“Vive feliz en lo que tienes,
pero
no por lo que tienes.
Que tu ser sea
el objeto
De tu
felicidad”
“EL camino lo hemos de descubrir
Y
recorrer cada uno,
sabiendo que es el nuestro
y que pasa por nuestro interior”
“..Y, sobre
todo, vive”
1.- Introducción
En un tiempo,
todo en mi vida había sido lucha y esfuerzo, además de una búsqueda constante
para salir del sufrimiento que con todo eso experimentaba. Entonces, todo el
mal tenía su origen, o al menos eso creía yo, desde mi ignorancia, en el
exterior, adoptara este la forma que adoptase, a través de personas o de
circunstancias, sobre los cuales proyectaba toda capacidad para reducir mi
libertad, causarme daño o crearme problemas. Así, con esa lógica tan simple era
como yo veía y entendía la vida.
Hasta que, una
vez, hallándome en presencia de una persona sabia a la que me había dirigido
requiriendo ayuda, después de que ella oyese mis objeciones y quejas ante
ciertas circunstancias que vivía, recibí, como respuesta ante la demanda de
soluciones y consuelo, una pregunta que apuntaba a lo más hondo de mi y que me
siguió después, sin darme tregua para el descanso, en mi constante búsqueda;
apenas cinco palabras, las suficientes y necesarias: “Julián, ¿donde está tu
ser”.
Desde aquel
día sólo he tenido un objetivo prioritario: mi ser esencial; y en él y desde él
la solución a todas las preguntas y a cualquier clase de sufrimiento. Mi ser,
al que siento como la presencia y el modo en que Dios es, existe y se
manifiesta a través de mi. Es, a partir de este referente básico, desde donde
yo entiendo que la vida hay que vivirla, y descubriendo cómo todos nuestros movimientos y acciones son esfuerzos
que hacemos, muchas veces inconscientemente, para encontrarnos con él y
entonces, desde la plenitud que él nos aporta, expresarlo creativamente, al
modo de cada cual, en los demás y en el mundo donde existimos, con gozo,
inteligencia y eficacia.
Cuanto a
continuación decimos, forma parte de esa búsqueda y de ese intento de
manifestación. Ahora, pasados ya muchos años desde aquel encuentro con aquel
ser lleno de sabiduría, sólo me queda hacia ella, Shakti Genaine, un profundo y
eterno agradecimiento. Y ahora, entremos directamente, si no lo hemos hecho ya,
en materia:
2.- Los hechos que constatamos en nuestra vida y que parecen inevitables:A
nadie, que observe mínimamente la realidad, le pasa desapercibida la
constatación de que todo cambia continuamente, de que nada es estable y eterno,
y que el deterioro, la decrepitud, la vejez y la muerte forman parte de nuestra
existencia.
No hay nada de cuanto podamos poseer o a lo
que nos cojamos que sea definitivo ni completamente bello, útil o perfecto.
Todo es relativo y por lo tanto siempre se puede comparar con otro referente al
que consideraríamos como mejor. Lo que hoy nos parece extraordinario, dentro de
un rato o mañana mismo se puede volver desagradable.
Nunca
estamos completamente seguros, ni completamente satisfechos por lo que
poseemos, sean objetos, personas o circunstancias. Todo nos puede fallar o se
puede quebrar en cualquier momento: la salud, una amistad, el trabajo, la
economía, nuestra pareja, un bien físico al que le otorgábamos un gran valor,
nuestra misma vida, etc.
Nuestro
ego jamás está satisfecho, de todo se cansa, en su esencia está el desear
siempre más. El miedo a perder lo que se tiene y a no conseguir lo que se desea
forma parte de nuestras vidas.
Y
el hecho de la muerte, que de mil formas se quiere retrasar, disimular, ocultar
o negar pende como una espada sobre nuestras cabezas, como un eterno problema e
interrogante al que nadie, ni la ciencia con sus constantes progresos, ha
podido superar o frenar.
Por
todo lo anterior, el dolor, la ansiedad, el temor, la depresión y el
sufrimiento en sus distintos grados y formas, acompañados también de frecuentes
crisis psicológicas forman parte del panorama bastante habitual de la
existencia humana.
En
este contexto, vivir en paz y desde la plenitud resulta prácticamente imposible
e inalcanzable, y, en su lugar, los miedos, de muchas clases, han tomado tal
carta de ciudadanía y cotidianeidad que se extienden como una inmensa mancha en
nuestro quehacer diario.
3.- Los miedos, son obstáculos para la
vida en plenitud.
Como nuestra
existencia se ha asentado sobre el temor en vez de sobre la confianza, la
alegría, el amor, el sentimiento de unidad, etc., hemos creado una vida llena
de precauciones, ansiedades, actitudes de defensa y autoprotección, de
repliegue y huída, en definitiva, hemos convertido nuestra vida en una lucha
constante por sobrevivir en un mundo lleno de presuntos o posibles enemigos por
todas partes que pueden arrebatarnos algo. Un mundo así, se traduce
frecuentemente y nos lleva a una vida eminentemente egoísta, donde todos nos
vemos separados de los demás y de todo, donde, además, cada cual batalla por su
particular parcela de intereses individuales o de grupo que nos aboca
indefectiblemente al sufrimiento.
Además, vivir
así nos quita o absorbe la energía, el interés, el entusiasmo y la dedicación
que de otro modo podríamos haber invertido en la expresión positiva y gozosa,
compartida y creativa de nuestra riqueza interior y de nuestra capacidad
inmensa de felicidad y amor. La razón de esto, es que los miedos que nos
embargan, en general, inciden negativamente en el corazón de nuestro potencial
energético, intelectual y afectivo, el cual se ve de este modo sensiblemente
afectado y mermado en sus vías de expresión y desarrollo.
Destacaremos a
continuación, y de manera esquemática, tres grandes grupos que nos pueden
servir, hasta cierto punto, para situar y entender los distintos miedos, lo que
a su vez nos estará ya dando importantes pistas para comprender las causas del
sufrimiento asociado a ellos. Son los siguientes:
a).- Los
miedos que tiene que ver con nuestro cuerpo
De
entre ellos, hemos escogido porque tal vez sean los más frecuentes, el miedo a
las enfermedades, al deterioro y desgaste físico o a no tener la imagen
adecuada, el miedo a la escasez de recursos que nos impidan vivir (pérdida del
trabajo, desgaste económico…), el miedo al dolor (el de la agresión física, el
causado por la enfermedad…), el miedo a la vejez y, por supuesto, el miedo a la
muerte. Indudablemente que aquello que le sucede a nuestro cuerpo tiene mucho
que ver, no sólo con la seguridad física sino también con nuestra autoestima y
la manera de captarnos, aunque sea superficialmente, los demás, lo que no deja
tampoco de afectarnos en mayor o menor medida en una sociedad en la que la
apariencia tanto cuenta.
Que
podamos sufrir y pasarlo mal por todo esto resulta bastante evidente y
comprobable, no hay más que mirar y ver la cantidad de gente que, día a día, se
preocupa por su salud, aspecto físico, ahorros, etc., que les aseguren su
futuro bienestar, para darnos cuenta de que es así.
b).- Miedos
que afectan a la identidad o a la conciencia que tenemos de nosotros mismos.
Temor
a perder la buena fama, y, por eso, miedo a las críticas y a que se hagan una
idea de nosotros que no se corresponde con el ideal que nosotros tratamos de
alcanzar y a su vez mostrar a los demás.
