miércoles, 30 de enero de 2013

VIVIR LA VIDA EN PLENITUD, AÚN EN TIEMPOS DE DIFICULTADES Y CRISIS



                                                                                             

                                                                                                                             “Vive feliz en lo que tienes,
                                                                                                                             pero no por lo que tienes.
Que tu ser sea el objeto
De tu felicidad”                                    

“EL  camino lo hemos de descubrir
 Y  recorrer cada uno,
 sabiendo que es el nuestro
y que  pasa por nuestro interior”

“..Y, sobre todo, vive”                                          

1.- Introducción

En un tiempo, todo en mi vida había sido lucha y esfuerzo, además de una búsqueda constante para salir del sufrimiento que con todo eso experimentaba. Entonces, todo el mal tenía su origen, o al menos eso creía yo, desde mi ignorancia, en el exterior, adoptara este la forma que adoptase, a través de personas o de circunstancias, sobre los cuales proyectaba toda capacidad para reducir mi libertad, causarme daño o crearme problemas. Así, con esa lógica tan simple era como yo veía y entendía la vida.

Hasta que, una vez, hallándome en presencia de una persona sabia a la que me había dirigido requiriendo ayuda, después de que ella oyese mis objeciones y quejas ante ciertas circunstancias que vivía, recibí, como respuesta ante la demanda de soluciones y consuelo, una pregunta que apuntaba a lo más hondo de mi y que me siguió después, sin darme tregua para el descanso, en mi constante búsqueda; apenas cinco palabras, las suficientes y necesarias: “Julián, ¿donde está tu ser”.

Desde aquel día sólo he tenido un objetivo prioritario: mi ser esencial; y en él y desde él la solución a todas las preguntas y a cualquier clase de sufrimiento. Mi ser, al que siento como la presencia y el modo en que Dios es, existe y se manifiesta a través de mi. Es, a partir de este referente básico, desde donde yo entiendo que la vida hay que vivirla, y descubriendo cómo todos  nuestros movimientos y acciones son esfuerzos que hacemos, muchas veces inconscientemente, para encontrarnos con él y entonces, desde la plenitud que él nos aporta, expresarlo creativamente, al modo de cada cual, en los demás y en el mundo donde existimos, con gozo, inteligencia y eficacia.

Cuanto a continuación decimos, forma parte de esa búsqueda y de ese intento de manifestación. Ahora, pasados ya muchos años desde aquel encuentro con aquel ser lleno de sabiduría, sólo me queda hacia ella, Shakti Genaine, un profundo y eterno agradecimiento. Y ahora, entremos directamente, si no lo hemos hecho ya, en materia:
2.- Los hechos que constatamos en nuestra vida y que parecen inevitables:A nadie, que observe mínimamente la realidad, le pasa desapercibida la constatación de que todo cambia continuamente, de que nada es estable y eterno, y que el deterioro, la decrepitud, la vejez y la muerte forman parte de nuestra existencia.

             No hay nada de cuanto podamos poseer o a lo que nos cojamos que sea definitivo ni completamente bello, útil o perfecto. Todo es relativo y por lo tanto siempre se puede comparar con otro referente al que consideraríamos como mejor. Lo que hoy nos parece extraordinario, dentro de un rato o mañana mismo se puede volver desagradable.

            Nunca estamos completamente seguros, ni completamente satisfechos por lo que poseemos, sean objetos, personas o circunstancias. Todo nos puede fallar o se puede quebrar en cualquier momento: la salud, una amistad, el trabajo, la economía, nuestra pareja, un bien físico al que le otorgábamos un gran valor, nuestra misma vida, etc.

            Nuestro ego jamás está satisfecho, de todo se cansa, en su esencia está el desear siempre más. El miedo a perder lo que se tiene y a no conseguir lo que se desea forma parte de nuestras vidas.

            Y el hecho de la muerte, que de mil formas se quiere retrasar, disimular, ocultar o negar pende como una espada sobre nuestras cabezas, como un eterno problema e interrogante al que nadie, ni la ciencia con sus constantes progresos, ha podido superar o frenar.

            Por todo lo anterior, el dolor, la ansiedad, el temor, la depresión y el sufrimiento en sus distintos grados y formas, acompañados también de frecuentes crisis psicológicas forman parte del panorama bastante habitual de la existencia humana.

            En este contexto, vivir en paz y desde la plenitud resulta prácticamente imposible e inalcanzable, y, en su lugar, los miedos, de muchas clases, han tomado tal carta de ciudadanía y cotidianeidad que se extienden como una inmensa mancha en nuestro quehacer diario.


3.- Los miedos, son obstáculos para la vida en plenitud.

Como nuestra existencia se ha asentado sobre el temor en vez de sobre la confianza, la alegría, el amor, el sentimiento de unidad, etc., hemos creado una vida llena de precauciones, ansiedades, actitudes de defensa y autoprotección, de repliegue y huída, en definitiva, hemos convertido nuestra vida en una lucha constante por sobrevivir en un mundo lleno de presuntos o posibles enemigos por todas partes que pueden arrebatarnos algo. Un mundo así, se traduce frecuentemente y nos lleva a una vida eminentemente egoísta, donde todos nos vemos separados de los demás y de todo, donde, además, cada cual batalla por su particular parcela de intereses individuales o de grupo que nos aboca indefectiblemente al sufrimiento.

Además, vivir así nos quita o absorbe la energía, el interés, el entusiasmo y la dedicación que de otro modo podríamos haber invertido en la expresión positiva y gozosa, compartida y creativa de nuestra riqueza interior y de nuestra capacidad inmensa de felicidad y amor. La razón de esto, es que los miedos que nos embargan, en general, inciden negativamente en el corazón de nuestro potencial energético, intelectual y afectivo, el cual se ve de este modo sensiblemente afectado y mermado en sus vías de expresión y desarrollo.

Destacaremos a continuación, y de manera esquemática, tres grandes grupos que nos pueden servir, hasta cierto punto, para situar y entender los distintos miedos, lo que a su vez nos estará ya dando importantes pistas para comprender las causas del sufrimiento asociado a ellos. Son los siguientes:

a).- Los miedos que tiene que ver con nuestro cuerpo

            De entre ellos, hemos escogido porque tal vez sean los más frecuentes, el miedo a las enfermedades, al deterioro y desgaste físico o a no tener la imagen adecuada, el miedo a la escasez de recursos que nos impidan vivir (pérdida del trabajo, desgaste económico…), el miedo al dolor (el de la agresión física, el causado por la enfermedad…), el miedo a la vejez y, por supuesto, el miedo a la muerte. Indudablemente que aquello que le sucede a nuestro cuerpo tiene mucho que ver, no sólo con la seguridad física sino también con nuestra autoestima y la manera de captarnos, aunque sea superficialmente, los demás, lo que no deja tampoco de afectarnos en mayor o menor medida en una sociedad en la que la apariencia tanto cuenta.

            Que podamos sufrir y pasarlo mal por todo esto resulta bastante evidente y comprobable, no hay más que mirar y ver la cantidad de gente que, día a día, se preocupa por su salud, aspecto físico, ahorros, etc., que les aseguren su futuro bienestar, para darnos cuenta de que es así.

b).- Miedos que afectan a la identidad o a la conciencia que tenemos de nosotros mismos.

