miércoles, 13 de noviembre de 2013

SERES INVISIBLES Y MUNDOS OCULTOS





El mundo invisible es de una vastedad y complejidad muy grandes, así lo dicen sabios, videntes y místicos; representa, por lo tanto, un gran atractivo, aunque también un foco de problemas para quienes se abren a él sin una preparación y purificación personal. Caer entonces en errores es fácil, acabar siendo manipulados por todo esto también, como lo demuestran muchos casos de personas que han sufrido perjuicios para su salud mental y espiritual; hay gente que presume de tener un guía de otro mundo, siendo que no han sido capaces aún de madurar psicológica y humanamente aquí. Existen seres invisibles que se hacen pasar por ángeles cuando no lo son. Por todo eso, y para situarnos, me parece importante lo que cuenta de estos mundos y seres la que fue compañera espiritual de Aurobindo: Mirra Alfassa (Madre), que dice:

“El mundo oculto no es una sola región donde todo está mezclado, que sólo se convierte en oculto porque no lo podemos ver. El mundo oculto es una graduación de regiones, uno quizá podría decir, de más y más regiones etéreas o sutiles,…Y cada uno de estos dominios es un mundo en sí mismo, teniendo sus formas y habitado por seres con una densidad…análoga a la del dominio en el cual vive. Así como en el mundo físico somos de la misma materialidad que la del mundo físico, en el mundo vital, en el mundo mental, en el mundo por encima de la mente y en el mundo supermental –y en muchos otros, infinitos otros- hay seres cuya substancia es similar a la de ese mundo. Esto significa que si uno es capaz de entrar conscientemente en ese mundo con la parte del ser que corresponde a ese dominio, puede moverse allí con total objetividad, como en el mundo material.

Y allí existen tantas, y aún más cosas para ver y observar que en nuestro pobre pequeño mundo material, que pertenece solamente a una zona de esta infinita graduación....cuanto más adelante va uno, por así decirlo del mundo material, las formas y conciencias de esos seres son de una pureza, belleza y perfección mucho más elevadas que nuestras formas físicas comunes…En estos mundos invisibles también hay regiones que son el resultado de formaciones mentales humanas. Allí uno puede encontrar todo lo que quiera…a menudo uno encuentra allí exactamente lo que uno espera encontrar. Hay infiernos, paraísos, purgatorios. Hay toda clase de cosas…Estas cosas sólo tienen una muy relativa existencia, pero con una relatividad similar a la de las cosas materiales aquí….es difícil hablar de todos estos mundos….Es un conocimiento que necesita un experiencia vivida de muchos años, completamente sistemática, y que requiere…una preparación interior absolutamente indispensable, para hacerlo inocuo…

…quizá pudo haber sido una fuerza adversa que tomó por un ángel de la luz, porque la gente generalmente comete este error…piensan siempre que es algo celestial…Una de las actividades más comunes de estas intolerables pequeñas entidades que están en la atmósfera humana física y que se divierten a costa del hombre, es cegarlo..” (“Las fuerzas ocultas de la vida”, editado por A. S. Dalal)

Por todo esto, creo que lo conveniente es que uno madure y crezca, primero mental, afectiva y espiritualmente y que conecte con su verdadero poder interior. Abrirse al mundo de los espíritus debería de ser una consecuencia. Rehuir el trabajo personal sustituyéndolo por la ayuda invisible entiendo que es un error.