Miedo a que
las ideas o valores sobre nosotros mismos, sobre las cuestiones fundamentales
(creencias, etc.) o sobre la realidad en general se desorganicen, derrumben o
se pierdan. De ahí, ese empeño que muchos muestran en pertenecer a grupos de
pensamiento o ideología de los que tomar una fuerte identidad, o esa manera
insistente que a veces ponemos para que nuestras razones se impongan sobre las
de los demás. Las formas de pensar cerradas y rígidas que con fuertes
resistencias al cambio o al intercambio y contraste de pareceres se alimentan
de esto.
Miedo también
a perder la propia conciencia sobre nosotros mismos y/o la disolución de
nuestro yo (locura, alzeimer, qué me pasará si me muero, cómo me veré…)
Miedo, en
definitiva, a que nuestra identidad se difumine, desaparezca o se quiebre.
d).- Miedos
que afectan a nuestra afectividad y necesidad de amor.
Miedo al
rechazo, a la soledad y al abandono, también como ya hemos dicho a la crítica y
al desprestigio, miedo a perder afectos y relaciones, etc.
Todos
estos miedos, así como las pérdidas reales o las frustraciones por lo no alcanzado,
las agresiones físicas o morales, las injusticias de todo tipo, las
desavenencias, situaciones de pobreza y miseria, la inseguridad ante tantas y
tantas cosas como se nos pueden ir al traste,
etc., lo que nos producen es angustia, malestar y, por supuesto
sufrimiento. Un sufrimiento, del que todos queremos salir, pero que, a pesar de
nuestros múltiples y repetidos esfuerzos, vuelve y vuelve tenaz e insistente a
través de las causas, circunstancias y en los momentos menos esperados.
Ante
esto, las preguntas que nos surgen son esencialmente dos: la primera y más
inmediata, ¿cómo podemos abordar el sufrimiento y los problemas o dificultades
que los producen de tal modo que estos si no desaparecen para siempre, al menos
se resuelvan o se reduzcan al máximo? y, en segundo lugar, puesto que las
causas del sufrimiento se reproducen y repiten sin escapatoria aparente por
nuestra parte, y dado que nos resulta insoportable ya tanto dolor como el que
la humanidad acumula ¿se puede encontrar de una vez por todas la raíz del
sufrimiento, de tal forma que nos abramos definitivamente a una nueva clase de
existencia en paz, felicidad completa y en plenitud? Estas dos cuestiones son
las que vamos a abordar y tratar de responder del mejor modo posible a nuestro
alcance.
4.- Vías
para tratar de comprender, solucionar o paliar el sufrimiento.
Cuatro grupos
básicos podían resumirlas:
a).- Los logísticos y positivos:
Son aquellos que
previenen, restablecen, sanan o cuidan las enfermedades, traumas, alteraciones
o disfunciones del cuerpo (la medicina en general), los que atañen más a la
mente y a nuestras conductas (la psicología y la psiquiatría), con sus variados
planteamientos, estrategias, técnicas y recursos, aquellos otros que se ocupan
de las condiciones del bienestar de los pueblos y las naciones, su organización
económica y social (la política y económica, la legal, y asistencial, con
planes de desarrollo, ayudas etc.), las de habitabilidad (arquitectos), hay
incluso los que se refieren al cuidado estético del cuerpo por la importancia
que tiene para nosotros y nuestra autoestima nuestra apariencia externa, o los
que se dedican al acondicionamiento físico como el deporte, etc.
b).- Los
negativos de huída:
Por ejemplo, a
través de las adicciones que
pueden ser de muchas clases (consumo de sustancias, comida, alcohol,
ludopatías, compras compulsivas, sexualidad compulsiva, el mismo trabajo
obsesivo, etc.) y que pretenden compensar la frustración, ansiedad o
sufrimiento que uno vive o teme tener que afrontar, las proyecciones hacia el exterior de lo que a uno le ocurre
(todo el mundo es malo, la vida es un desastre…), las directamente agresivas
como los delictivos (robos,
violaciones, terrorismos, etc.) y las autopunitivas
( suicidio).
c).- Las respuestas creativas y
positivas:
Toda persona
es responsable de sus decisiones y del modo de afrontar su vida, también de la
intención que pone en sus actos. Cada circunstancia es un reto que se nos
plantea y una ocasión para que decidamos qué respuesta le damos. Toda la vida
es pura creatividad que está contribuyendo a nuestra evolución, aprendizaje y
crecimiento contante. Evadir nuestras respuestas ante el requerimiento de algún
estímulo que nos viene del exterior supone detener el flujo de esa vida que se
manifiesta individualmente en nosotros a nivel intelectual, afectivo y
energético.
Siendo esto
así, siempre está a nuestro alcance el que ante cualquier requerimiento más o
menos angustiante del exterior (un problema económico, de relación, de planes
que se tuercen, de vecindario, etc.) y también, por supuesto, para todos en
general, podamos dar una respuesta creadora y positiva, procurando siempre el
mayor bien y evitando el mayor daño posible tanto a nosotros como a los demás.
Nuestra
inteligencia, adecuación realista al hecho de que se trata y sentido común nos
indicarán siempre la solución mejor que debamos asumir a partir de las
posibilidades que nuestras circunstancias ofrezcan y que nosotros podamos
asumir, teniendo en cuenta los recursos logísticos aludidos u otros de los que
podamos disponer, y asumiendo siempre que la mejor solución será aquella que
más eficaz sea, mayores beneficios nos aporte, menor sufrimiento provoque y, si
hay otras personas a las que les competa el problema que se trate de
solucionar, menores perjuicios y mayor bien les confiera también a ellos.
Pero, además
de estas actitudes y principio generales a tener en cuenta, frente a cualquiera
de las circunstancias adversas que a menudo nos toca afrontar y resolver, existen
también formas y hábitos que pueden ser muy útiles a la hora de sublimar,
evadir o trascender positivamente el sufrimiento, tales como encontrar acomodo
y buen recaudo recreándose en mundos como el de la lectura, el trabajo creativo,
los viajes, la creación artística o literaria, el deporte, etc. que lo que
buscan y pueden conseguir es apartar el pensamiento del foco del dolor y
compensar con satisfacciones y placeres gratificantes, beneficiosos para uno
mismo y a veces también para los demás el vacío interior, la angustia, cierto
desgaste o agotamiento y el dolor, al fin y al cabo, que de un modo u otro ha
llamado a nuestra puerta ( No olvidemos que muchas de las obras de arte o de la
literatura han surgido de esta manera).
Ahora bien, todo
esto, que en general es útil, placentero y hasta sanador, en la mayoría de los casos
no representa una respuesta del todo satisfactoria, definitiva ni radical
porque no toca ni cambia el fondo del problema de que se trata, simplemente lo
bordea, lo cubre y si acaso lo ignora pasando por encima de él; es decir, no va
a la raíz ni al foco de donde procede y nace el sufrimiento.
En lo que
respecta a la que hemos calificado como la forma logística de abordaje de los problemas tan imprescindible y
necesaria en unos casos, tan útil al menos en otros y conveniente en todos, por
experiencia propia sabemos que todos sus remedios llegados a un cierto punto,
incluso los médicos, dejan de servir.
Y en lo que
respecta a las formas que hemos llamado de huída,
simplemente decir que, además de no resolver los problemas, lo que hacen es
traer más complicaciones y sufrimiento,
tanto para los que las adoptan como para los que de un modo u otro comparten o
se hallan próximos a sus vidas.