            Temor a perder la buena fama, y, por eso, miedo a las críticas y a que se hagan una idea de nosotros que no se corresponde con el ideal que nosotros tratamos de alcanzar y a su vez mostrar a los demás.

Miedo a que las ideas o valores sobre nosotros mismos, sobre las cuestiones fundamentales (creencias, etc.) o sobre la realidad en general se desorganicen, derrumben o se pierdan. De ahí, ese empeño que muchos muestran en pertenecer a grupos de pensamiento o ideología de los que tomar una fuerte identidad, o esa manera insistente que a veces ponemos para que nuestras razones se impongan sobre las de los demás. Las formas de pensar cerradas y rígidas que con fuertes resistencias al cambio o al intercambio y contraste de pareceres se alimentan de esto.

Miedo también a perder la propia conciencia sobre nosotros mismos y/o la disolución de nuestro yo (locura, alzeimer, qué me pasará si me muero, cómo me veré…)

Miedo, en definitiva, a que nuestra identidad se difumine, desaparezca o se quiebre.

d).- Miedos que afectan a nuestra afectividad y necesidad de amor.
Miedo al rechazo, a la soledad y al abandono, también como ya hemos dicho a la crítica y al desprestigio, miedo a perder afectos y relaciones, etc.

            Todos estos miedos, así como las pérdidas reales o las frustraciones por lo no alcanzado, las agresiones físicas o morales, las injusticias de todo tipo, las desavenencias, situaciones de pobreza y miseria, la inseguridad ante tantas y tantas cosas como se nos pueden ir al traste,  etc., lo que nos producen es angustia, malestar y, por supuesto sufrimiento. Un sufrimiento, del que todos queremos salir, pero que, a pesar de nuestros múltiples y repetidos esfuerzos, vuelve y vuelve tenaz e insistente a través de las causas, circunstancias y en los momentos menos esperados.

            Ante esto, las preguntas que nos surgen son esencialmente dos: la primera y más inmediata, ¿cómo podemos abordar el sufrimiento y los problemas o dificultades que los producen de tal modo que estos si no desaparecen para siempre, al menos se resuelvan o se reduzcan al máximo? y, en segundo lugar, puesto que las causas del sufrimiento se reproducen y repiten sin escapatoria aparente por nuestra parte, y dado que nos resulta insoportable ya tanto dolor como el que la humanidad acumula ¿se puede encontrar de una vez por todas la raíz del sufrimiento, de tal forma que nos abramos definitivamente a una nueva clase de existencia en paz, felicidad completa y en plenitud? Estas dos cuestiones son las que vamos a abordar y tratar de responder del mejor modo posible a nuestro alcance.

           
 4.- Vías para tratar de comprender, solucionar o paliar el sufrimiento.


Cuatro grupos básicos podían resumirlas:

a).- Los logísticos y positivos:

Son aquellos que previenen, restablecen, sanan o cuidan las enfermedades, traumas, alteraciones o disfunciones del cuerpo (la medicina en general), los que atañen más a la mente y a nuestras conductas (la psicología y la psiquiatría), con sus variados planteamientos, estrategias, técnicas y recursos, aquellos otros que se ocupan de las condiciones del bienestar de los pueblos y las naciones, su organización económica y social (la política y económica, la legal, y asistencial, con planes de desarrollo, ayudas etc.), las de habitabilidad (arquitectos), hay incluso los que se refieren al cuidado estético del cuerpo por la importancia que tiene para nosotros y nuestra autoestima nuestra apariencia externa, o los que se dedican al acondicionamiento físico como el deporte, etc.

b).- Los negativos de huída:

Por ejemplo, a través de las adicciones que pueden ser de muchas clases (consumo de sustancias, comida, alcohol, ludopatías, compras compulsivas, sexualidad compulsiva, el mismo trabajo obsesivo, etc.) y que pretenden compensar la frustración, ansiedad o sufrimiento que uno vive o teme tener que afrontar, las proyecciones hacia el exterior de lo que a uno le ocurre (todo el mundo es malo, la vida es un desastre…), las directamente agresivas como los delictivos (robos, violaciones, terrorismos, etc.) y las autopunitivas ( suicidio).
c).- Las respuestas creativas y positivas:

Toda persona es responsable de sus decisiones y del modo de afrontar su vida, también de la intención que pone en sus actos. Cada circunstancia es un reto que se nos plantea y una ocasión para que decidamos qué respuesta le damos. Toda la vida es pura creatividad que está contribuyendo a nuestra evolución, aprendizaje y crecimiento contante. Evadir nuestras respuestas ante el requerimiento de algún estímulo que nos viene del exterior supone detener el flujo de esa vida que se manifiesta individualmente en nosotros a nivel intelectual, afectivo y energético.

Siendo esto así, siempre está a nuestro alcance el que ante cualquier requerimiento más o menos angustiante del exterior (un problema económico, de relación, de planes que se tuercen, de vecindario, etc.) y también, por supuesto, para todos en general, podamos dar una respuesta creadora y positiva, procurando siempre el mayor bien y evitando el mayor daño posible tanto a nosotros como a los demás.

Nuestra inteligencia, adecuación realista al hecho de que se trata y sentido común nos indicarán siempre la solución mejor que debamos asumir a partir de las posibilidades que nuestras circunstancias ofrezcan y que nosotros podamos asumir, teniendo en cuenta los recursos logísticos aludidos u otros de los que podamos disponer, y asumiendo siempre que la mejor solución será aquella que más eficaz sea, mayores beneficios nos aporte, menor sufrimiento provoque y, si hay otras personas a las que les competa el problema que se trate de solucionar, menores perjuicios y mayor bien les confiera también a ellos.

Pero, además de estas actitudes y principio generales a tener en cuenta, frente a cualquiera de las circunstancias adversas que a menudo nos toca afrontar y resolver, existen también formas y hábitos que pueden ser muy útiles a la hora de sublimar, evadir o trascender positivamente el sufrimiento, tales como encontrar acomodo y buen recaudo recreándose en mundos como el de la lectura, el trabajo creativo, los viajes, la creación artística o literaria, el deporte, etc. que lo que buscan y pueden conseguir es apartar el pensamiento del foco del dolor y compensar con satisfacciones y placeres gratificantes, beneficiosos para uno mismo y a veces también para los demás el vacío interior, la angustia, cierto desgaste o agotamiento y el dolor, al fin y al cabo, que de un modo u otro ha llamado a nuestra puerta ( No olvidemos que muchas de las obras de arte o de la literatura han surgido de esta manera).

Ahora bien, todo esto, que en general es útil, placentero y hasta sanador, en la mayoría de los casos no representa una respuesta del todo satisfactoria, definitiva ni radical porque no toca ni cambia el fondo del problema de que se trata, simplemente lo bordea, lo cubre y si acaso lo ignora pasando por encima de él; es decir, no va a la raíz ni al foco de donde procede y nace el sufrimiento.  

En lo que respecta a la que hemos calificado como la forma logística de abordaje de los problemas tan imprescindible y necesaria en unos casos, tan útil al menos en otros y conveniente en todos, por experiencia propia sabemos que todos sus remedios llegados a un cierto punto, incluso los médicos, dejan de servir.

Y en lo que respecta a las formas que hemos llamado de huída, simplemente decir que, además de no resolver los problemas, lo que hacen es traer más complicaciones y  sufrimiento, tanto para los que las adoptan como para los que de un modo u otro comparten o se hallan próximos a sus vidas.