domingo, 3 de noviembre de 2013

ÁNGELES Y ESPÍRITUS ELEMENTALES



  
 La limpia mirada de nuestro espíritu pronto detectó su presencia y compañía, de modo que, mientras las nubes de la racionalidad autosuficiente todavía no habían desplazado ni dejado de lado nuestro sentir interno, ellos, los ángeles, con este u otros nombres, formaban parte de nuestra realidad cotidiana, como espíritus celestes (querubines, serafines, potestades, dominaciones, ángeles, arcángeles y los principados, según la clasificación clásica de Dionisio el Areopagita)  con los que nuestro yo superior, a través de los arquetipos de sabiduría, bondad o poder, de un modo u otro conectaba, o como fuerzas y también espíritus de la naturaleza a los que la tradición ha calificado como los devas: del aire (sílfides), del agua (hadas, ninfas, ondinas, nereidas, sirenas), de la tierra (gnomos, enanos, elfos, dríadas) y del fuego (salamandras.). Cada uno de ellos, en su nivel, y según su papel específico han sido y son el eslabón perdido que restablece el puente de unión entre el poder divino y el nuestro, entre lo que la visión superficial de la naturaleza nos muestra y lo que desde su interior se manifiesta, entre lo que es la apariencia y lo que es la realidad, y, en definitiva, entre el Espíritu y la materia. Esto, que el racionalismo no entiende.        

Porque, aunque hemos hablado ya aquí, muchas veces, del potencial infinito del ser humano, de que nosotros mismos somos dioses en potencia, y de que nuestra capacidad para crear, transformar, resolver y vivir se mueve evolutivamente y en sentido ascendente hasta desarrollar y actualizar, cada vez más, sin agotarlas, por lo tanto, la fuerza, la energía y el poder, la inteligencia y la sabiduría, además del gozo, el amor y la alegría del fondo real de nuestro Ser que todo eso lo contiene, lo que hemos constatado y día a día experimentamos, es la existencia de un hiato que distancia o separa nuestra realidad actual de lo que todo aquel potencial augura, de forma que, en este sentido, nos vemos con frecuencia como “dioses caídos” y, hasta cierto punto angustiados en la horizontalidad de la no realización. Queremos, pero la cruda realidad nos muestra que no podemos ir más allá de lo que nuestros esfuerzos nos permiten. Y ahí es, entonces, donde las energía angélicas adquieren, dentro del orden del cosmos un papel específico y un sentido máximos. Pedirles su ayuda es lo que esperan y toca.

            Y lo mismo ocurre en el orden de la naturaleza. Toda ella está, creada, animada y sostenida a través del poder, el amor y la sabiduría divina, con sus leyes, con sus fuerzas, con sus estructuras y con sus patrones de conservación, reproducción, etc. La forma en que la Conciencia-Fuerza-Energía está allí presente es, como no podía ser menos, a través del alma de las cosas, sin cuya existencia se desintegrarían para transformarse en nuevas formas distintas de conciencia-energía. Dicha alma tiene su expresión en los espíritus elementales o ángeles de la naturaleza a los que nos referimos arriba, espíritus a los que la imaginación popular ha especificado en personajillos simpáticos, pero que hacen referencia real a presencias sutiles que sólo los videntes alcanzan a ver, aunque también nuestra intuición y sentir presienten. Este el orden lógico del mundo, que se nos desvela cuando los prejuicios del materialismo paticorto no se interpone en nuestro mirar. Si caemos en la cuenta, y la física cuántica ya lo ha hecho, de que primero es el Espíritu-Conciencia y de que el resto proviene de su voluntad y su mirada, esto que decimos se vuelve natural y evidente, y se descubre que detrás de una célula, de una flor, de un pez, de un árbol, del sol  o de una montaña, lo que está palpitando es precisamente eso, el espíritu-pensamiento de cada cosa, el ángel, el alma particular de la naturaleza que los sostiene.¡Es tan fácil de entender!

LOS ÁNGELES



       
 Se ha hablado y escrito mucho sobre ellos. Aparecen en  el Antiguo y Nuevo Testamento, así como en casi todas las religiones del mundo, en los panteones griegos, donde se incluían dioses alados, como Hermes y Eros, que eran mensajeros entre los dioses del Olimpo y los dioses menores de la Tierra, también se encuentran en las antiguas culturas de Egipto, Babilonia, y Persia, que contaban con ángeles, a veces llamados “dioses, o en la tradición védica de la India, donde hallamos, reflejados en la riquísima iconografía de sus templos, una considerable multitud de ángeles, genios, demonios y ninfas rodeando a dioses y diosas. Y en los romanos, que fueron los primeros que en Occidente pintaron ángeles con alas, también en Patanjali, contemporáneo de Platón y autor de los famosos Yoga Sutras, quien explicó la manera de entrar en contacto con ellos; el mismo Zoroastro, llamado también Zaratrusta (628-551 a.Cto.) describió detalladamente en su Avesta sus muchos encuentros con ángeles, y en el Corán se citan a menudo los ángeles y arcángeles, sin olvidar a Dionisio el Areopagita, que es la máxima autoridad en materia de angelología cristiana, además de, por supuesto, Sto. Tomás de Aquino. Una lista, que, como se ve, se podría alargar muchísimo, y que es un buen indicativo a la hora de valorar la realidad e influencia de los ángeles en la historia de la humanidad.

