lunes, 9 de septiembre de 2013

EL PROPÓSITO DE CADA ALMA AL NACER




            Hay algo que las personas no acabamos de valorar del todo: ¡nadie recuerda no haber sido!, en cambio todos recordamos nuestro pasado hasta que vemos como este se esfuma y diluye en el tiempo. Nadie tiene memoria ni atisbos de sí mismo como no ser, ni tampoco del momento en que nace a la existencia por primera vez, pero todos sabemos que existimos y de esto no nos cabe duda alguna; a partir de ahí se puede creer, como máximo, que hubo un tiempo en el que no fuimos y, si acaso, que habrá otro momento en el que dejaremos de existir, o no…

            Yo soy de los que piensan y sienten, desde un runrún inexplicable en la conciencia de mi, que tiene por “detrás” un pasado infinito con un futuro sin fin; y todo eso dentro de una existencia eterna e incluso más allá del tiempo y del espacio tal y como lo concebimos ahora desde nuestra conciencia ordinaria. Si no fuese así, el título de este apartado carecería de sentido. Nuestra alma es una con la vida y con la consciencia que la anima, y ambas, vida y consciencia, no tienen principio ni fin sino que en y desde su atemporalidad se expanden entrando en el tiempo-espacio a través de las infinitas almas-forma de la existencia. Lo que explica nuestro ser como individuos.

            Desde nuestra eternidad, pues, nos movemos, y a partir de ella existimos como seres individuales con historia, creando, experimentando, aprendiendo en infinidad de contextos a través de los cuales nos realizamos al desarrollar y poner en acto lo que “dentro” en nosotros existe como potencial infinito. Y para que esto se haga efectivo, nos hemos dado y dotado de un mecanismo maravilloso: el de la evolución del alma; de tal forma que nuestra existencia es una existencia en evolución, y, por lo tanto, dinámica, de extroversión, aprendizaje y maduración  constantes por dentro y por fuera, sin que eso suponga para nada, excepto en el pensar puntual de la mente, la separación del Fondo, del ser divino, de esa Matriz o Madre Divina completa en sí misma, y en plenitud constante “donde” siempre y en niveles intemporales y sutiles existimos.

            Por eso, nacer supone que estamos siguiendo un proceso, un camino, el trayecto del alma evolucionando desde el aparente no ser al ser, desde la inconsciencia a la consciencia, desde la sensación de muerte a la inmortalidad, desde la oscuridad a la luz, desde la ignorancia de nuestra verdadera identidad al despertar sabiéndonos como identidades divinas sabias y gozosas creadoras de nuevos mundos y realidades, de nuevas circunstancias y condiciones en las que experimentar y plasmar la vida divina. Pero esto se consigue paso a paso, como ocurre todo en la naturaleza en donde cualquier cambio viene precedido por infinitos y minúsculos movimientos, a veces imperceptibles, que lo prepararon y precedieron. En el caso del alma humana esos pasos previos suponen aprendizaje, transformación y superación, soltar lo viejo, caduco, denso y poco evolucionado para tomar lo nuevo, más acorde con la riqueza de nuestro ser, que nos llama continuamente a la creación de experiencias superiores de existencia.

            Pero esto no se puede realizar en una sola vida con las características de temporalidad limitada que hoy tienen nuestros cuerpos físicos, y por esta razón nos traemos cada vez al nacer determinadas y limitadas tareas, algunas de ellas muy concretas, otras más abiertas, y todas siempre en función de nuestras necesidades, nivel de aprendizaje, asuntos pendientes de la vida anterior, voluntad y tendencia hacia específicos fines a los que kármicamente nos hallamos unidos, etc. Todas estas cosas son las que configuran lo que hemos definido como  el propósito de cada alma al nacer.



jueves, 5 de septiembre de 2013

ORIGEN DE LA MATERIA Y DE LA VIDA

Los cosmólogos, físicos y químicos tienen su máximo empeño centrado en este objetivo: se esmeran con insistente y meticuloso esfuerzo por encontrar el ladrillo básico y fundamental de la materia, buscando así aquel tipo de partícula que se pueda, por fin, presentar como el sustrato primigenio de la misma, de ese modo es como han conseguido aislar decenas de partículas y subpartículas elementales; pero esto no ha sido todo sino que en su indagación han descubierto también que la pretendida materia se les deshacía entre las manos al constatar que esta de sólida no tenía nada sino que, en contra de lo que se había creído, se sostiene en un mar de vacío, el “vacío cuántico” o “campo cero” como le llaman algunos, de donde brotan, aparecen y desaparecen, impulsos o “chispazos” de energía que por condensación dan lugar a  los primeros indicios firmes de materia.