            Por unas razones o por otras, el ser humano ve cómo los problemas son recurrentes, las circunstancias dolorosas más inesperadas llegan más pronto o más tarde, y constatamos que todos nos tenemos que enfrentar a una vida con el sufrimiento agazapado detrás de mil pretextos. La plenitud y la felicidad tan deseada se vuelven así imposibles y nuestra alegría se nos presenta acompañada de constantes sordinas que la amortiguan. Y eso, a pesar de tantos esfuerzos como los que ponemos desde y en tantos frentes para evitar que sea así.

 Todo lo cual, ha hecho que busquemos y continuemos indagando, con el fin de descubrir, paralelamente a las mencionadas alternativas positivas o útiles, sin excluirlas y contando con ellas, y al margen o en contra de las negativas y perjudiciales, nuevos planteamientos u opciones que den por fin la solución definitiva y una salida al eterno problema del sufrimiento humano, de nuestro propio sufrimiento. Siguiendo semejante deseo, y contando con el saber de muchos sabios que nos han precedido y que han podido encontrar la ansiada solución, es como nace la opción que sigue:

d).- La alternativa no parcial sino radical y completa para alcanzar una vida en plenitud aún en medio de las dificultades y las crisis.  

Nos referimos a aquella que sea capaz de hacer frente a la raíz misma del sufrimiento y pueda desmontar de una vez por todas, incluso al que tal vez sea el peor de los temores de la humanidad, nos referimos al de la extinción y la muerte. Un temor, que imposibilita de antemano el que podamos vivir en plenitud la vida. Ir al fondo y al origen del problema, delimitar lo que se podría calificar como la “madre de todas las crisis”, esto es lo que intentamos hacer aquí. Y en este intento, nos hemos encontrado con repuestas como las que siguen:

           
5.- La base del miedo y del sufrimiento es la ignorancia.

Como resultado de la ignorancia surgen los miedos y el sufrimiento. Pero lo fundamental que hay que hacer para que ambos, miedos y sufrimiento, desaparezcan es poner conocimiento y saber donde había ignorancia y error, llevar luz a donde acampaba la oscuridad; y esto, a nuestro parecer, lo tenemos que hacer sobre cinco cuestiones cruciales, que si bien se podrían resumir perfectamente en una sola, la de ignorar quienes somos de verdad, nosotros, no obstante, hemos desglosado esta en cinco saberes que tendríamos que recuperar e integrar. Estos son:

a).- Saber quienes somos

b).- Saber para qué  y por qué hemos nacido.

b).- Saber cual es la fuente de la felicidad.

c).- Saber hacia donde vamos y cual es el destino de nuestra evolución

d).- Saber qué es la muerte y lo que ocurre después de ella.
De las respuestas que demos a estos apartados se derivarán las actitudes, reacciones y vivencias que tengamos ante la vida en general y en particular frente a las situaciones más difíciles, problemáticas y cruciales de nuestra existencia, incluidas las pérdidas y agresiones traumáticas de cualquier clase, la enfermedad, la vejez y la muerte. De esta manera, el miedo y el sufrimiento habrán dejado de tener la importancia y el valor que hoy tienen para toda la humanidad. Es más, otra vida basada en otros nuevos principios, esencialmente positivos, más luminosos y esperanzadores empezará a hacerse posible.


6.- Veamos ahora lo que nos aportan cada uno de los anteriores puntos.


a).- Saber quienes somos

            Este saber determina cómo viviremos todo cuanto nos sucede. La conciencia de lo que somos es lo que hace que creemos un tipo u otro de dependencias y de enganches. A mayor identificación o dependencia respecto a lo que yo crea que pueda ser dañado o alterado en mi a través de lo que le ocurra o le hagan a nuestro cuerpo, posesiones, personas con las que me relaciono, fama, importancia personal, etc., más grande será nuestra vulnerabilidad y posibilidad de sufrimiento, o sea, más afectables seremos por las crisis y también más víctimas de los problemas.

Si me vivo como cuerpo, todo lo que a este le pase me afectará en la misma medida de mi identificación con él, y si me vivo como mi personalidad y mi imagen también. Una enfermedad grave o la amenaza de muerte me derrumbarán, la opinión y las críticas ajenas me perturbarán, una relación que se rompe me frustrará, un problema económico me hundirá, un cambio en alguno de mis hábitos o rutinas me crispará, etc., etc.

            Pero si yo me he vislumbrado o experimentado ya no como ninguna de las cosas que cambian, pasan, caducan o mueren sino como mi ser esencial inafectable, inalterable e inmortal, entonces lo que suceda en mi vida no lo viviré como algo que me hacen o me ocurre a mi sino como algo que notaré y hasta observaré con la distancia de la no identificación porque mi verdadero “yo soy” permanecerá libre, desapegado y ajeno a todo eso.

            Esto es lo que les ocurre a los actores mientras desarrollan e interpretan sus papeles, sean estos como príncipes, mendigos, asesinos, héroes, ricos y potentados o cualquier otro que el director les otorgue, incluidos los de quienes mueren dentro de la misma representación. Los intérpretes, a pesar de que se entreguen y vivan su trabajo con emoción, dando visos de veracidad máxima a cuanto hacen, son conscientes perfectamente de que no son ninguno de sus personajes, razón por la cual, se puede dar en ellos, de hecho así les pasa, la paradoja perfecta  de que disfruten y gocen en cuantas escenas desarrollan, independientemente de que estén dando vida a sujetos malogrados, perseguidos e incluso torturados o a quienes, al contrario, se mueven en las más placenteras, idílicas y dichosas situaciones. Esta es la magia de lo que sucede, cuando uno se da cuenta de que es un mero intérprete, actor, sin olvidarse de su identidad, de personajes a los que les da vida. ¡Hasta el sufrimiento es una pura ficción!   

            Los verdaderos santos y sabios de la humanidad han podido llegar a ver el dolor de su cuerpo, por ejemplo cuando han estado enfermos de cáncer u otra dolencia semejante, como percances que ocurrían “allí”, en “ese” cuerpo, pero no en ellos, no en su ser. “Aquí, en esta pierna hay dolor” o “el estómago duele”. Como los buenos actores, no han perdido la capacidad de lucidez y gozo incluso en los peores momentos

            O sea, a más conciencia y percepción de nosotros como un ser no circunscrito ni identificado con nada de lo que cambia y muere, menos víctimas o esclavos seremos, menos susceptibles de vivir en sufrimiento, más libres, en definitiva del peso que producen las dificultades, los problemas y las crisis.
           
b).- Saber para qué y por qué hemos nacido.

Quienes viven sin conciencia de por qué están aquí afrontan su existencia con la idea de que lo que les sucede es resultado de la fatalidad, el destino ciego, la bondad o maldad de los demás, la suerte o el infortunio, y, en el mejor de los casos, como resultado también del propio mérito a través del esfuerzo, inteligencia y capacidad personal. Pero en todos los casos, nada que ver con un sentido interior al propio ser humano al que ven igualmente como resultado accidental de un movimiento ciego de la vida.

Una existencia así, que se agota en un segmento limitado del tiempo, con la nada absoluta antecediendo a nuestro nacimiento y con la misma nada absoluta posterior a la muerte es de por sí angustiante y propicia el que todo revés, contratiempo, problema y suceso doloroso se experimente con más angustia y sufrimiento que el que viviría alguien que ha entendido que sus vivencias forman parte de un plan o de un proyecto amplio, pongamos por caso, de experimentación voluntaria o aprendizaje, de crecimiento y desarrollo.