Por
unas razones o por otras, el ser humano ve cómo los problemas son recurrentes,
las circunstancias dolorosas más inesperadas llegan más pronto o más tarde, y constatamos
que todos nos tenemos que enfrentar a una vida con el sufrimiento agazapado
detrás de mil pretextos. La plenitud y la felicidad tan deseada se vuelven así
imposibles y nuestra alegría se nos presenta acompañada de constantes sordinas
que la amortiguan. Y eso, a pesar de tantos esfuerzos como los que ponemos
desde y en tantos frentes para evitar que sea así.
Todo lo cual, ha hecho que busquemos y
continuemos indagando, con el fin de descubrir, paralelamente a las mencionadas
alternativas positivas o útiles, sin excluirlas y contando con ellas, y al margen
o en contra de las negativas y perjudiciales, nuevos planteamientos u opciones
que den por fin la solución definitiva y una salida al eterno problema del
sufrimiento humano, de nuestro propio sufrimiento. Siguiendo semejante deseo, y
contando con el saber de muchos sabios que nos han precedido y que han podido
encontrar la ansiada solución, es como nace la opción que sigue:
d).- La
alternativa no parcial sino radical y completa para alcanzar una vida en
plenitud aún en medio de las dificultades y las crisis.
Nos referimos
a aquella que sea capaz de hacer frente a la raíz misma del sufrimiento y pueda
desmontar de una vez por todas, incluso al que tal vez sea el peor de los
temores de la humanidad, nos referimos al de la extinción y la muerte. Un temor,
que imposibilita de antemano el que podamos vivir en plenitud la vida. Ir al fondo
y al origen del problema, delimitar lo que se podría calificar como la “madre
de todas las crisis”, esto es lo que intentamos hacer aquí. Y en este intento,
nos hemos encontrado con repuestas como las que siguen:
5.- La base del miedo y del sufrimiento
es la ignorancia.
Como resultado
de la ignorancia surgen los miedos y el sufrimiento. Pero lo fundamental que
hay que hacer para que ambos, miedos y sufrimiento, desaparezcan es poner conocimiento
y saber donde había ignorancia y error, llevar luz a donde acampaba la
oscuridad; y esto, a nuestro parecer, lo tenemos que hacer sobre cinco
cuestiones cruciales, que si bien se podrían resumir perfectamente en una sola,
la de ignorar quienes somos de verdad, nosotros, no obstante, hemos desglosado
esta en cinco saberes que tendríamos que recuperar e integrar. Estos son:
a).- Saber
quienes somos
b).- Saber
para qué y por qué hemos nacido.
b).- Saber
cual es la fuente de la felicidad.
c).- Saber
hacia donde vamos y cual es el destino de nuestra evolución
d).- Saber
qué es la muerte y lo que ocurre después de ella.
De las
respuestas que demos a estos apartados se derivarán las actitudes, reacciones y
vivencias que tengamos ante la vida en general y en particular frente a las
situaciones más difíciles, problemáticas y cruciales de nuestra existencia,
incluidas las pérdidas y agresiones traumáticas de cualquier clase, la
enfermedad, la vejez y la muerte. De esta manera, el miedo y el sufrimiento
habrán dejado de tener la importancia y el valor que hoy tienen para toda la
humanidad. Es más, otra vida basada en otros nuevos principios, esencialmente
positivos, más luminosos y esperanzadores empezará a hacerse posible.
6.- Veamos ahora lo que nos aportan cada uno de los anteriores puntos.
a).- Saber quienes somos
Este
saber determina cómo viviremos todo cuanto nos sucede. La conciencia de lo que
somos es lo que hace que creemos un tipo u otro de dependencias y de enganches.
A mayor identificación o dependencia respecto a lo que yo crea que pueda ser
dañado o alterado en mi a través de lo que le ocurra o le hagan a nuestro
cuerpo, posesiones, personas con las que me relaciono, fama, importancia
personal, etc., más grande será nuestra vulnerabilidad y posibilidad de
sufrimiento, o sea, más afectables seremos por las crisis y también más
víctimas de los problemas.
Si me vivo
como cuerpo, todo lo que a este le pase me afectará en la misma medida de mi
identificación con él, y si me vivo como mi personalidad y mi imagen también.
Una enfermedad grave o la amenaza de muerte me derrumbarán, la opinión y las
críticas ajenas me perturbarán, una relación que se rompe me frustrará, un
problema económico me hundirá, un cambio en alguno de mis hábitos o rutinas me
crispará, etc., etc.
Pero
si yo me he vislumbrado o experimentado ya no como ninguna de las cosas que
cambian, pasan, caducan o mueren sino como mi ser esencial inafectable,
inalterable e inmortal, entonces lo que suceda en mi vida no lo viviré como
algo que me hacen o me ocurre a mi sino como algo que notaré y hasta observaré
con la distancia de la no identificación porque mi verdadero “yo soy”
permanecerá libre, desapegado y ajeno a todo eso.
Esto
es lo que les ocurre a los actores mientras desarrollan e interpretan sus
papeles, sean estos como príncipes, mendigos, asesinos, héroes, ricos y
potentados o cualquier otro que el director les otorgue, incluidos los de
quienes mueren dentro de la misma representación. Los intérpretes, a pesar de
que se entreguen y vivan su trabajo con emoción, dando visos de veracidad
máxima a cuanto hacen, son conscientes perfectamente de que no son ninguno de
sus personajes, razón por la cual, se puede dar en ellos, de hecho así les
pasa, la paradoja perfecta de que
disfruten y gocen en cuantas escenas desarrollan, independientemente de que
estén dando vida a sujetos malogrados, perseguidos e incluso torturados o a
quienes, al contrario, se mueven en las más placenteras, idílicas y dichosas
situaciones. Esta es la magia de lo que sucede, cuando uno se da cuenta de que
es un mero intérprete, actor, sin olvidarse de su identidad, de personajes a
los que les da vida. ¡Hasta el sufrimiento es una pura ficción!
Los
verdaderos santos y sabios de la humanidad han podido llegar a ver el dolor de
su cuerpo, por ejemplo cuando han estado enfermos de cáncer u otra dolencia
semejante, como percances que ocurrían “allí”, en “ese” cuerpo, pero no en
ellos, no en su ser. “Aquí, en esta pierna hay dolor” o “el estómago duele”.
Como los buenos actores, no han perdido la capacidad de lucidez y gozo incluso
en los peores momentos
O
sea, a más conciencia y percepción de nosotros como un ser no circunscrito ni
identificado con nada de lo que cambia y muere, menos víctimas o esclavos
seremos, menos susceptibles de vivir en sufrimiento, más libres, en definitiva
del peso que producen las dificultades, los problemas y las crisis.
b).- Saber
para qué y por qué hemos nacido.
Quienes viven
sin conciencia de por qué están aquí afrontan su existencia con la idea de que
lo que les sucede es resultado de la fatalidad, el destino ciego, la bondad o
maldad de los demás, la suerte o el infortunio, y, en el mejor de los casos,
como resultado también del propio mérito a través del esfuerzo, inteligencia y
capacidad personal. Pero en todos los casos, nada que ver con un sentido
interior al propio ser humano al que ven igualmente como resultado accidental
de un movimiento ciego de la vida.
Una existencia
así, que se agota en un segmento limitado del tiempo, con la nada absoluta
antecediendo a nuestro nacimiento y con la misma nada absoluta posterior a la muerte
es de por sí angustiante y propicia el que todo revés, contratiempo, problema y
suceso doloroso se experimente con más angustia y sufrimiento que el que
viviría alguien que ha entendido que sus vivencias forman parte de un plan o de
un proyecto amplio, pongamos por caso, de experimentación voluntaria o
aprendizaje, de crecimiento y desarrollo.