            El origen, pues, de la materia no sería, por lo tanto, ni mucho menos, material pero sí real y no sería otro que el fundamento de todo cuanto existe, para lo que ya algunos físicos, Ervin Laszlo, por ejemplo, y otros se han aventurado a ponerle nombre, además de los ya citados –vacío cuántico y campo cero-,  como los de “campo akásico” o “matriz divina” (Gregg Braden), términos que en su significado concuerdan y encajan con bastante exactitud en lo que tradiciones milenarias han definido como “Consciencia”, Espíritu, “Dios”, “Tao” u otros nombres de contenido semejante.

Tanto son así las cosas, que podríamos decir con bastante precisión que el origen de la materia es absolutamente espiritual, y que la pretendida separación entre materia y espíritu no es tal sino que existe una continuidad absoluta entre ambos, o, dicho con otras palabras, que eso tan aparentemente compacto como es lo material es el resultado de la condensación del espíritu, igual como este es la expresión de la sutilización o espiritualización de la materia. El paleontólogo, filósofo y místico Teilhard de Chardin es uno de los más grandes exponentes a la hora de fundamentar y explicar lo que estamos señalando, Aurobindo, sabio hindú, lo razonaba en términos muy parecidos.

            ¿Y el origen de la vida, cual es?, o ¿cuándo y en base a qué surge esta? Aquí se podría decir casi lo mismo a lo expresado respecto al origen de la materia. La vida no surge por primera vez en algo, un vegetal por ejemplo, de lo que de forma taxativa se pueda decir que es el primer ser vivo y antes de él la vida no existía., porque no es así como se dan y ocurren las cosas en la naturaleza. Hay un proceso evolutivo rigiéndolo todo, y en ese proceso, por lo que se puede intuir y poco a poco demostrar y ver, se contienen desde el inicio las características, potencialidades y cualidades de lo que después veremos surgir, primero como la pre-materia, luego la materia en el mundo mineral, después la pre-vida y al final, de forma más que evidente, la vida localizada como es el caso de los vegetales, y así de forma ascendente hasta el ser humano.

            Pero la vida no es tal o cual ser vivo, tal o cual planta, ese o aquel animal. La vida siempre estuvo y siempre fue antes del nacimiento de cualquier forma, como el espíritu del que surgió la materia. En realidad, ambos, vida y espíritu, son palabras que se corresponden. Ellos no tienen origen, en cambio son el Fondo del que surgen los reinos mineral, vegetal, animal y humano, también mundos y universos

EL ALMA DE LAS COSAS




El materialismo, que siempre basó el valor de sus apreciaciones en el testimonio ofrecido por los cinco sentidos como garantía de verdad y realidad, cada vez más y como resultado de los avances de la nueva ciencia (Einstein, Planck, Schrödinger, Laszlo, Pribram, Sheldrake, Bohm, Gostwami, etc…) y de los muchos testimonios que tienen que ver con la expansión de conciencia (experiencias cercanas a la muerte, telepatía, desdoblamiento astral, etc.) empieza a resultar una especie de ejército derrotado y en retirada. El fundamento de la materia es menos material de lo que se creía y todo apunta a que un nivel previo de realidad, le podemos llamar  espíritu, es su verdadero motor, origen y sentido, de modo que sin su existencia, voluntad y sustento la materia se desintegra, como es muy evidente y notorio en los cuerpos cuya vida ha dejó de estar presente en ellos.