Válganos el ejemplo de la madre o el padre que tienen que renunciar a comodidades y bienestar, a muchos de sus egoísmos, a necesidades, incluso vitales en ocasiones, con tal de alimentar, proteger y cuidar mejor a sus hijos; su sufrimiento es evidentemente menor y muchísimo más llevadero que el de alguien que por la mala gestión de otros o por pasadas de la “mala fortuna” se encuentra en la calle, sin recursos y teniendo que pedir alimentos para vivir. Es el sentido, el plan y propósito de nuestra vida el que marca la gran diferencia en el modo de vivir una situación u otra.

Aunque nosotros ahora estemos apuntando a una cuestión mucho más profunda y que va más allá que la de tener sentido y propósito en nuestro vivir al modo del filántropo que se dedica, por ejemplo, a salvar vidas humanas, curar enfermedades, promocionar el progreso en los países más desfavorecidos, etc., y que tanta fuerza, energía y entusiasmo puede dar a las personas además de ser un valiosísimo antídoto contra los miedos, las angustias, la tristeza y los embates más duros con los que nos tenemos que enfrentar a veces, aquí nosotros, y de manera muy específica, estamos señalando la posibilidad, basada en lo que nuestra intuición nos dice, de que nuestro nacimiento mismo, el de cada persona, venga precedido de un fin, de un para qué, con un plan personal a desarrollar o ejecutar.

Con lo dicho, nos estamos abriendo a la hipótesis, que yo personalmente asumo como real, de que seamos nosotros los que hayamos decidido nacer conscientemente, es decir, de que existiendo ya antes de venir a este mundo fuéramos nosotros mismos los que hayamos optado por este nacimiento concreto, el de cada uno, con las características, diseño argumental, como los actores sí, y trazos que luego viviríamos. Dentro de estos supuestos entraría el asumir cierto tipo de dificultades, retos y objetivos que deben ser superados, cumplidos o alcanzados en esta vida.

Con semejante planteamiento no cabe duda de que nuestro vivir, en sí mismo, ya lo podemos ver lleno de sentido y significado, tanto que todo, sin excepción, pues no hay en este contexto casualidades, nada que sobre, ni absurdos, ni injusticias, -no en el nivel profundo del que hablamos, otra cosa es lo que se da y ocurre en la “representación”- nos estaría conduciendo hacia ese fin señalado.

La Tierra sería para nosotros una especie de escuela, un lugar en donde vivir determinado tipo de experiencias, un espacio de creatividad y experimentación, de tal manera que las dificultades se convierten entonces en “pruebas” o “retos”, los problemas en oportunidades para crecer y sacar nuestro potencial, los sufrimientos en estímulos para averiguar nuestros errores y despertar a la esencia de la verdad, y todo, en general, motivo, para descubrir, vivir y compartir nuestra riqueza esencial.

Dentro de esta visión que yo comparto y asumo, por sentirla como real y verdadera, además de bella, luminosa y tremendamente atractiva, hasta las peores situaciones se pueden vivir como positivas e incluso, como se puede encontrar y constatar en casos de personas que así lo han testimoniado a lo largo de la historia, mártires, santos y sabios de diversas tradiciones y culturas, con alegría.

c).- Saber cual es la fuente real de la felicidad.

La creencia más generalizada que las personas solemos tener es la de que determinadas cosas, personas y circunstancias nos dan o quitan la felicidad. Tanto es así, que de allí surge la tendencia, comúnmente asumida y por lo tanto más compartida, de buscar y conseguir lo que nos la proporciona y huir, rechazar o combatir lo que la dificulta o elimina pensando que de lo exterior a nosotros nos vendrá la paz y la plenitud que deseamos.

Con tanta dependencia del “tener” esto o lo otro, aquello o lo de más allá, y que va de poseer un coche determinado, un tipo de pareja, un estado de salud, un buen negocio, un día de sol en lugar de nublado y que las cosas surjan según un acomodo que responda siempre a nuestras expectativas y deseos, no sólo nos hemos convertido en esclavos del exterior que casi nunca se amolda a lo que de él esperamos o le exigimos, sino que nuestra felicidad misma se hace difícilmente alcanzable y se convierte en un objeto añorado, resbaladizo, que siempre por una razón u otra se nos escabulle y escapa.

Pero detrás de este modo de afrontar la vida existe un error previo de planteamiento que atañe a la creencia sobre lo que es la fuente de la felicidad. El error consiste en haber confundido por asociación el sentir con el objeto a partir del cual ese sentir se exterioriza. Como le ocurrió al perro famoso de Pavlov que acaba salivando por condicionamiento con sólo escuchar la campana aunque no le acerquen la comida, así nos pasa a nosotros que hemos desarrollado respuestas condicionadas de felicidad o infelicidad en función de estímulos que nada tienen que ver con la felicidad misma. Así, nos hemos creído que felicidad es igual a cazadora de piel, mujer rubia de uno ochenta, apartamento en primera línea de playa, comida en el mejor restaurante de cinco tenedores, ser famoso, coche de determinada marca, tener una edad concreta, etc.

El error en el que hemos caído es idéntico al que caería la persona que jamás ha visto la luz artificial y que tras observar, por primera vez en su vida, cómo se enciende una bombilla apretando un interruptor, acabase convencido de que la luz va unida intrínsecamente al interruptor, tanto que, en su error, tomara una de estas clavijas de la luz y construyera después un altarcito alrededor de ella para adorarla. Aunque el ejemplo resulta chistoso, puede que tenga más semejanza con la realidad cotidiana nuestra de lo que a primera vista pudiese parecer.¿O no?

Y si no son los estímulos, ¿qué es entonces la felicidad o cual es su fuente? La fuente de la felicidad es que no existe fuente fuera de ella, puesto que ella es la propia fuente, o mejor aún, la felicidad, como la alegría y la dicha son cualidades esenciales e intrínsecas y por lo tanto no disociables del ser mismo. Dicho de forma más clara y contundente: nuestro ser en sí es la felicidad. ¿Dónde, pues habría que buscarla, que no fuese en él?, en ningún otro sitio. Con la particularidad añadida de que nuestro ser esencial no está sujeto a cambios, ni deterioros, ni caprichos de hoy sí y mañana, no. Por eso, quien se instala o se alimenta en la felicidad de  su ser no queda defraudado, al contrario de lo que nos ocurre cuando vamos a beber de la fuente del tener a la que nos referimos antes.

Maticemos y precisemos aquí, que al hablar de nuestro ser estamos refiriéndonos al modo en que la Totalidad, Dios o Lo Real, como cada cual prefiera llamar al Fondo desde el que todo es, se expresa y existe en nosotros, en cada uno de nosotros, a través de nuestra forma particular e individual de ser, o sea, lo que en muchas tradiciones se ha nombrado como “alma”.

Es claro, por lo tanto, que cuando busquemos la felicidad en nuestro interior en vez de vivir atados y ligados a lo que se puede tener o no, entonces nuestro sufrimiento en la vida disminuirá y se irá poco a poco convirtiendo en un residuo del pasado, seremos más libre y menos afectable por las cosas que nos pasan, y la felicidad misma brotará en nuestro corazón como fruto sin límites de nuestro ser.