Válganos el
ejemplo de la madre o el padre que tienen que renunciar a comodidades y
bienestar, a muchos de sus egoísmos, a necesidades, incluso vitales en
ocasiones, con tal de alimentar, proteger y cuidar mejor a sus hijos; su
sufrimiento es evidentemente menor y muchísimo más llevadero que el de alguien
que por la mala gestión de otros o por pasadas de la “mala fortuna” se
encuentra en la calle, sin recursos y teniendo que pedir alimentos para vivir.
Es el sentido, el plan y propósito de nuestra vida el que marca la gran
diferencia en el modo de vivir una situación u otra.
Aunque nosotros
ahora estemos apuntando a una cuestión mucho más profunda y que va más allá que
la de tener sentido y propósito en nuestro vivir al modo del filántropo que se
dedica, por ejemplo, a salvar vidas humanas, curar enfermedades, promocionar el
progreso en los países más desfavorecidos, etc., y que tanta fuerza, energía y
entusiasmo puede dar a las personas además de ser un valiosísimo antídoto
contra los miedos, las angustias, la tristeza y los embates más duros con los que
nos tenemos que enfrentar a veces, aquí nosotros, y de manera muy específica,
estamos señalando la posibilidad, basada en lo que nuestra intuición nos dice,
de que nuestro nacimiento mismo, el de cada persona, venga precedido de un fin,
de un para qué, con un plan personal a desarrollar o ejecutar.
Con lo dicho,
nos estamos abriendo a la hipótesis, que yo personalmente asumo como real, de
que seamos nosotros los que hayamos decidido nacer conscientemente, es decir,
de que existiendo ya antes de venir a este mundo fuéramos nosotros mismos los
que hayamos optado por este nacimiento concreto, el de cada uno, con las
características, diseño argumental, como los actores sí, y trazos que luego
viviríamos. Dentro de estos supuestos entraría el asumir cierto tipo de
dificultades, retos y objetivos que deben ser superados, cumplidos o alcanzados
en esta vida.
Con semejante
planteamiento no cabe duda de que nuestro vivir, en sí mismo, ya lo podemos ver
lleno de sentido y significado, tanto que todo, sin excepción, pues no hay en
este contexto casualidades, nada que sobre, ni absurdos, ni injusticias, -no en
el nivel profundo del que hablamos, otra cosa es lo que se da y ocurre en la
“representación”- nos estaría conduciendo hacia ese fin señalado.
La Tierra sería para nosotros
una especie de escuela, un lugar en donde vivir determinado tipo de
experiencias, un espacio de creatividad y experimentación, de tal manera que
las dificultades se convierten entonces en “pruebas” o “retos”, los problemas
en oportunidades para crecer y sacar nuestro potencial, los sufrimientos en
estímulos para averiguar nuestros errores y despertar a la esencia de la verdad,
y todo, en general, motivo, para descubrir, vivir y compartir nuestra riqueza
esencial.
Dentro de esta
visión que yo comparto y asumo, por sentirla como real y verdadera, además de bella,
luminosa y tremendamente atractiva, hasta las peores situaciones se pueden
vivir como positivas e incluso, como se puede encontrar y constatar en casos de
personas que así lo han testimoniado a lo largo de la historia, mártires,
santos y sabios de diversas tradiciones y culturas, con alegría.
c).- Saber
cual es la fuente real de la felicidad.
La creencia
más generalizada que las personas solemos tener es la de que determinadas
cosas, personas y circunstancias nos dan o quitan la felicidad. Tanto es así,
que de allí surge la tendencia, comúnmente asumida y por lo tanto más
compartida, de buscar y conseguir lo que nos la proporciona y huir, rechazar o
combatir lo que la dificulta o elimina pensando que de lo exterior a nosotros
nos vendrá la paz y la plenitud que deseamos.
Con tanta
dependencia del “tener” esto o lo otro, aquello o lo de más allá, y que va de
poseer un coche determinado, un tipo de pareja, un estado de salud, un buen
negocio, un día de sol en lugar de nublado y que las cosas surjan según un
acomodo que responda siempre a nuestras expectativas y deseos, no sólo nos
hemos convertido en esclavos del exterior que casi nunca se amolda a lo que de
él esperamos o le exigimos, sino que nuestra felicidad misma se hace
difícilmente alcanzable y se convierte en un objeto añorado, resbaladizo, que
siempre por una razón u otra se nos escabulle y escapa.
Pero detrás de
este modo de afrontar la vida existe un error previo de planteamiento que atañe
a la creencia sobre lo que es la fuente de la felicidad. El error consiste en
haber confundido por asociación el sentir con el objeto a partir del cual ese
sentir se exterioriza. Como le ocurrió al perro famoso de Pavlov que acaba
salivando por condicionamiento con sólo escuchar la campana aunque no le acerquen
la comida, así nos pasa a nosotros que hemos desarrollado respuestas
condicionadas de felicidad o infelicidad en función de estímulos que nada tienen
que ver con la felicidad misma. Así, nos hemos creído que felicidad es igual a
cazadora de piel, mujer rubia de uno ochenta, apartamento en primera línea de
playa, comida en el mejor restaurante de cinco tenedores, ser famoso, coche de
determinada marca, tener una edad concreta, etc.
El error en el
que hemos caído es idéntico al que caería la persona que jamás ha visto la luz
artificial y que tras observar, por primera vez en su vida, cómo se enciende
una bombilla apretando un interruptor, acabase convencido de que la luz va
unida intrínsecamente al interruptor, tanto que, en su error, tomara una de estas
clavijas de la luz y construyera después un altarcito alrededor de ella para
adorarla. Aunque el ejemplo resulta chistoso, puede que tenga más semejanza con
la realidad cotidiana nuestra de lo que a primera vista pudiese parecer.¿O no?
Y si no son
los estímulos, ¿qué es entonces la felicidad o cual es su fuente? La fuente de
la felicidad es que no existe fuente fuera de ella, puesto que ella es la
propia fuente, o mejor aún, la felicidad, como la alegría y la dicha son
cualidades esenciales e intrínsecas y por lo tanto no disociables del ser
mismo. Dicho de forma más clara y contundente: nuestro ser en sí es la
felicidad. ¿Dónde, pues habría que buscarla, que no fuese en él?, en ningún
otro sitio. Con la particularidad añadida de que nuestro ser esencial no está
sujeto a cambios, ni deterioros, ni caprichos de hoy sí y mañana, no. Por eso,
quien se instala o se alimenta en la felicidad de su ser no queda defraudado, al contrario de
lo que nos ocurre cuando vamos a beber de la fuente del tener a la que nos
referimos antes.
Maticemos y
precisemos aquí, que al hablar de nuestro ser estamos refiriéndonos al modo en
que la Totalidad,
Dios o Lo Real, como cada cual prefiera llamar al Fondo desde el que todo es,
se expresa y existe en nosotros, en cada uno de nosotros, a través de nuestra
forma particular e individual de ser, o sea, lo que en muchas tradiciones se ha
nombrado como “alma”.
Es claro, por
lo tanto, que cuando busquemos la felicidad en nuestro interior en vez de vivir
atados y ligados a lo que se puede tener o no, entonces nuestro sufrimiento en
la vida disminuirá y se irá poco a poco convirtiendo en un residuo del pasado,
seremos más libre y menos afectable por las cosas que nos pasan, y la felicidad
misma brotará en nuestro corazón como fruto sin límites de nuestro ser.