            Esa instancia “anterior”, espiritual o cuántica por llamarla en términos más actuales, constituye, pues, el  “alma” de las cosas, aquello que las anima, la verdadera realidad, de la que la otra, la captada por los sentidos físicos, la material, vendría a ser, ni más ni menos, que su contraparte externa, algo así como su doble, la réplica condensada que le permitiría funcionar, ser captada y localizada en el mundo físico. La verdadera alma de las cosas es la consciencia y el pensamiento que las anima, lo cual vale tanto para los niveles materiales, como en el caso de un objeto construido por el ser humano, una mesa, por ejemplo, como para un hombre o una mujer. Un pensamiento ha dado lugar a esa mesa, ese pensamiento es su alma, muy elemental, pero así es. Todas las cosas tienen un alma: un átomo tiene alma, una piedra también, una hoja, un pájaro y, cómo no, un ser humano. Esa alma-consciencia es lo que les ha traído a la existencia, ella es su verdadero origen y el fundamento de todo acto creador como así lo han demostrado los físicos cuánticos: sin que la consciencia se fije en ellas, las cosas no se hacen presentes, no surgen ni vienen a la realidad, no existen sino que permanecen en el mundo de lo potencial.

            El alma de las cosas, de todos los seres, y, por supuesto, del ser humano no se encuentra en el ámbito de los cinco sentidos físicos porque no es algo material, pero en cambio sí que existe en otro nivel y tipo de existencia de la que la externa que vemos con los ojos y tocamos con las manos es su plasmación más densa. El mundo cuántico es muy real, tanto que hoy sin él no se podría explicar casi nada, pero antes se desconocía aunque no por ello dejaba de estar presente ejerciendo su función, ¡menos mal!, y lo mismo ocurre con el alma. Tratarla de comprender con los instrumentos y el modo de ser y funcionar del estrato “cuerpo-mente racional-materia” es muy difícil si no imposible, aunque la intuición, ciertas experiencias internas y el hecho definitivo de que “eso” lo somos nos permite crear el puente de conexión y presentir-tocar de algún modo su realidad. Todo depende de nuestra mayor o menor apertura y también de la sensibilidad interior que tengamos.

            El ser de las cosas, su alma, es más real que cualquier apariencia y de hecho, si nos fijamos bien, hasta es posible que comprendamos y percibamos que “nadamos y estamos sumergidos” en un mar de seres espirituales, dentro de una realidad infinitamente “animada” por sus almas, también las nuestras, en donde las fronteras de los cuerpos físico ya no existen y la conexión entre unos y otros es total. Sólo la evolución de cada alma nos coloca a unos y a otros en campos vibratorios diferentes

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA RELACIÓN DE PAREJA

Existen modos privilegiados de encuentro entre los seres humanos que por su calidad e intensidad se convierten en verdaderos templos sagrados para la relación. Sus características hacen de ellos centros de crecimiento y desarrollo especialmente intensos y completos. Este es el caso de la relación que se da en la pareja humana, en la que dos personas se comprometen, atraídas por su amor, para crecer, desarrollarse, evolucionar y vivir juntas, haciendo  de esto una tarea común y con sentido.

Lo que cada cual haga y experimente, proyecte y viva en o desde su pareja depende de la creatividad, el empuje, la dinámica, el empeño y la decisión que quiera y esté dispuesto a invertir en ella. No está hecha una pareja, en realidad es un pretexto que el universo pone en nuestras manos para que la hagamos, tampoco existe un modelo, lo tenemos que desarrollar, y ni siquiera es un estado sino que se parece y mucho a un río que en su discurrir es vivo, en movimiento continuo, renovable constantemente. Mala cosa si se convierte en una momia, un fósil o en un baúl de los recuerdos. Pero de eso no estamos hablando aquí.

Normalmente, la pareja con sentido tiene en su corazón mucho de misterio, ya que en sus raíces se alimenta de impulsos, voluntades y compromisos tan profundos y lejanos que arraigan en nuestras vidas anteriores, y, en concreto, en parte de los proyectos que uno se trajo al nacer. Asumir esto le imprime más claridad, dimensión y sentido, aportándonos comprensiones que de otro modo nos costaría mucho encontrar. De este modo, en cambio, podemos observar al contemplarla con detenimiento todo un tapiz de movimientos desplegando temas y guiones, argumentos e historias tendentes, siguiendo un trazo perfecto, a completar aspectos de nuestro crecimiento que, o bien quedaron pendientes, o que simplemente se quieren conquistar.