Que no se confunda esto que decimos con un desprecio, negación o desvalorización de cuanto se ha calificado muchas veces como recursos del estado de bienestar, ni tampoco como un rechazo de cuantas cosas buenas y aportaciones positivas nos ofrece el progreso y la creatividad en todos los ámbitos de nuestra vida, nada de eso, pues todo cumple su función y a través de cada cosa fluye nuestro potencial; en cambio, lo que si pretendemos resaltar es la importancia de saber ser feliz “en lo que se tiene” y no, como con frecuencia pasa, “por lo que se tiene”, de modo que en el primer caso estamos señalando a nuestro ser como fuente de felicidad, mientras que en el segundo la felicidad va ligada enteramente a los objetos, las circunstancias y, en definitiva, a lo que se tiene.


d).- Saber cual es nuestro destino.

Para quienes su destino termina con la muerte, vivir, crecer, envejecer, implican el agotamiento de los tiempos y de las posibilidades, sin demasiadas ocasiones para la rectificación, el cambio y la transformación. Cada etapa que se acaba significa realmente un final, de modo que palabras como aprendizaje, futuro y esperanza son palabras caducas, tristonas y devaluadas en si mismas. Aprendizaje, ¿para qué?, futuro, ¿hasta cuando? Y esperanza ¿de qué? ¡Nos quedamos tan fuera de esas palabras y tienen tan poco significado para cada uno en particular!

Pero cómo cambia todo cuando nos sabemos inmortales, cuando comprendemos que nuestra vida es infinita y cuando nos damos cuenta de que existir y vivir es una cualidad de nuestro ser al que no le afecta para nada el tiempo, ni siquiera el espacio, y que ambos son medios accidentales de los que nos servimos dentro de un determinado mundo de formas también pasajeras y cambiantes.

Nuestro destino no es la muerte sino que la traspasa y la deja atrás, igual como se deja una estación de tren por la que pasamos para ir hacia otra, y luego otra, dentro de un viaje sin fin. Nuestro destino no es desaparecer como lo hace una nube que paulatinamente se va deshilachando en medio del azul del cielo, y no lo es por la sencilla razón de que no somos nubes sino el mismo cielo.

Para quien esto escribe, nuestro destino es la pura conciencia en la existencia dentro de infinitas posibilidades que se van alternando, surgiendo unas, desapareciendo otras como expresión inagotable de la creatividad también infinita. El número de vidas a las que podemos acceder es infinito, como también los universos y los mundos en los que nos podemos manifestar. Esta es la característica del Ser Uno, de Lo Divino, de Lo Real del que formamos parte intrínseca e indivisible, sin dejar a su vez misteriosamente de incluir en nosotros el todo potencial, ese todo dentro del cual nacemos, nos movemos y somos.

Nuestro destino es el infinito. Así que, dentro de esta perspectiva, el estrecho límite del pequeño ego con sus cuitas, sinsabores, penalidades y frustraciones de cualquier clase que nos podamos imaginar se disuelve como el azucarillo en una inmensa jarra de agua.


d).- Saber qué es la muerte y qué ocurre después de ella.

Hasta ahora, para la casi totalidad de los seres humanos, la muerte ha sido una gran incógnita, el más grande o uno de los mayores misterios. Pero todo indica que poco a poco eso dejará de ser así, está ocurriendo ya. Son una inmensidad de referencias de distintos tipos, desde muy diferentes campos las que hoy avalan o por lo menos hacen sospechar tambaleando hasta a los más escépticos, que la muerte no existe.

Demasiadas experiencias de personas al borde de la muerte o muertas incluso, porque en ellas como se ha demostrado, no había posibilidad alguna de vida, de diferentes culturas, tradiciones, modos de pensar, creyentes o no, de variadas edades y educación, contrastadas, estudiadas, tabuladas e investigadas nos hablan de una conciencia que perdura independientemente del cerebro, y sin que la identidad desaparezca al otro lado de “esta forma de vida”. (Los estudios de Raimond Moody, Kübler Ross, Keneth Ring, Pim Van Lommel y un largo etc. son un buen referente de esto).

Podríamos hablar también de las investigaciones hechas en este mismo sentido desde dentro del campo de la Psicoterapia de regresión que testifican contactos de personas con vidas anteriores e incluso de estados del alma fuera de este mundo, o sea en el llamado “más allá” ( Un clásico de estos estudios es Michaell Newton, otro más conocido es Brian Weis, pero hay muchos más). Habría que tener en cuenta también las investigaciones realizadas en el campo de la comunicación a través de diferentes técnicas (instrumentales, canalización, etc.., en cuyo campo son famosos los estudios de Jürgeson, Raudive y de alguien a quien yo le doy un gran valor como es el caso del sacerdote católico François Brune y muchos más) con los seres que ya dejaron este mundo y que nos muestran que el contacto es real y que, por lo tanto la vida continúa. Precisemos que aquí, en España, son muy importantes también las aportaciones de la psicóloga Paloma Cabadas que estudia e investiga los contactos con personas fallecidas e incluso el modo de ayudarlas a evolucionar dentro de su “otra” vida (Véase su libro “La muerte lúcida”)

Podríamos alargar las citas y los enfoques desde los cuales se constata que hoy hablar de vida después de la muerte ya empieza a ser casi una obviedad, al menos para quienes no se cierran en sus viejos esquemas mentales y prejuicios del pasado y tratan al menos de investigar o de informarse al menos con verdadero interés. Para mi, evidentemente, la muerte del cuerpo no supone en absoluto el final de la conciencia, del ser que soy yo, ni por lo tanto el final de mis existencias. Cuando deje este cuerpo me veré tan vivo o más que ahora, lo creo, lo siento, lo intuyo y, por si fuera poco, me resulta lo único coherente y lógico a la luz de lo que voy experimentando internamente que soy.

Llegará un tiempo en que el temor a la muerte desaparecerá y en que la misma idea de la muerte habrá quedado en ser un mero reducto de un pasado que formó parte de un nivel de la humanidad primitivo y ya superado, como también se superó el geocentrismo y se superará absolutamente la idea de un solo universo. La muerte llegará a ser un resto fósil que se estudiará del mismo modo a como lo hacen los paleontólogos, antropólogos y arqueólogos que estudian en Atapuerca los restos de antepasados nuestros.

Quien cree en la muerte absoluta está imposibilitado para vivir la vida absoluta, es decir, en plenitud y también para gozar de la vida en la verdadera libertad. La muerte es una pesada losa, que para los que en ella creen es la fuente de una inmensidad de temores y un hándicap para la vida en alegría.

Quien cree y sabe de verdad, que el final de esta vida nos lleva a más vida con igual o mayor conciencia de nosotros en nuevas y diferentes circunstancias, con seres a los que estamos igualmente o más unidos que aquellos con los que compartimos vida en la tierra, la muerte no sólo no es un trágico cierre de etapa sino más bien una bellísima oportunidad y esperada ocasión de reencuentro con nuestro lugar de origen, con nuevas y maravillosas oportunidades para continuar existiendo con diferentes formas de creatividad y existencia. La vida que se vive sabiendo que hay un después que nos espera puede resultar sencillamente maravillosa.