Que no se
confunda esto que decimos con un desprecio, negación o desvalorización de
cuanto se ha calificado muchas veces como recursos del estado de bienestar, ni
tampoco como un rechazo de cuantas cosas buenas y aportaciones positivas nos
ofrece el progreso y la creatividad en todos los ámbitos de nuestra vida, nada
de eso, pues todo cumple su función y a través de cada cosa fluye nuestro
potencial; en cambio, lo que si pretendemos resaltar es la importancia de saber
ser feliz “en lo que se tiene” y no, como con frecuencia pasa, “por lo que se
tiene”, de modo que en el primer caso estamos señalando a nuestro ser como
fuente de felicidad, mientras que en el segundo la felicidad va ligada
enteramente a los objetos, las circunstancias y, en definitiva, a lo que se
tiene.
d).- Saber cual
es nuestro destino.
Para quienes
su destino termina con la muerte, vivir, crecer, envejecer, implican el
agotamiento de los tiempos y de las posibilidades, sin demasiadas ocasiones
para la rectificación, el cambio y la transformación. Cada etapa que se acaba
significa realmente un final, de modo que palabras como aprendizaje, futuro y
esperanza son palabras caducas, tristonas y devaluadas en si mismas.
Aprendizaje, ¿para qué?, futuro, ¿hasta cuando? Y esperanza ¿de qué? ¡Nos
quedamos tan fuera de esas palabras y tienen tan poco significado para cada uno
en particular!
Pero cómo
cambia todo cuando nos sabemos inmortales, cuando comprendemos que nuestra vida
es infinita y cuando nos damos cuenta de que existir y vivir es una cualidad de
nuestro ser al que no le afecta para nada el tiempo, ni siquiera el espacio, y
que ambos son medios accidentales de los que nos servimos dentro de un
determinado mundo de formas también pasajeras y cambiantes.
Nuestro destino
no es la muerte sino que la traspasa y la deja atrás, igual como se deja una
estación de tren por la que pasamos para ir hacia otra, y luego otra, dentro de
un viaje sin fin. Nuestro destino no es desaparecer como lo hace una nube que
paulatinamente se va deshilachando en medio del azul del cielo, y no lo es por
la sencilla razón de que no somos nubes sino el mismo cielo.
Para quien
esto escribe, nuestro destino es la pura conciencia en la existencia dentro de
infinitas posibilidades que se van alternando, surgiendo unas, desapareciendo
otras como expresión inagotable de la creatividad también infinita. El número
de vidas a las que podemos acceder es infinito, como también los universos y
los mundos en los que nos podemos manifestar. Esta es la característica del Ser
Uno, de Lo Divino, de Lo Real del que formamos parte intrínseca e indivisible,
sin dejar a su vez misteriosamente de incluir en nosotros el todo potencial,
ese todo dentro del cual nacemos, nos movemos y somos.
Nuestro
destino es el infinito. Así que, dentro de esta perspectiva, el estrecho límite
del pequeño ego con sus cuitas, sinsabores, penalidades y frustraciones de
cualquier clase que nos podamos imaginar se disuelve como el azucarillo en una
inmensa jarra de agua.
d).- Saber
qué es la muerte y qué ocurre después de ella.
Hasta ahora,
para la casi totalidad de los seres humanos, la muerte ha sido una gran
incógnita, el más grande o uno de los mayores misterios. Pero todo indica que
poco a poco eso dejará de ser así, está ocurriendo ya. Son una inmensidad de
referencias de distintos tipos, desde muy diferentes campos las que hoy avalan
o por lo menos hacen sospechar tambaleando hasta a los más escépticos, que la
muerte no existe.
Demasiadas
experiencias de personas al borde de la muerte o muertas incluso, porque en
ellas como se ha demostrado, no había posibilidad alguna de vida, de diferentes
culturas, tradiciones, modos de pensar, creyentes o no, de variadas edades y
educación, contrastadas, estudiadas, tabuladas e investigadas nos hablan de una
conciencia que perdura independientemente del cerebro, y sin que la identidad
desaparezca al otro lado de “esta forma de vida”. (Los estudios de Raimond
Moody, Kübler Ross, Keneth Ring, Pim Van Lommel y un largo etc. son un buen
referente de esto).
Podríamos
hablar también de las investigaciones hechas en este mismo sentido desde dentro
del campo de la
Psicoterapia de regresión que testifican contactos de
personas con vidas anteriores e incluso de estados del alma fuera de este
mundo, o sea en el llamado “más allá” ( Un clásico de estos estudios es
Michaell Newton, otro más conocido es Brian Weis, pero hay muchos más). Habría
que tener en cuenta también las investigaciones realizadas en el campo de la
comunicación a través de diferentes técnicas (instrumentales, canalización,
etc.., en cuyo campo son famosos los estudios de Jürgeson, Raudive y de alguien
a quien yo le doy un gran valor como es el caso del sacerdote católico François
Brune y muchos más) con los seres que ya dejaron este mundo y que nos muestran
que el contacto es real y que, por lo tanto la vida continúa. Precisemos que aquí,
en España, son muy importantes también las aportaciones de la psicóloga Paloma
Cabadas que estudia e investiga los contactos con personas fallecidas e incluso
el modo de ayudarlas a evolucionar dentro de su “otra” vida (Véase su libro “La
muerte lúcida”)
Podríamos
alargar las citas y los enfoques desde los cuales se constata que hoy hablar de
vida después de la muerte ya empieza a ser casi una obviedad, al menos para
quienes no se cierran en sus viejos esquemas mentales y prejuicios del pasado y
tratan al menos de investigar o de informarse al menos con verdadero interés.
Para mi, evidentemente, la muerte del cuerpo no supone en absoluto el final de
la conciencia, del ser que soy yo, ni por lo tanto el final de mis existencias.
Cuando deje este cuerpo me veré tan vivo o más que ahora, lo creo, lo siento,
lo intuyo y, por si fuera poco, me resulta lo único coherente y lógico a la luz
de lo que voy experimentando internamente que soy.
Llegará un
tiempo en que el temor a la muerte desaparecerá y en que la misma idea de la
muerte habrá quedado en ser un mero reducto de un pasado que formó parte de un
nivel de la humanidad primitivo y ya superado, como también se superó el
geocentrismo y se superará absolutamente la idea de un solo universo. La muerte
llegará a ser un resto fósil que se estudiará del mismo modo a como lo hacen
los paleontólogos, antropólogos y arqueólogos que estudian en Atapuerca los
restos de antepasados nuestros.
Quien cree en
la muerte absoluta está imposibilitado para vivir la vida absoluta, es decir,
en plenitud y también para gozar de la vida en la verdadera libertad. La muerte
es una pesada losa, que para los que en ella creen es la fuente de una
inmensidad de temores y un hándicap para la vida en alegría.
Quien cree y
sabe de verdad, que el final de esta vida nos lleva a más vida con igual o
mayor conciencia de nosotros en nuevas y diferentes circunstancias, con seres a
los que estamos igualmente o más unidos que aquellos con los que compartimos
vida en la tierra, la muerte no sólo no es un trágico cierre de etapa sino más
bien una bellísima oportunidad y esperada ocasión de reencuentro con nuestro
lugar de origen, con nuevas y maravillosas oportunidades para continuar
existiendo con diferentes formas de creatividad y existencia. La vida que se
vive sabiendo que hay un después que nos espera puede resultar sencillamente
maravillosa.
No cabe duda
de que en este contexto y esta optimista, como real forma de concebirnos, los
sufrimientos de esta vida se transforman y lo que para muchos se consideró que
era un valle de lágrimas se puede empezar a ver como un lugar donde poner a
prueba nuestros valores y capacidades, nuestra energía, saber y amor. Este
mundo se empieza a ver así con nuevos ojos, con los ojos, quizás, yo así lo
creo, del entusiasmo, el gozo, la trascendencia y el servicio a los demás.