            Creo y siento que los ángeles existen, como una realidad inmensamente entrañable y bella; así que, cuando me paro y fijo la atención en ellos los entiendo y percibo como emanaciones puras de Dios, de Lo Divino; por eso, precisamente, son presencias que nos envuelven, que nos acompañan y que nos conectan, -si nos abrimos a ellas-, con los niveles superiores del alma; de modo, pues, que, al entrar en contacto con ellos experimentamos y vivimos, sobre todo, el gozo y el amor, la alegría profunda de lo sagrado en nosotros, en nuestro corazón. Por eso, se dice de ellos que son los “mensajeros” –, que es lo que significa aggellos-, porque nos traen la presencia de lo divino y porque nos ponen en comunicación con ella. Como la voz de Dios, los ángeles hablan a través de nuestro ser, como la presencia de Dios están presentes como nuestro ser, como la compañía de Dios nos acompañan como nuestro ser. Pero no sólo eso, sino que también son particularizaciones externas y reales, criaturas, formas luminosas  de la alegría, el amor y el poder divino, seres de luz, los cuales, como el ángel Gabriel, Rafael, Miguel, etc…, representan cada uno un aspecto arquetípico del ser divino: guardián, defensor, poder de realización, amor sin reservas, etc.

A través de ellos, nuestro poder se extiende y se prolonga más allá de nosotros mismos, allí donde no podemos aún llegar y para lo que nuestras fuerzas están limitadas, porque los ángeles están y han sido creados dentro del orden cósmico para eso, y, en ese sentido, son intermediarios, instrumentos y puente del poder de Lo Real divino y nosotros. Por eso, son energías que están siempre, si las solicitamos, amorosamente disponibles y a nuestro servicio, pero no para la realización de caprichos egoístas o no alineados con el amor y la conciencia, sino sólo  para aquello que va en el sentido de nuestro crecimiento y desarrollo como almas en evolución. Así ha ocurrido y ocurre en los miles y miles de casos que nos hablan de ayudas, incompresibles con nuestros medios, de resolución de problemas y conflictos en los que ellos han sido los verdaderos protagonistas. Los ángeles no merman nuestro poder sino que nos lo muestran, al poner ante nuestros ojos, y para que lo reconozcamos, nuestro potencial.

viernes, 1 de noviembre de 2013

NOSOTROS Y LOS QUE “MURIERON”




Añoramos nuestro origen, y marchamos, por eso, hacia un presentido lugar que sólo tanteamos a golpes de intuición. A ese lugar le hemos llamado de muchas maneras: cielo es una de ellas, y representa ese plano de existencia en donde se experimenta la realidad superior y gozosa del alma, sin peso ni carga alguna negativa del pasado. Esta es una verdad que nos atrae hacia sí y que vemos surgir desde el silencio de nuestro más profundo y auténtico sentir, una verdad que nos abre las puertas interiores del alma hacia mundos “lejanos” donde realidades mucho más sutiles que esta del mundo físico parecen hablarnos y aguardarnos. Creemos en ello, a pesar de que nuestros toscos sentidos la ignoren, ciegos como están ante todo esto, y lo hacemos no de forma gratuita sino atendiendo a percepciones sutiles que nos vienen del mundo de nuestra mente y también de más allá de ella. Como creemos, también, en el mundo o realidad astral, en un plano más bajo a nivel vibratorio, al que accedemos inmediatamente después que abandonamos el cuerpo físico.