No cabe duda de que en este contexto y esta optimista, como real forma de concebirnos, los sufrimientos de esta vida se transforman y lo que para muchos se consideró que era un valle de lágrimas se puede empezar a ver como un lugar donde poner a prueba nuestros valores y capacidades, nuestra energía, saber y amor. Este mundo se empieza a ver así con nuevos ojos, con los ojos, quizás, yo así lo creo, del entusiasmo, el gozo, la trascendencia y el servicio a los demás.


7.- Prácticas que hacen que comprendamos los problemas, nos dan fuerza para afrontarlos y ayudan a vivir nuestra vida en plenitud.

a) -Limpiar nuestra mente de errores,

b) -Ofrecerle a nuestra mente la correcta información sobre la verdad de lo que somos,
c) -Conectar con la esencia de nuestro potencial y hacerlo parte de nuestra consciencia e identidad,

d) -Activar todos los recursos interiores que son la expresión de nuestro potencial interior a través de las infinitas posibilidades que la vida nos ofrece,

e) -Abrirnos a nuestro yo superior o ser esencial, desde donde extraer  toda la fuente de sabiduría, energía y amor que somos.

Todo esto representa la directriz fundamental y constituye el eje en torno al cual todo trabajo de transformación y crecimiento interior  se mueve.

En este sentido, además de desarrollar un conocimiento más profundo que vaya a la raíz de nuestra identidad, a nuestro propósito y sentido en la vida, a la verdad e inmortalidad de nuestro ser, así como a la fuente real de la felicidad, tal y como ya hemos visto, además también de utilizar y servirnos de los medios y recursos a los que ya aludimos al principio, como las posibilidades “logísticas” y creativas a nuestro alcance, existen otros instrumentos o medios, muy variados como ahora comprobaremos, que siempre podemos utilizar, los cuales no sólo facilitarán de forma muy notable el que la fuerza e intensidad de las crisis y el sufrimiento que conllevan desaparezcan o disminuyan sino que desarrollarán y activarán nuestro potencial de riqueza interior  para que nuestra vida sea más plena.

Advirtamos, no obstante, y de manera muy clara, que ninguno de estos recursos debiera de sustituir la ayuda que alguien pueda necesitar puntualmente, y en algunos casos de forma ineludible e irreemplazable, por parte de profesionales cualificados y en áreas muy específicas, como pudiera ser la medicina o la psicología por citar las más usuales en estos casos. He aquí algunos de estos ejercicios y prácticas:


1.- Introspección y autoobservación para darnos cuenta de lo que nos está pasando

Esta es una actividad necesaria, que con la ayuda de la atención centrada en el presente nos permite ser conscientes de lo que nos está pasando en cada momento, de cuales son nuestras reacciones, de qué es lo que nos afecta y qué cosas mueve en nosotros. De este modo iremos descubriendo el sufrimiento como fruto de nuestra propia cosecha, lo que nosotros ponemos y que es diferente del problema objetivo que nos llega.

Sin la autoobservación y el darse cuenta no hay posibilidad de autoconocimiento y sin este cualquier tipo de abordaje y solución de las crisis y dificultades resulta muy difícil puesto que no se conocen los límites de aquello que es nuestro y lo que es de los demás o de las circunstancias dentro de las cuales se circunscribe.

Esta autoobservación se realiza de forma completa y mejor a través de la introspección, que es un entrar dentro de nosotros, mirar hacia dentro con los ojos cerrados y contemplar dejando que aflore, sin pensar ni poner trabas a todo cuanto hay y surja, pena, lloro o lo que sea, hasta que no quede nada más que el gesto de mirar y observar. Cuando esto se hace bien después de un problema al que nos estamos enfrentando ocurre algo muy curioso, el sufrimiento desaparece, todo lo que acostumbramos a poner con nuestra mente y que es parte de nuestra historia personal se va evaporando y se purifica, de manera que, después de un rato de hacer este trabajo, lo que queda es lucidez y claridad, y el sufrimiento eliminado.

Este ejercicio se puede hacer durante una media hora o tres cuartos cuando nos enfrentamos a un problema concreto, y se puede repetir si nos viene a la mente de manera recurrente alguna vez más en el mismo día. Acostumbrarse, de todos modos, a sentarse un tiempo cada día y mirar es algo muy saludable y gratificante.

2.- Vivir centrados en el foco de nuestro verdadero yo

Esto significa no vivir inmersos ni confundidos con nuestras emociones, ni con las disquisiciones mentales, tampoco de forma inconsciente en nuestras acciones. Vivir centrados en nuestro verdadero yo significa vivir con la atención despierta y conscientes de ella, o lo que es lo mismo, situados en ese espacio interior desde donde se sabe que todo ocurre, ese espacio que es consciente del pensar, del actuar y del sentir, ese espacio que en realidad es el foco y el centro de nuestro ser, allí desde donde todo mi potencial se expresa. Ese centro está conectado con el Fondo de la Realidad y es manifestación de la misma.

Existen prácticas que nos ayudan a mantenernos así centrados y con una sabia “distancia” interior, más libres por lo tanto de lo que va ocurriendo en nuestra vida. Observar la respiración primero, durante unos tres o cuatro minutos, de manera consciente, atentos a ese foco que intuimos y desde el cual nos damos cuenta de lo que está pasando. Hacer luego lo mismo con el sentimiento de la alegría, y mantenernos el mismo tiempo. Y en tercer lugar, practicar idéntico ejercicio pero observando los pensamientos. (Recomiendo para quienes quieran realizarlo la explicación y desarrollo que de este ejercicio da la persona que lo creó y divulgó, de quien lo aprendí, el psicólogo transpersonal Antonio Blay Foncuberta en su maravilloso libro “ Curso de psicología de la autorrealización”, edit. Indigo)

3.- Práctica de la Meditación

Esta actividad que se puede realizar de muchas maneras y el tiempo que a uno le apetezca y de verdad quiera, no más, lo que pretende es llevarnos a ese espacio de silencio, amor, sabiduría, paz y gozo que es el corazón de nuestro ser. Practicada diariamente, el tiempo que cada uno considere y sin forzar nada nos va despertando y sensibilizando a la conciencia pura que es la transparencia de nuestro ser, consciencia que todo lo abraza con un halo de luz y serenidad, con esa presencia suave como la brisa que es pura dicha, la pura dicha de ser.

En la medida en que uno se va haciendo diestro en esta actitud meditativa la va llevando a todos los momentos del día, en los instantes de retiro y contemplación y también cuando nos hallamos activos en las ocupaciones diarias.
Una forma de meditar consiste en sentarse en silencio, sin pretender ni forzar nada, simplemente atento a lo que sucede, sin detenerse ni cogerse a nada de lo que va apareciendo, dejando que todo pase, los pensamientos, las emociones y sensaciones, igual como pasan las nubes sobre el azul del cielo cuando sentados sobre la hierba estamos contemplando tranquilamente el cielo. Ese “cielo azul”, que, en la meditación, es la no mente y la pura conciencia de ser, la presencia, que es lo único que es, aquello que va quedando en sí mismo, y la paz, la alegría y el amor gozoso sin objeto.

4.- Oración

También existen muchas formas de hacerla y cada cual puede practicarla como mejor le encaje en función de sus convicciones y creencias, utilizando la fórmula que mejor entienda, con palabras o en silencio, aunque siempre de manera sentida, sincera, fijando y manteniendo la atención en ese Fondo al cual nos estamos dirigiendo y, lo más importante, con el corazón.  