7.- Prácticas que hacen que comprendamos
los problemas, nos dan fuerza para afrontarlos y ayudan a vivir nuestra vida en
plenitud.
a) -Limpiar
nuestra mente de errores,
b) -Ofrecerle
a nuestra mente la correcta información sobre la verdad de lo que somos,
c) -Conectar
con la esencia de nuestro potencial y hacerlo parte de nuestra consciencia e
identidad,
d) -Activar
todos los recursos interiores que son la expresión de nuestro potencial
interior a través de las infinitas posibilidades que la vida nos ofrece,
e) -Abrirnos a
nuestro yo superior o ser esencial, desde donde extraer toda la fuente de sabiduría, energía y amor
que somos.
Todo esto
representa la directriz fundamental y constituye el eje en torno al cual todo
trabajo de transformación y crecimiento interior se mueve.
En este
sentido, además de desarrollar un conocimiento más profundo que vaya a la raíz
de nuestra identidad, a nuestro propósito y sentido en la vida, a la verdad e
inmortalidad de nuestro ser, así como a la fuente real de la felicidad, tal y
como ya hemos visto, además también de utilizar y servirnos de los medios y
recursos a los que ya aludimos al principio, como las posibilidades
“logísticas” y creativas a nuestro alcance, existen otros instrumentos o
medios, muy variados como ahora comprobaremos, que siempre podemos utilizar,
los cuales no sólo facilitarán de forma muy notable el que la fuerza e
intensidad de las crisis y el sufrimiento que conllevan desaparezcan o
disminuyan sino que desarrollarán y activarán nuestro potencial de riqueza
interior para que nuestra vida sea más
plena.
Advirtamos, no
obstante, y de manera muy clara, que ninguno de estos recursos debiera de sustituir
la ayuda que alguien pueda necesitar puntualmente, y en algunos casos de forma
ineludible e irreemplazable, por parte de profesionales cualificados y en áreas
muy específicas, como pudiera ser la medicina o la psicología por citar las más
usuales en estos casos. He aquí algunos de estos ejercicios y prácticas:
1.- Introspección
y autoobservación para darnos cuenta de lo que nos está pasando
Esta es una
actividad necesaria, que con la ayuda de la atención centrada en el presente
nos permite ser conscientes de lo que nos está pasando en cada momento, de
cuales son nuestras reacciones, de qué es lo que nos afecta y qué cosas mueve
en nosotros. De este modo iremos descubriendo el sufrimiento como fruto de
nuestra propia cosecha, lo que nosotros ponemos y que es diferente del problema
objetivo que nos llega.
Sin la
autoobservación y el darse cuenta no hay posibilidad de autoconocimiento y sin
este cualquier tipo de abordaje y solución de las crisis y dificultades resulta
muy difícil puesto que no se conocen los límites de aquello que es nuestro y lo
que es de los demás o de las circunstancias dentro de las cuales se
circunscribe.
Esta
autoobservación se realiza de forma completa y mejor a través de la
introspección, que es un entrar dentro de nosotros, mirar hacia dentro con los
ojos cerrados y contemplar dejando que aflore, sin pensar ni poner trabas a
todo cuanto hay y surja, pena, lloro o lo que sea, hasta que no quede nada más
que el gesto de mirar y observar. Cuando esto se hace bien después de un
problema al que nos estamos enfrentando ocurre algo muy curioso, el sufrimiento
desaparece, todo lo que acostumbramos a poner con nuestra mente y que es parte
de nuestra historia personal se va evaporando y se purifica, de manera que,
después de un rato de hacer este trabajo, lo que queda es lucidez y claridad, y
el sufrimiento eliminado.
Este ejercicio
se puede hacer durante una media hora o tres cuartos cuando nos enfrentamos a
un problema concreto, y se puede repetir si nos viene a la mente de manera
recurrente alguna vez más en el mismo día. Acostumbrarse, de todos modos, a
sentarse un tiempo cada día y mirar es algo muy saludable y gratificante.
2.- Vivir
centrados en el foco de nuestro verdadero yo
Esto significa
no vivir inmersos ni confundidos con nuestras emociones, ni con las
disquisiciones mentales, tampoco de forma inconsciente en nuestras acciones. Vivir
centrados en nuestro verdadero yo significa vivir con la atención despierta y
conscientes de ella, o lo que es lo mismo, situados en ese espacio interior
desde donde se sabe que todo ocurre, ese espacio que es consciente del pensar,
del actuar y del sentir, ese espacio que en realidad es el foco y el centro de
nuestro ser, allí desde donde todo mi potencial se expresa. Ese centro está
conectado con el Fondo de la
Realidad y es manifestación de la misma.
Existen
prácticas que nos ayudan a mantenernos así centrados y con una sabia
“distancia” interior, más libres por lo tanto de lo que va ocurriendo en
nuestra vida. Observar la respiración primero, durante unos tres o cuatro
minutos, de manera consciente, atentos a ese foco que intuimos y desde el cual
nos damos cuenta de lo que está pasando. Hacer luego lo mismo con el
sentimiento de la alegría, y mantenernos el mismo tiempo. Y en tercer lugar,
practicar idéntico ejercicio pero observando los pensamientos. (Recomiendo para
quienes quieran realizarlo la explicación y desarrollo que de este ejercicio da
la persona que lo creó y divulgó, de quien lo aprendí, el psicólogo
transpersonal Antonio Blay Foncuberta en su maravilloso libro “ Curso de
psicología de la autorrealización”, edit. Indigo)
3.- Práctica
de la Meditación
Esta actividad
que se puede realizar de muchas maneras y el tiempo que a uno le apetezca y de
verdad quiera, no más, lo que pretende es llevarnos a ese espacio de silencio, amor,
sabiduría, paz y gozo que es el corazón de nuestro ser. Practicada diariamente,
el tiempo que cada uno considere y sin forzar nada nos va despertando y
sensibilizando a la conciencia pura que es la transparencia de nuestro ser,
consciencia que todo lo abraza con un halo de luz y serenidad, con esa
presencia suave como la brisa que es pura dicha, la pura dicha de ser.
En la medida
en que uno se va haciendo diestro en esta actitud meditativa la va llevando a
todos los momentos del día, en los instantes de retiro y contemplación y
también cuando nos hallamos activos en las ocupaciones diarias.
Una forma de
meditar consiste en sentarse en silencio, sin pretender ni forzar nada,
simplemente atento a lo que sucede, sin detenerse ni cogerse a nada de lo que
va apareciendo, dejando que todo pase, los pensamientos, las emociones y
sensaciones, igual como pasan las nubes sobre el azul del cielo cuando sentados
sobre la hierba estamos contemplando tranquilamente el cielo. Ese “cielo azul”,
que, en la meditación, es la no mente y la pura conciencia de ser, la presencia,
que es lo único que es, aquello que va quedando en sí mismo, y la paz, la
alegría y el amor gozoso sin objeto.
4.- Oración
También existen
muchas formas de hacerla y cada cual puede practicarla como mejor le encaje en
función de sus convicciones y creencias, utilizando la fórmula que mejor
entienda, con palabras o en silencio, aunque siempre de manera sentida,
sincera, fijando y manteniendo la atención en ese Fondo al cual nos estamos
dirigiendo y, lo más importante, con el corazón.