Quienes nos precedieron en la Tierra, -nos referimos a los que no están ahora encarnados-, habitan esos mundos; esto es lo que les ocurre, por lo tanto, a nuestros familiares y amigos, a tantos y tantos seres humanos que ya no están aquí, pero que prosiguen su propio camino evolutivo desde y en otros planos, como el astral, el mental y, si más evolucionados, en mundos superiores, como el de conocimiento, o el de bienaventuranza. Pretender ligar la existencia de estos seres a la nuestra, sobre todo a nivel emocional, aparte de que no es beneficioso para nosotros ni para ellos, va en contra del desarrollo y la evolución del alma. Nadie pertenece a nadie y nadie se puede apropiar el destino de nadie y menos en nombre de un parentesco circunstancial. Quienes fueron, por ejemplo, nuestros padres ya soltaron su “papel”, ya realizaron su tarea y se hallan en un nuevo empeño, como a cada uno de nosotros nos ha ocurrido y pasará a lo largo de tantas y tantas vidas como viviremos. Atarnos emocionalmente a nuestros seres queridos no ayuda al crecimiento, no es, por lo tanto, ni bueno, ni aconsejable sino un retraso y un obstáculo a superar.

Cosa diferente es guardar o manifestar sentimientos amorosos y de positividad hacia ellos, sumando nuestras energías de aliento, gozo, apoyo y confianza hacia quienes en su nueva y más sutil existencia prosiguen su camino hacia el reencuentro con su ser divino, hacia su realización como dioses y diosas que potencialmente todos somos. Esto sí que es importante y beneficioso, para nosotros y para ellos, pues potencia a nivel de conciencia los lazos profundos de unidad en el ser divino que compartimos y somos. Focalizar, entonces, nuestra atención en el recuerdo de quienes compartieron un trecho de su extensa vida con nosotros, proyectándoles nuestro amor, eso sí que agranda nuestro amor y hace, a su vez, que ellos resuenen, por la comunión que a todos nos une, especialmente a los de igual o semejante vibración, también con el suyo, no importa que identifiquen o no la procedencia del estímulo que les llega, pero sí el efecto.

Esto nos ayuda a liberarnos, a crecer y a desarrollar lo más importante de nuestra evolución: la conciencia y el amor. Porque, cada cual ya tenemos nuestras tareas para aprender y desarrollar, lo mismo en los planos del alma, que nos llevan de continuo a proyectar, crear, realizar y vivir con mayor intensidad, gozo, entrega y libertad de la que logramos alcanzar en la Tierra con nuestros cuerpos físicos. A esos seres tan vivos, y no “muertos”, tan ocupados, es a quienes les ofrecemos y de quienes recibimos el amor.

domingo, 27 de octubre de 2013

EL MIEDO AL MÁS ALLÁ POR DESCONOCIDO (I) EL PLAN YA EN LA TIERRA




Como dice Huston Smith en el prólogo al libro de Stanislav Grof “El viaje definitivo”: “si aunque fuera intelectualmente –cognitivamente, cerebralmente-, estuviéramos convencidos de que a la muerte le sigue el renacimiento, este podría ser el inicio de un largo camino hacia nada menos que la curación de nuestras vidas. Porque el miedo es la enfermedad de la vida. Lo sabemos por Carl Jung, que nunca tuvo un paciente de más de cuarenta años cuyo problema no estuviera enraizado en su miedo a la cercana muerte”. Este miedo es una fuente de ansiedad, consecuencia de distintas causas como: tener que enfrentar un hipotético sufrimiento, pensar en la posible disolución en la nada, posibilidad de alguna clase de castigo, entrar en un terreno inhóspito y, por supuesto, sin descartar estas cosas, afrontar lo desconocido.

¿Qué es aquello que podemos encontrar después de pasar por el tránsito de la muerte? El olvido, o el no saber sobre algo que, al parecer, yo sí lo creo, hemos vivido ya muchas veces, es tan grande que nos lleva, casi necesariamente, a ese temor. Temor, pues, lógico, como también lo es, como consecuencia, el que se pueda paliar e, incluso, eliminar a través del conocimiento y la información. Nadie, sobre todo en occidente, o muy pocos, se han ocupado de orientar, ofrecer mapas en este sentido, recoger y compartir vislumbres de lo que es o puede ser el plan que nos aguarda. Hoy las cosas están empezando a cambiar (Michael Newton, François Brune, datos recogidos de E.C.M., canalizaciones, y otras fuentes diversas están contribuyendo a ello).

