección, un orden y un propósito que se van desplegando y manifestando poco a poco. Pero esto no se puede percibir si nos habituamos a ver el mundo superficialmente, o si entendemos que la vida en general y las personas en particular constituyen piezas separadas moviéndose sin más ton ni son que el del azar o la fatalidad, y existen desconectadas de una totalidad mayor.

Todo es diferente, en cambio, cuando se empieza a ver la vida como la expresión de una intención consciente e interior, que no depende de los cambios, las formas o los movimientos externos sino que los crea y de ellos se sirve teniendo como objetivo la consecución de un plan, y cuando frente a lo caduco y la tendencia que se observa en la vida hacia cierta descomposición y decrepitud, lo que impera de verdad, aunque no la veamos, es una realidad maravillosa, la del ser y el alma como auténticos artífices de la vida; a ese principio es al que David Bohm, profesor de física teórica, se refería como al orden implicado, de lo que todo lo demás sería derivado, pues como él mismo dice: “estamos sugiriendo que es el orden implicado el que es autónomamente activo, mientras que, como indicamos antes, el orden explicado fluye de una ley del orden implicado, por lo que es secundario, derivado, y solamente apropiado dentro de ciertos límites concretos”(“La totalidad y el orden implicado”, Kairós, p. 258).

Uno cree que el mejor futuro de la humanidad pasa porque nos hagamos conscientes, lo antes posible, de esa dimensión “implicada”, la del Espíritu, la única que puede darnos sentido y sacarnos del pozo de ignorancia en el que nos encontramos, causante de tanto sufrimiento e injusticias. Si somos capaces de comprender que nuestra vida externa es tan sólo el despliegue de una inmensa aventura que estamos pilotando “desde el interior”,  veremos el mundo de manera totalmente nueva, y con sentido.

sábado, 12 de octubre de 2013

EL "CASCO DE DIOS"



La nueva espiritualidad, afirma que la conciencia no sólo no está circunscrita a nuestro cerebro, ni tampoco es una consecuencia del mismo, sino que ella es la causa y el origen de los procesos materiales. Para afirmar esto, prestigiosos científicos como Pim Van Lommel, por ejemplo, se basan en la contundencia de los estudios sobre experiencias cercanas a la muerte, los datos recientes de la investigación neurofisiológica y el aval de los conceptos de la física cuántica. En este sentido, ocurre que “durante la vida, la gente percibe con los sentidos, mientras el cerebro actúa como interfaz. En circunstancias anormales, una persona puede experimentar el aspecto infinito de la conciencia no local independientemente del cuerpo, lo que se llama continuidad de la conciencia, y percibir directamente a través de la conciencia en el espacio” (P. V. Lommel, “Consciencia, más allá de la vida”, Atalanta, p.317).

El psiquiatra José Miguel Gaona, investigador de las experiencias  cercanas a la muerte, ha ido evolucionando en los últimos años, desde el escepticismo a postulados que se acercan, cada vez más, a los del investigador estadounidense Raimond Moody, sobre todo a raíz del conocimiento de la experiencia cercana a la muerte del neurocirujano de Harvard Eben Alexander de quien dice que “después de conocerle, los conceptos de vida y muerte ya no son los mismos”. De esto deja plena constancia en su último libro “Al otro lado del túnel”. Hasta que se topó, con la existencia de un dispositivo, el “Casco de Dios” así llamado, que genera campos magnéticos en torno a la cabeza, y con el que trabaja Michael Persinger en una universidad canadiense, el cual, para los “negacionistas”, bien podría demostrar que las experiencias PES y las cercanas a la muerte eran un simple fruto de nuestra actividad cerebral. Como afirma Gaona en una actitud que le honra: “yo también pensé lo mismo y debo reconocer que me sentí decepcionado ante la posibilidad de que todo aquello en lo que justamente acababa de comenzar a creer y a estudiar pudiera derrumbarse con tanta facilidad”. Así que se fue a la universidad de Ontario en Canadá con la finalidad de experimentar él mismo.

La extensión de sus palabras la podemos encontrar en la revista “Mas allá”, nº296, año XXIV, entresacamos aquí lo que consideramos más significativo de la experiencia tal y como él mismo la relata: “entrecerré los ojos y unas bellas imágenes del lago contiguo a la universidad comenzaron a invadir mi mente…Una repentina sensación se apoderó de mi…Sí, así estaba, flotando por encima de mi cuerpo. Me veía desde arriba. Y era divertido. ¿pero cómo era posible que hubiese sobrepasado el techo de la habitación y siguiese viéndome? Justo enfrente de mí se encontraba el equipo y en la habitación aledaña podía observar la blanca cabellera del profesor Persinger…¡Esto funcionaba!...lo más llamativo comenzó a ser la fuerte sensación de que no me encontraba solo…otras presencias parecían coexistir rodeándome…Veía sin ojos y sentía sin cuerpo…oía sin sistema auditivo…sin ningún otro tipo de soporte vital que me acompañase…Te das cuenta de que estás integrado en la naturaleza y que es posible establecer comunión directa con Dios” Después de esta experiencia “mi ser ya no seguía siendo el mismo que hacía unas horas antes”.

Conclusión: “El telescopio Huble no pone las estrellas, sólo ayuda a verlas, lo mismo hace el Casco de Dios”. La conciencia es la única y verdadera protagonista.