Nosotros, aquí,
la entendemos y presentamos como una forma de apertura y de establecer contacto
con lo más elevado de uno mismo y que trasciende todos nuestros egos, aquello
desde donde uno intuye que desciende Puro Amor, Puro Gozo, Pura Luz, Pura
Sabiduría, Pura Fuerza y Poder, el Origen de todo lo más grande, bondadoso,
perfecto y bello a lo que uno puede aspirar, llámesele Dios, Ser, Realidad
Suprema o como cada cual prefiera o acostumbre a llamarle, porque lo de menos
es el nombre que se le de.
También nos
podemos centrar, si es que uno así lo prefiere, en aquellos seres que al modo
de ver y entender de cada cual, en función de las propias creencias, han sido o
son el más perfecto referente de transmisión y presencia de Lo Superior: Jesús,
Buda, Krishna, María, etc.
Se trata de
dejar que los valores de sabiduría, bondad y amor, energía y poder que ellos representan,
vayan descendiendo y calando, despertando por resonancia, desde nuestro
interior, eso mismo que es el constituyente real, el potencial de nuestro ser, y
así ir unificándonos poco a poco con ellos y lo que representan para nosotros.
Esto, evidentemente,
nos dará fuerza para afrontar desde un oasis interior de serenidad y paz todos
los embates de nuestra vida y en cualquier nivel en que se nos presenten,
elevará nuestro nivel, nos sanará y llenará de gozo, amor, luz y energía.
5.- Activar
voluntaria y conscientemente, en cualquier circunstancia, nuestro potencial
interior de conciencia, inteligencia, felicidad-amor y energía.
Se trata de
aprovechar todo momento, circunstancia y lugar para volcar allí, en eso que
estamos viviendo o haciendo, independientemente de lo importante que sea, tanto
en lo más sencillo y ordinario como ante lo más trascendente, pelando patatas
o, como decía Guy de Lariguadie, edificando catedrales, siempre, lo esencial de nuestro ser: la atención y
conciencia plena, la afectividad, el amor y el gozo, la energía, el entusiasmo
y la entrega.
Haciendo esto
porque queremos, aunque nos cueste a veces porque nuestro humor no nos
acompaña, y a pesar de ciertos momentos en los que uno desearía no existir, en
los instantes propicios y en los que parecen no serlo; de esta forma iremos
ganando en autonomía e independencia respecto de los estímulos externos,
veremos crecer cada vez más ese flujo de inteligencia, felicidad y energía que
vamos expresando y nos sentiremos con más fuerza, valor y seguridad, no sólo en
el momento en que las crisis y los problemas arrecien sino para vivir con más
intensidad, eficacia y mejor, siempre.
En este caso,
la explicación y razón de ser de lo que estamos diciendo es sencilla: cuanto del
potencial de nuestro ser más exterioricemos, expresemos, vivamos y demos, mayor
será la riqueza interior que cosechemos y pase a formar parte de nuestra
identidad, conciencia y recursos. Porque dar, aquí, tiene como consecuencia
recibir más, y vaciarse equivale a enriquecerse, ya que este el principio según
el cual funciona el mundo y la realidad del espíritu, al revés de lo que suele
pasar en ciertas cosas de la vida en donde si pones mucho te quedas más pronto
o más tarde sin nada.
6.- Nutrirnos
con lecturas, distracciones, actividades, buenas relaciones y hábitos que
favorezcan el contacto y el recuerdo de nuestros valores más elevados e
importantes y de nuestro poder interior.
Libros de
autores sabios, buen cine, música selecta, Bach, Mozart…, contemplar arte, encuentro
con la naturaleza, deporte, yoga, etc., pueden ser unos buenos aliados que nos
ayuden a vivir en plenitud la vida. Porque, tanto nuestra mente, como nuestro
cuerpo, nuestros sentimientos y nuestro espíritu necesitan nutrirse, y como
ocurre con la comida que no toda nos sienta igual, ni toda es la más idónea
para nuestra salud, así mismo pasa con todo cuanto hacemos y pensamos, de ahí
que sea tan importante saber seleccionar, escoger y tomar en el gran
autoservicio de la existencia aquello que mejor nos favorezca para nuestro
crecimiento y desarrollo interior.
Recurrir a los buenos “nutrientes”, es un buen
antídoto contra la falta de energía intelectual, afectiva y para la acción,
porque nos colocan en un buen punto desde el cual poder atender, resolver y
trascender aquellos problemas que de otro modo se fundirían con nuestro sentir
y nuestra visión en una indisoluble y perjudicial unión.
7.- Invertir
parte de nuestro tiempo, energía, inteligencia y afecto en alguna actividad
desinteresada que no tenga otro objetivo que el de servir y ayudar a los demás.
Pensar no de
manera egoísta sino poniéndonos en el lugar de otros y de sus necesidades,
aportar lo mejor de nosotros a la sociedad y a los individuos concretos,
contribuir cada cual a su manera, según nuestras cualidades, circunstancias
concretas, e impronta personal, a quitar parte del sufrimiento que existe en el
mundo, así como ayudar a que las personas sean más conscientes y felices es un
bien que todos deberíamos asumir como parte de nuestro vivir.
Cuando esto se
hace, la alegría aumenta, las preocupaciones vanas disminuyen, se relativizan
ciertos problemas de los que algunas veces nos aquejan, se intensifica nuestra
energía interior, nos sentimos más fuertes, más lúcidos y seguros, a la vez que
nuestros miedos así como la posibilidad de deprimirnos también menguan.
8.- Vivir,
disfrutar, afrontar retos, crear
Somos
esencialmente Vida y la vida se reconoce cuando se plasma, cunado se
experimenta; hay muchísimas maneras de hacer esto, lo importante es poner todo
nuestro potencial en ello como ya hemos dicho. Vivir, esta es la gran clave, y
para vivir hay que ir soltando miedos. Amar y vivir es lo mismo. Cuando se ama
y se vive uno es más feliz y es más fuerte ante cualquier problema.
Vivir gozando,
disfrutando, de cada cosa, de todo. Pero no se puede vivir ni por lo tanto ser
feliz, si no somos capaces de estar
dispuestos para afrontar retos, pruebas, obstáculos y, por lo tanto, miedos.
Cuando los miedos no se afrontan se enquistan y no crecemos, entonces no
realizamos nuestro destino.
Hay pruebas
que la vida nos pone delante y que
constituyen pasos decisivos para que nosotros crezcamos, son pruebas que
pronto uno descubre que le son propias, hechas a “nuestra medida” podríamos
decir. Son pruebas que, en realidad, y en un plano superior de nuestro ser
decidimos seguramente afrontar, pero de lo que ya no nos acordamos, y que más
pronto o más tarde tenemos que aceptar, traspasar y resolver. Es parte del
trabajo que hemos venido a realizar en esta vida. Afrontarlas, sin huir de
ellas, es parte de nuestro destino y, por lo tanto, de nuestro aprendizaje.
Hemos de tener
presente, también, que una forma maravillosa de vivir es crear. Hay muchas
maneras de crear, y existen muchos niveles de creación, todos son válidos si se
hacen con amor, alegría, entrega e inteligencia. Si encima, somos capaces de
compartir nuestras creaciones, desde un plato bien cocinado a una obra de arte
o cualquier otra cosa que hayamos realizado, pues mucho mejor. Nuestra
satisfacción y gozo aumentarán.
9.- Aceptar
los errores y las equivocaciones, de la clase que sean
De hecho, en
el vivir y para la vida no existen los errores en sentido estricto, lo que hay
más bien son experimentos, juegos que ella hace. Ningún error es definitivo ni
eterno, ninguna equivocación es la última, ni tampoco la primera. En realidad
lo que entendemos como error en el nivel del ego, es una forma de acertar en
otro nivel más profundo, pues nuestro ser sí que sabe perfectamente cual es el
diseño y la trayectoria que desea que nuestra alma transite.