Para quien crea y piense que la Vida Una, o vida divina si se le quier llamar así, es inteligente, sabia, ordenada, armónica, con sentido y amorosa, no le resultará  difícil descubrir que hay una lógica perfecta dirigiendo la existencia: la terrena y en todos los planos. La hay en la Tierra y la hay y habrá cuando dejemos nuestro cuerpo físico. De momento, nos tenemos que dejar guiar, básicamente, por la fe, la intuición y ciertos testimonios. Mirar a otro lado retrasa la solución a nuestras ansiedades; no es bueno. Mi apreciación es, por supuesto, provisional, parte del hecho de que comprender en profundidad el Plan en la Tierra nos da las pautas para entender y vislumbrar “la vida de después”. Sé que la existencia aquí responde al plan evolutivo del alma. Este nos coloca a cada uno en niveles de conciencia que nos distribuye en estratos, más interna que externamente, escalonadamente: los más ligados a la animalidad e instintos primitivos y primarios en un extremo, en el otro los más evolucionados, los visionarios, místicos y sabios; entre medio una amplia gama de manifestaciones: los muy pegados a la horizontalidad, a la tierra, la vida aquí como lo único y, sobre todo, los del comamos y bebamos que mañana moriremos, luego los prácticos, después los altruistas, los inventores y creadores, administradores, políticos, los científicos, religiosos, militares, poetas, artistas, filósofos… No pretendo ahora exhaustividad, sólo indico y señalo.

En toda esa manifestación existen unas flechas de desarrollo interrelacionadas, que se equilibran según crecemos. Van de menor a mayor conciencia, de menor a más racionalidad, de menos a más intuición, de menos a más amor, de menos a más inteligencia, de menos a mayor voluntad consciente para la acción, de menor a mayor creatividad, de menor a mayor autonomía, independencia y libertad, de menor a mayor gozo y alegría conscientes, de menor a mayor sentido de nuestro ser interior, totalidad, expansión y trascendencia. Pero esto no tiene cortes, la vida y la conciencia no lo tienen, continúa, y, por supuesto, al cambiar de plano, en el nuevo nacimiento al “más allá”.

miércoles, 16 de octubre de 2013

EL EGO, EL CAMINO, LAS CIRCUNSTANCIAS



EL CAMINO Y LAS CIRCUSNTANCIAS

Todo indica que estamos aquí para aprender, crecer y crear, resulta bastante obvio cuando uno ve el mecanismo por el cual nuestra vida se despliega. Pero quizás nos falte creer con convencimiento que esto es así, ya que, entonces, tomaríamos las dificultades y los problemas como verdaderas oportunidades para lograr esos fines. Cuando la queja, la protesta o incluso la ira frente a lo que en determinados momentos tenemos o nos toca vivir, son tan grandes que acallan toda posible reflexión sobre el sentido de lo que se experimenta, el sufrimiento aumenta, nuestra responsabilidad se evita y el aprendizaje se retarda. Lo cierto, es que las circunstancias, en contra de lo que a veces se cree, son justamente los peldaños sobre los que nos podemos apoyar para subir más y más altos en nuestro desarrollo y seguir el camino de la evolución.

Antonio Blay Foncuberta que sabía mucho de todo esto lo expresaba con estas palabras: “Es muy importante ver con certeza que esto es así porque nuestra vida está construida sobre una creencia totalmente distinta. Nuestra vida está construida sobre la creencia adquirida de que son las circunstancias y las personas que me rodean las que hacen que yo sea feliz o desgraciado. Estamos viviendo bajo esa convicción y por ello culpabilizamos a los demás. En cambio, si uno llega a ver con claridad que nada del exterior puede suplir lo que es la actualización de uno mismo, si verdaderamente se ve claro, esto marcará un cambio radical en la actitud que se tiene ante nosotros mismos y ante la vida.