La casualidad no existe, tampoco, por lo tanto, en la relación de pareja que estamos describiendo; descubrir su sentido, el propósito que ha unido a dos personas en un proyecto común y entender el tipo de dificultades a superar y los escollos a integrar, sólo se consiguen tras desarrollar la autocomprensión y el discernimiento sobre uno mismo. A más conocimiento interior mejor posibilidad para entender el por qué de nuestra pareja, lo que ella nos aporta y posibilita, y el camino que con ella recorremos. La ceguera como el no querer ver son el peor enemigo para cualquier caminante y la garantía de que así no se llega a destino alguno. La dimensión, el valor y el sentido definitivo de nuestra tarea lo va marcando la profundidad, la calidad y la luminosidad de nuestra mirada. Podemos ver mucho o no ver nada de nuestra relación, esto pasa.

No es un conglomerado ni una amalgama amorfa la pareja a la que aquí nos referimos. Su proyección e impronta en nuestra evolución la marca el compromiso real que cada uno de sus miembros tiene consigo mismo, su voluntad real de crecer y de ser individualmente; es decir, con la pareja pero, aunque sea una paradoja, como si esta no existiera. Individuos maduros, responsables y con sentido son los que hacen que esta relación sea productiva, viva, luminosa y feliz. Delegar o proyectar la responsabilidad de nuestra realización en el otro es siempre un error. Nada ni nadie puede jamás sustituir el trabajo personal que cada uno tiene que realizar. Más aún, la verdadera relación de pareja se empieza a experimentar cuando las dos personas que la integran han comprendido y asumido con entera responsabilidad el propósito de sus propias vidas.

martes, 3 de septiembre de 2013

LAS RELACIONES HUMANAS



Estas, las relaciones entre los seres humanos, son un claro reflejo del mundo interior de quienes las experimentan, en ellas nuestras frustraciones y deseos, nuestras carencias y limitaciones, nuestros miedos y ansiedades, así como toda nuestra positividad, valores y cualidades están presentes y se proyectan, a veces conscientemente pero en muchas ocasiones de forma inconsciente; lo mismo suele ocurrir en el modo como entendemos, percibimos e interpretamos a aquellos con quienes nos relacionamos, que está fuertemente condicionado si no distorsionado por lo que cada cual llevamos en nuestra mochila mental y emocional.

Por esa razón, las relaciones suelen ser con frecuencia egoístas y muy difícilmente “limpias” o de ser a ser. Al relacionarnos, siempre intercambiamos en mayor o menor grado  información, afectividad y energía; la calidad de este intercambio depende del desarrollo, madurez y evolución de las personas que se relacionan. Las relaciones pueden ser de muchas clases: desde las más interesadas, funcionales, materialistas y de conveniencia a las más altruistas, de crecimiento y espirituales.

Cuantos más conflictos internos tenga una persona más problemas, dificultades y sufrimiento experimentará en su relación con otros, de modo que estas, las relaciones, son un inestimable termómetro que nos puede indicar con meridiana claridad en qué punto de nuestro desarrollo emocional y afectivo nos encontramos, además de que también señalan la conexión y conciencia que tenemos con nuestro yo superior.

Son muy importantes y necesarias las relaciones entre los seres humanos, en la medida en que son un nítido espejo en el que nos vemos y nos reconocemos, ellas nos devuelven nuestro verdadero rostro, al menos el que hemos desarrollado y alcanzado hasta entonces. En realidad, no vemos a los demás sino aquello que somos capaces de reconocer de nosotros en ellos, o viceversa, de ellos porque ya existe en nosotros.

Nos relacionamos con los demás sólo como somos capaces de relacionarnos con nosotros mismos, o con otra variante: proyectando en ellos lo que no queremos ni nos atrevemos a reconocer en nosotros como propio, sea algo muy positivo o, por el contrario, negativo. Por eso, cada ser humano con el que nos relacionamos: amigo, pareja, vecino, etc…, nos ofrece una magnífica oportunidad para reconocer las partes de nosotros que habíamos olvidado, rechazado o ignorado.

Al final, de lo que se trata es de ir abrazando, poco a poco, y reconociendo en nuestro interior como propias, no ajenas a nosotros, cuantas más expresiones de la humanidad mejor, hasta que llegue un día en que seamos capaces de abrazar internamente a la humanidad entera, sin distinción alguna y sin que nada ni nadie nos sea ajeno.