De la misma
manera, que en una gran obra de literatura no hay capítulo o escena de segundo
orden o inferior en calidad por el contenido de la misma, sino que su valor se
lo da la destreza y la perfección con que su autor la ha desarrollado, así
ocurre también en nuestras vidas; por eso, se dice que lo que es locura para
los hombres es o puede ser sabiduría para Dios, es decir, en el plano de
nuestro ser se comprende y se ve como un gran bien lo que en el plano de
nuestra cotidianeidad hemos visto a lo mejor como un desastre o una tragedia.
En nuestra
vida no sobran capítulos ni escenas, sólo faltan las que nuestra creatividad
desee realizar en el futuro.
Errar, caer,
equivocarse una y mil veces, no importa, todo eso forma parte del camino, lo
hemos decidido así, nadie nos lo ha impuesto sino la misma Vida en nosotros, o
sea, nuestro propio ser. Levantarse, pues, las veces que haga falta, también es
parte de la perfección de nuestra obra. Comprenderlo y aceptarlo como algo
natural y positivo a la larga, es beneficioso.
Además de
estas ayudas que hemos presentado, existen otras muchas. Yo creo firmemente,
que cada persona, si de verdad busca, encontrará en cada momento lo que más necesita,
simplemente hay que desearlo desde el fondo de uno mismo. Nos llegará el libro
que necesitamos, encontraremos la circunstancia o la persona adecuada que nos
pueda ayudar. Pero, es muy importante siempre que nos fiemos de nuestra
intuición y saber interior. En esta vida, todo está lleno de sentido y todo
encierra su lección y mensaje para nosotros mismos. Nadie está abandonado de la
mano de la Vida,
o, dicho de otra manera, de Dios.
8.- En resumen y a modo de conclusión.
Los problemas,
en nuestra vida, los tendremos siempre, dado que nuestro mundo es relativo y
nosotros seres en evolución y, por lo tanto, “imperfectos” en ese sentido. Las
crisis, pequeñas o grandes, vendrán, nadie se va a escapar de una pérdida,
algún tipo de escasez, una noticia desagradable, la enfermedad,
incomprensiones, etc., y la muerte física es un tránsito por el que todos
también pasaremos. Este mundo es así de inseguro. Y algo que no siempre
queremos ver: las soluciones, paliativos y mejoras que vamos introduciendo o
que nuestro mundo nos ofrece no son definitivas, todas son provisionales y a la
larga dejan de servir. El tiempo lo inutiliza o aniquila todo. Nadie se puede
escapar de esto. En este sentido y hasta aquí la mala noticia. Pero esto no es
todo el argumento, la realidad es mucho más extensa, rica y profunda.
Existe, pues
una buena noticia: las cosas no son como nos parecen. Nuestra mente puede
transformar los problemas en ventajas y las dificultades en soluciones. Nuestra
vida no se mide en tiempo sino que va más allá de él. Además, lo que da
plenitud, alegría, felicidad y gozo no son las cosas ni los objetos, ni
siquiera las circunstancias para las que como hemos dicho no hay soluciones
radicales y definitivas.
Nosotros aquí
hemos valorado en su justo término el valor y la utilidad de los recursos que
los humanos desde distintos campos y especialidades nos damos para vivir mejor
y solucionar cierta clase de problemas. Aunque luego, a continuación, nos hemos
referido a la raíz del sufrimiento y a sus causas profundas, que radican, así
lo hemos mostrado, en la ignorancia que nos separa de nuestra verdadera
identidad. No somos cuerpos, somos seres espirituales y eternos que nacemos por
voluntad propia para evolucionar y realizar determinado tipo de tareas a través
de las cuales vamos exteriorizando nuestro potencial infinito de inteligencia,
amor y energía.
Hemos dicho
entonces, que desde la nueva óptica el sufrimiento se transforma y los momentos
difíciles que nos toca vivir adquieren un significado y sentido nuevo,
completamente distinto al que le daríamos si todo lo viéramos como resultado
del azar, la buena o la mala fortuna. Lo que en un nivel nos puede parecer que
son errores, en el plano de nuestro ser no lo son, sino que se trata de
acciones, pruebas, circunstancias que nuestra misma alma tiene que afrontar
para su crecimiento y evolución.
La plenitud es
posible, el camino existe, se hace a partir de las dificultades, no es fácil,
ciertamente, pero está en nuestras manos recorrerlo. De hecho todos lo vamos a
recorrer, más pronto o más tarde, pues ello va impreso en lo que podríamos
calificar como nuestro “ADN evolutivo y espiritual”.
La etapa del
sufrimiento, el dolor y la muerte es pasajera, no es ni mucho menos el último
escalón de la evolución. Fe, sentido interno, intuición, voluntad firme, amor a
la verdad, honradez, apertura a nuestro ser, perseverancia…son algunos de los
instrumentos esenciales de los que nos podremos prescindir en el camino para
avanzar hacia la nueva etapa. Si queremos podemos.
Los verdaderos
cambios, aquellos que más perduran y que ayudan a conectar con la fuente de
nuestra felicidad se producen como fruto real del encuentro con nosotros
mismos, cuando hemos desvelado nuestros egos y egoísmos, nos hemos abierto a
nuestro ser superior y nos hemos convertido en focos de felicidad y paz. Pero
esto sólo es posible como resultado del autoconocimiento y el descubrimiento de
nuestro yo real, todo lo cual pasa por el darse cuenta, ver lo que nos pasa y
estar despiertos hacia aquello que sale de nuestro interior.
No es verdad
que el sufrimiento desaparecerá como por ensalmo de nuestras vidas, así, sin
más, pero sí que es cierto que el sufrimiento irá transformándose y
disminuyendo hasta extinguirse un día, aunque sólo en la misma medida en que
vayamos pasando de una vida desde el ego y los personajes que interpretamos, a
una vida desde el ser, y sólo, también, en la proporción en que la falsa idea
que tenemos de nosotros, identificada con nuestras apariencias, cuerpo,
importancia personal, etc., sea sustituida o reemplazada por un despertar a la
vivencia-experiencia de nosotros como ser-conciencia-amor-energía-inteligencia.
Quien pone y
quiere, por encima de todas las cosas la felicidad, la encuentra, pero quien
prefiere las cosas antes que la felicidad la aleja. Este es el gran dilema que
todos hemos de resolver si queremos de verdad una vida sin sufrimiento:
¿estamos con nuestro ser y, por lo tanto con la felicidad o nos hemos quedado
paralizados e hipnotizados en el mundo del ego y del tener?
Vivir, gozar,
existir, atrevernos a afrontar retos y solucionarlos desde nuestro ser es la
clave, encontrarnos con él es el camino, la verdadera solución es saber, desde
el fondo, que todo cambia y pasa menos nuestra consciencia. La paz nace de
sentirnos acogidos en la
Presencia que todo lo penetra y de vivirnos como pura
creatividad trayendo oportunidades a nuestra vida para solucionar, crecer y
gozar. Reconocer que toda existencia es apenas un pequeño tramo de nuestro
infinito vivir es deleite y alegría. Comprender que la muerte no existe y que
sólo la Vida es
real es el mayor consuelo. Amar, como la mejor expresión de nuestro ser es
sabiduría. Ser, esto es lo único real, todo lo demás es fantasía, puro teatro,
diversión y juego.