Mientras que no tomamos clara conciencia de que quien determina lo que ha de ser nuestra vida somos nosotros mismos y de que la responsabilidad sobre el modo de experimentar nuestro vivir es algo que nos compete asumir a cada cual, en ese caso, somos verdaderas marionetas del exterior, eternos y dependientes niños clamando al papá/mamá estado, iglesia, partido, jefe, pareja, amistad, etc., para que nos resuelvan lo que sólo a nosotros nos toca resolver si es que queremos crecer. El filósofo y ensayista Ortega y Gasset lo explicaba muy bien cuando afirmaba que: “No somos dispersados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos”.

Las circunstancias forman parte esencial de nuestro camino, sin ellas no existiría este, ni el sentido. Es verdad que, cada cual, se ha de enfrentar a las suyas para realizar su propósito y andar su propio camino; porque como decía, y bien, el poeta León Felipe:

“Nadie fue ayer
                         Ni va hoy
                         Ni irá mañana
                         Hacia Dios
                         Por este mismo camino
                         Que voy yo.
                         Para cada hombre
                         Guarda un rayo nuevo de luz
                         El sol
                         Y un camino virgen
                         Dios”
LA INFLACIÓN DEL EGO ESPIRITUAL

            Entre los muchos egos detrás de los cuales nos escondemos para protegernos, defendernos y sentirnos, así, más artificialmente seguros, fuertes, poderosos o importantes, el que se sirve de la pose espiritual es, tal vez, uno de los peores, puesto que, con el autoengaño al que nos cogemos, dinamitamos la raíz de nuestro crecimiento real, a la  vez que puede confundir y perjudicar a otros. Por eso, es tan importante que seamos honrados con nosotros mismos y reales con nuestro sentir.

Saber conjugar la verdadera autoestima, que nos invita a reconocer constantemente nuestros valores y a ejercitarlos, con la humildad de quien reconoce que nunca nadie es más que nadie, es un arte al que todos estamos llamados. Una buena manera de alejar de nosotros el riesgo de caer en el orgullo o la vanidad espiritual, es la de ejercitar el hábito de alegrarnos sinceramente de todo el bien, progreso y felicidad de los demás. Tratar de crecer es muy importante, querer ser más que otros es un serio problema, además de un peligro y un riesgo para el amante de la verdadera espiritualidad. Las palabras de la santa hindú Amma, que a continuación reproducimos, son profundamente esclarecedoras y, a la vez, un fuerte aldabonazo en las conciencias de todo auténtico buscador. Creo que son muy importantes:
           
“..El simple hecho de pensar: “Soy espiritual, soy un ser espiritualmente avanzo o soy abnegado”, puede suponer un gran impedimento en vuestro progreso espiritual…Tal vez te consideres superior a todos aquellos que ves como mundanos. Si te dejas atrapar por tales pensamientos, estás demostrando únicamente tu inmadurez…El ego sutil es mucho más poderoso y difícil de eliminar que cualquier otro…La humildad es la verdadera meta de la vida espiritual, y es también el único camino hacia Dios… Por desgracia, puede ocurrir que un aspirante espiritual aprenda a ocultar su ego y finja una gran humildad. Se esfuerza en no mostrar su ego, porque sabe que esa actitud no está bien en un buscador espiritual y los demás lo rechazarían…

Tu avance espiritual será valorado según la humildad, generosidad y sabiduría que manifiestes…Pero ¿qué pasa si aprendes hábilmente  a ocultar tu ego y finges ser un yogui?. La gente sufrirá una gran desilusión, pues esto equivale a un fraude…Aquellos que llevan la máscara de seres espiritualmente avanzados no saben el daño terrible que están causando. Confunden a otros, al tiempo que se están labrando su propia destrucción…La gente les suele decir “¡qué grande eres y qué inteligente!¡qué discurso más maravilloso!¡qué magnifica presencia!”…Con estas alabanzas y reconocimientos empieza a considerar que es muy importante”  (Del libro “¡Despertad hijos!”, Vol. VII, pag. 177, publicado por Mata Amritanandamayi Mission Trust).