Las relaciones más estables y duraderas, las más cualificadas y a las que deberíamos aspirar son aquellas en las que al otro se le ve como una oportunidad para ofrecerle la esencia de nuestro ser: amor incondicional, saber incondicional y energía positiva incondicional; cualquier cosa que no sea esto es, aunque no todo sea negativo: complicidad, intercambio de intereses, manipulación, transacción o negocio. Existe un nivel intermedio, el de quienes dicen: ven si quieres, vamos y crezcamos juntos.

domingo, 1 de septiembre de 2013

ESO QUE LLAMAMOS "DIOS"




 El nombre no dice nada, llámese como se le llame lo que trate de nombrarlo sólo será una palabra y las palabras muchas veces desorientan en vez de señalar, ni siquiera un concepto sirve para definir a Dios. Nosotros aquí entendemos o más bien intuimos como tal a Lo Real, Lo Que Es, y fuera de lo cual nada existe, pues Eso, Dios, es Todo y todo en todo, de forma que cualquier cosa que se pueda mostrar, concebir, representar, crear o pensar es un modo del ser de Dios.

No es algo que esté ahí o allá, dentro o fuera, arriba o abajo, delante o detrás; al contrario, pues todo: conceptos, objetos, circunstancias y cualquier clase de ser están en Él, del mismo modo que todo surge de Él. Tampoco es masculino, ni femenino, ni neutro sino el origen y la causa de cualquier estado, modo o realidad, sea esta manifiesta o concebible.

Sin “Eso-El-Ella”, es decir Dios, nada es. Es la Presencia que brilla y late tanto en el vacío primigenio como en los universos inmensos, en el pálpito de la energía que se condensa para formar la primera partícula de materia y en la suma infinita de estrellas, en la sonrisa de un niño y en el corazón de los incontables mundos. Conciencia, Inteligencia, Amor y Poder sin límites son la materia prima original, el ser divino, que en cada acto creador se expresan.

Si actúas es Dios quien actúa, si descansas es Dios quien descansa en ti y a través de ti, también si sueñas es Dios quien sueña, hagas lo que hagas y suceda lo que suceda todo es Dios siendo en sus innumerables rostros, formas, estados y acciones. Nada queda fuera de Él. Lo que llamamos bien, como lo que llamamos mal son igualmente movimientos de Dios, juegos, gestos que en un punto que se nos escapa confluyen y se integran en la eterna e indivisible Unidad que todo lo contiene.

Él es lo más tú de ti mismo. Por eso si te encuentras lo encuentras, y viceversa. Todo cuanto puedas concebir, sentir y vivir de ti lo señala a Él, y muchísimo más, infinitamente más. Es Persona si lo necesitas así e impersonal al mismo tiempo. Con el corazón lo encuentras, con el sentir lo vives, pero la experiencia que de Él se tiene es intransferible, íntima e incomunicable. Una brisa, un aroma, un suave goce del alma, una cascada de luz sobre tus hombros, una alegría sin objeto ni causa, un silencio más allá del silencio, lo más inmenso, el puro poder, el mismo amor,…qué se yo, no hay palabras para comunicarlo…, si lo has sentido sabrás de lo que hablamos, si no, no. No se puede señalar, ni mostrar y menos demostrar…O lo ves o no lo ves.

Nada ni nadie lo agota, lo retiene, lo contiene, ni lo representa…del todo. Es el que mira a través de nosotros, el acto de mirar y lo mirado. Si contemplas el amanecer te acaricia con su belleza y su luz, si contemplas de noche las estrellas del cielo te hace sentir un pequeño estremecimiento que recorre tu columna, cae una hoja de un árbol y te llega de Él su aroma; una nube, una gota de lluvia, el polvo del camino, un niño, un anciano son Dios pasando. Donde menos te esperas lo hallas, en lo insignificante y en lo inmenso. No hay zonas para Él de privilegio, todo hasta lo más impensable son sus templos. Creyentes, ateos, escépticos, agnósticos, espiritualistas, materialistas…, unos y otros representan tan sólo esfuerzos de la mente por afirmarlo o negarlo, pero Lo Que Es, es más que eso, aunque todos ellos también son su rostro.