Nosotros, aquí, la entendemos y presentamos como una forma de apertura y de establecer contacto con lo más elevado de uno mismo y que trasciende todos nuestros egos, aquello desde donde uno intuye que desciende Puro Amor, Puro Gozo, Pura Luz, Pura Sabiduría, Pura Fuerza y Poder, el Origen de todo lo más grande, bondadoso, perfecto y bello a lo que uno puede aspirar, llámesele Dios, Ser, Realidad Suprema o como cada cual prefiera o acostumbre a llamarle, porque lo de menos es el nombre que se le de.

También nos podemos centrar, si es que uno así lo prefiere, en aquellos seres que al modo de ver y entender de cada cual, en función de las propias creencias, han sido o son el más perfecto referente de transmisión y presencia de Lo Superior: Jesús, Buda, Krishna, María, etc.

Se trata de dejar que los valores de sabiduría, bondad y amor, energía y poder que ellos representan, vayan descendiendo y calando, despertando por resonancia, desde nuestro interior, eso mismo que es el constituyente real, el potencial de nuestro ser, y así ir unificándonos poco a poco con ellos y lo que representan para nosotros.

Esto, evidentemente, nos dará fuerza para afrontar desde un oasis interior de serenidad y paz todos los embates de nuestra vida y en cualquier nivel en que se nos presenten, elevará nuestro nivel, nos sanará y llenará de gozo, amor, luz y energía.

5.- Activar voluntaria y conscientemente, en cualquier circunstancia, nuestro potencial interior de conciencia, inteligencia, felicidad-amor y energía.

Se trata de aprovechar todo momento, circunstancia y lugar para volcar allí, en eso que estamos viviendo o haciendo, independientemente de lo importante que sea, tanto en lo más sencillo y ordinario como ante lo más trascendente, pelando patatas o, como decía Guy de Lariguadie, edificando catedrales, siempre,  lo esencial de nuestro ser: la atención y conciencia plena, la afectividad, el amor y el gozo, la energía, el entusiasmo y la entrega.

Haciendo esto porque queremos, aunque nos cueste a veces porque nuestro humor no nos acompaña, y a pesar de ciertos momentos en los que uno desearía no existir, en los instantes propicios y en los que parecen no serlo; de esta forma iremos ganando en autonomía e independencia respecto de los estímulos externos, veremos crecer cada vez más ese flujo de inteligencia, felicidad y energía que vamos expresando y nos sentiremos con más fuerza, valor y seguridad, no sólo en el momento en que las crisis y los problemas arrecien sino para vivir con más intensidad, eficacia y mejor, siempre.

En este caso, la explicación y razón de ser de lo que estamos diciendo es sencilla: cuanto del potencial de nuestro ser más exterioricemos, expresemos, vivamos y demos, mayor será la riqueza interior que cosechemos y pase a formar parte de nuestra identidad, conciencia y recursos. Porque dar, aquí, tiene como consecuencia recibir más, y vaciarse equivale a enriquecerse, ya que este el principio según el cual funciona el mundo y la realidad del espíritu, al revés de lo que suele pasar en ciertas cosas de la vida en donde si pones mucho te quedas más pronto o más tarde sin nada.

6.- Nutrirnos con lecturas, distracciones, actividades, buenas relaciones y hábitos que favorezcan el contacto y el recuerdo de nuestros valores más elevados e importantes y de nuestro poder interior.

Libros de autores sabios, buen cine, música selecta, Bach, Mozart…, contemplar arte, encuentro con la naturaleza, deporte, yoga, etc., pueden ser unos buenos aliados que nos ayuden a vivir en plenitud la vida. Porque, tanto nuestra mente, como nuestro cuerpo, nuestros sentimientos y nuestro espíritu necesitan nutrirse, y como ocurre con la comida que no toda nos sienta igual, ni toda es la más idónea para nuestra salud, así mismo pasa con todo cuanto hacemos y pensamos, de ahí que sea tan importante saber seleccionar, escoger y tomar en el gran autoservicio de la existencia aquello que mejor nos favorezca para nuestro crecimiento y desarrollo interior.

 Recurrir a los buenos “nutrientes”, es un buen antídoto contra la falta de energía intelectual, afectiva y para la acción, porque nos colocan en un buen punto desde el cual poder atender, resolver y trascender aquellos problemas que de otro modo se fundirían con nuestro sentir y nuestra visión en una indisoluble y perjudicial unión.

7.- Invertir parte de nuestro tiempo, energía, inteligencia y afecto en alguna actividad desinteresada que no tenga otro objetivo que el de servir y ayudar a los demás.

Pensar no de manera egoísta sino poniéndonos en el lugar de otros y de sus necesidades, aportar lo mejor de nosotros a la sociedad y a los individuos concretos, contribuir cada cual a su manera, según nuestras cualidades, circunstancias concretas, e impronta personal, a quitar parte del sufrimiento que existe en el mundo, así como ayudar a que las personas sean más conscientes y felices es un bien que todos deberíamos asumir como parte de nuestro vivir.

Cuando esto se hace, la alegría aumenta, las preocupaciones vanas disminuyen, se relativizan ciertos problemas de los que algunas veces nos aquejan, se intensifica nuestra energía interior, nos sentimos más fuertes, más lúcidos y seguros, a la vez que nuestros miedos así como la posibilidad de deprimirnos también menguan.

8.- Vivir, disfrutar, afrontar retos, crear

Somos esencialmente Vida y la vida se reconoce cuando se plasma, cunado se experimenta; hay muchísimas maneras de hacer esto, lo importante es poner todo nuestro potencial en ello como ya hemos dicho. Vivir, esta es la gran clave, y para vivir hay que ir soltando miedos. Amar y vivir es lo mismo. Cuando se ama y se vive uno es más feliz y es más fuerte ante cualquier problema.

Vivir gozando, disfrutando, de cada cosa, de todo. Pero no se puede vivir ni por lo tanto ser feliz, si no somos capaces  de estar dispuestos para afrontar retos, pruebas, obstáculos y, por lo tanto, miedos. Cuando los miedos no se afrontan se enquistan y no crecemos, entonces no realizamos nuestro destino.

Hay pruebas que la vida nos pone delante y que  constituyen pasos decisivos para que nosotros crezcamos, son pruebas que pronto uno descubre que le son propias, hechas a “nuestra medida” podríamos decir. Son pruebas que, en realidad, y en un plano superior de nuestro ser decidimos seguramente afrontar, pero de lo que ya no nos acordamos, y que más pronto o más tarde tenemos que aceptar, traspasar y resolver. Es parte del trabajo que hemos venido a realizar en esta vida. Afrontarlas, sin huir de ellas, es parte de nuestro destino y, por lo tanto, de nuestro aprendizaje.

Hemos de tener presente, también, que una forma maravillosa de vivir es crear. Hay muchas maneras de crear, y existen muchos niveles de creación, todos son válidos si se hacen con amor, alegría, entrega e inteligencia. Si encima, somos capaces de compartir nuestras creaciones, desde un plato bien cocinado a una obra de arte o cualquier otra cosa que hayamos realizado, pues mucho mejor. Nuestra satisfacción y gozo aumentarán.

9.- Aceptar los errores y las equivocaciones, de la clase que sean

De hecho, en el vivir y para la vida no existen los errores en sentido estricto, lo que hay más bien son experimentos, juegos que ella hace. Ningún error es definitivo ni eterno, ninguna equivocación es la última, ni tampoco la primera. En realidad lo que entendemos como error en el nivel del ego, es una forma de acertar en otro nivel más profundo, pues nuestro ser sí que sabe perfectamente cual es el diseño y la trayectoria que desea que nuestra alma transite.

De la misma manera, que en una gran obra de literatura no hay capítulo o escena de segundo orden o inferior en calidad por el contenido de la misma, sino que su valor se lo da la destreza y la perfección con que su autor la ha desarrollado, así ocurre también en nuestras vidas; por eso, se dice que lo que es locura para los hombres es o puede ser sabiduría para Dios, es decir, en el plano de nuestro ser se comprende y se ve como un gran bien lo que en el plano de nuestra cotidianeidad hemos visto a lo mejor como un desastre o una tragedia.

En nuestra vida no sobran capítulos ni escenas, sólo faltan las que nuestra creatividad desee realizar en el futuro.

Errar, caer, equivocarse una y mil veces, no importa, todo eso forma parte del camino, lo hemos decidido así, nadie nos lo ha impuesto sino la misma Vida en nosotros, o sea, nuestro propio ser. Levantarse, pues, las veces que haga falta, también es parte de la perfección de nuestra obra. Comprenderlo y aceptarlo como algo natural y positivo a la larga, es beneficioso.

Además de estas ayudas que hemos presentado, existen otras muchas. Yo creo firmemente, que cada persona, si de verdad busca, encontrará en cada momento lo que más necesita, simplemente hay que desearlo desde el fondo de uno mismo. Nos llegará el libro que necesitamos, encontraremos la circunstancia o la persona adecuada que nos pueda ayudar. Pero, es muy importante siempre que nos fiemos de nuestra intuición y saber interior. En esta vida, todo está lleno de sentido y todo encierra su lección y mensaje para nosotros mismos. Nadie está abandonado de la mano de la Vida, o, dicho de otra manera, de Dios.


8.- En resumen y a modo de conclusión.

Los problemas, en nuestra vida, los tendremos siempre, dado que nuestro mundo es relativo y nosotros seres en evolución y, por lo tanto, “imperfectos” en ese sentido. Las crisis, pequeñas o grandes, vendrán, nadie se va a escapar de una pérdida, algún tipo de escasez, una noticia desagradable, la enfermedad, incomprensiones, etc., y la muerte física es un tránsito por el que todos también pasaremos. Este mundo es así de inseguro. Y algo que no siempre queremos ver: las soluciones, paliativos y mejoras que vamos introduciendo o que nuestro mundo nos ofrece no son definitivas, todas son provisionales y a la larga dejan de servir. El tiempo lo inutiliza o aniquila todo. Nadie se puede escapar de esto. En este sentido y hasta aquí la mala noticia. Pero esto no es todo el argumento, la realidad es mucho más extensa, rica y profunda.

Existe, pues una buena noticia: las cosas no son como nos parecen. Nuestra mente puede transformar los problemas en ventajas y las dificultades en soluciones. Nuestra vida no se mide en tiempo sino que va más allá de él. Además, lo que da plenitud, alegría, felicidad y gozo no son las cosas ni los objetos, ni siquiera las circunstancias para las que como hemos dicho no hay soluciones radicales y definitivas.

Nosotros aquí hemos valorado en su justo término el valor y la utilidad de los recursos que los humanos desde distintos campos y especialidades nos damos para vivir mejor y solucionar cierta clase de problemas. Aunque luego, a continuación, nos hemos referido a la raíz del sufrimiento y a sus causas profundas, que radican, así lo hemos mostrado, en la ignorancia que nos separa de nuestra verdadera identidad. No somos cuerpos, somos seres espirituales y eternos que nacemos por voluntad propia para evolucionar y realizar determinado tipo de tareas a través de las cuales vamos exteriorizando nuestro potencial infinito de inteligencia, amor y energía.

Hemos dicho entonces, que desde la nueva óptica el sufrimiento se transforma y los momentos difíciles que nos toca vivir adquieren un significado y sentido nuevo, completamente distinto al que le daríamos si todo lo viéramos como resultado del azar, la buena o la mala fortuna. Lo que en un nivel nos puede parecer que son errores, en el plano de nuestro ser no lo son, sino que se trata de acciones, pruebas, circunstancias que nuestra misma alma tiene que afrontar para su crecimiento y evolución.

La plenitud es posible, el camino existe, se hace a partir de las dificultades, no es fácil, ciertamente, pero está en nuestras manos recorrerlo. De hecho todos lo vamos a recorrer, más pronto o más tarde, pues ello va impreso en lo que podríamos calificar como nuestro “ADN evolutivo y espiritual”.

La etapa del sufrimiento, el dolor y la muerte es pasajera, no es ni mucho menos el último escalón de la evolución. Fe, sentido interno, intuición, voluntad firme, amor a la verdad, honradez, apertura a nuestro ser, perseverancia…son algunos de los instrumentos esenciales de los que nos podremos prescindir en el camino para avanzar hacia la nueva etapa. Si queremos podemos.

Los verdaderos cambios, aquellos que más perduran y que ayudan a conectar con la fuente de nuestra felicidad se producen como fruto real del encuentro con nosotros mismos, cuando hemos desvelado nuestros egos y egoísmos, nos hemos abierto a nuestro ser superior y nos hemos convertido en focos de felicidad y paz. Pero esto sólo es posible como resultado del autoconocimiento y el descubrimiento de nuestro yo real, todo lo cual pasa por el darse cuenta, ver lo que nos pasa y estar despiertos hacia aquello que sale de nuestro interior.

No es verdad que el sufrimiento desaparecerá como por ensalmo de nuestras vidas, así, sin más, pero sí que es cierto que el sufrimiento irá transformándose y disminuyendo hasta extinguirse un día, aunque sólo en la misma medida en que vayamos pasando de una vida desde el ego y los personajes que interpretamos, a una vida desde el ser, y sólo, también, en la proporción en que la falsa idea que tenemos de nosotros, identificada con nuestras apariencias, cuerpo, importancia personal, etc., sea sustituida o reemplazada por un despertar a la vivencia-experiencia de nosotros como ser-conciencia-amor-energía-inteligencia.

Quien pone y quiere, por encima de todas las cosas la felicidad, la encuentra, pero quien prefiere las cosas antes que la felicidad la aleja. Este es el gran dilema que todos hemos de resolver si queremos de verdad una vida sin sufrimiento: ¿estamos con nuestro ser y, por lo tanto con la felicidad o nos hemos quedado paralizados e hipnotizados en el mundo del ego y del tener?

Vivir, gozar, existir, atrevernos a afrontar retos y solucionarlos desde nuestro ser es la clave, encontrarnos con él es el camino, la verdadera solución es saber, desde el fondo, que todo cambia y pasa menos nuestra consciencia. La paz nace de sentirnos acogidos en la Presencia que todo lo penetra y de vivirnos como pura creatividad trayendo oportunidades a nuestra vida para solucionar, crecer y gozar. Reconocer que toda existencia es apenas un pequeño tramo de nuestro infinito vivir es deleite y alegría. Comprender que la muerte no existe y que sólo la Vida es real es el mayor consuelo. Amar, como la mejor expresión de nuestro ser es sabiduría. Ser, esto es lo único real, todo lo demás es fantasía, puro teatro, diversión y juego.