Toda inflación del ego, lo único que al final expresa es una forma más de materialismo, en este caso de “materialismo espiritual”, tan dañino y perjudicial cuando uno se petrifica en él como lo pueda ser el materialismo ateo. En la medida en que uno más cree, siente y se abre al Espíritu menos egoísta es. Muchas veces el sufrimiento, cuando se presenta, es uno de los mejores antídotos que nos desinfla el globo de la vanidad; amarnos de verdad como resultado de la conexión con nuestra alegría y amor interior también; intentar sacar y desarrollar constantemente nuestro potencial interior lo mismo. La verdadera autoestima nunca se engríe ni humilla a nadie, es fuente de amor.

lunes, 14 de octubre de 2013

LO QUE LOS DEMÁS SON PARA NOSOTROS



  

La idea que tenemos de los demás es paralela a la idea que tenemos de nosotros mismos; los otros representan a nuestros propios yoes, con la ventaja de tenerlos delante para podernos ver mejor. Nuestra forma de mirarlos y tratarlos señala la forma en que nos miramos  y tratamos a nosotros mismos, ellos nos indican cuan elevada está nuestra capacidad de amar y amarnos, de perdonar y perdonarnos, pues todo lo que a través de ellos volcamos a nosotros mismos lo hacemos, aunque no nos demos cuenta ni pensemos que nos afecta. Cada hombre y cada mujer es la parte de nosotros “fuera” representando uno más de los infinitos papeles que la vida nos asigna.

Si Dios es Uno, y si la conciencia es indivisible, lo que se deduce es que nada ni nadie se halla separado de otro. Todos estamos en Todo y el Todo está en cada uno, como ocurre con un holograma en donde no existe parte alguna que no refleje la totalidad del conjunto, esta es nuestra verdadera esencia, y en ello reside la mística unión de todos los seres, independientemente de su raza, religión, cultura, sexo, tradición, pensamientos y mundo al que pertenecen. Aquello que no somos nos separa, pero en lo que somos nos reconocemos. El olvido de lo que somos nos conduce también al olvido de lo que son los otros. El cristiano contemplativo Thomas Merton cuando despertó a su esencia, a su ser, describió cómo se transformó su propia visión de los demás, y lo describió así: “Fue entonces como si de pronto viese la belleza secreta de sus corazones, las profundidades a donde no llegan el deseo ni el pecado, la persona que se es a los ojos de Dios. Si tan sólo pudieran verse tal cual son, si tan sólo pudiéramos vernos unos a otros de esa manera, no habría razón de ser de la guerra, el odio, la crueldad. Nos postraríamos para adorarnos unos a otros”.

           Normalmente encontramos en los otros lo que acostumbramos a ver en nosotros mismos; así es como los convertimos en las personas que confirman nuestros miedos o que son una proyección de nuestros deseos y necesidades, tal vez nos señalan nuestro ideal o, por el contrario, aquella parte de nosotros, la sombra, que nos negamos a reconocer y aceptar. Por una razón o por otra, lo que todo esto señala es que las relaciones que establecemos unos con otros son de ego  a ego, siendo muy extrañas e infrecuentes las que van de ser a ser. Como en el famosos cuento oriental, allá  a donde nos dirijamos para vivir, o buscando con quien relacionarnos, siempre encontraremos aquello mismo que experimentamos en nuestro lugar de procedencia, pues llevamos siempre con nosotros el fardo de los hábitos, prejuicios, miedos, esperanzas e ideales que definirán y colorearán después nuestros encuentros.

            Al transformarnos, nuestras relaciones cambian. Dice el filósofo, psiquiatra y antropólogo Roger Walsh “cuando el ojo del alma empieza a reconocer lo sagrado en todas las cosas, despierta también a la visión de lo sagrado en todas las personas. Allí donde antes veía desconocidos o competidores, puede ver ahora budas o hijos de Dios. …En lugar de sospecha y miedo, aparecen sentimientos como  amor y apertura. Si vemos gente que disfruta de buena fortuna y alegría, sentimos una felicidad natural porque ellos son felices” (Roger Walsh, “Espiritualidad esencial”, edit. Alamah, pag.286). Así que, no hay otro método ni técnica mejor, si lo que queremos es mejorar nuestras relaciones, que cambiar la visión que tenemos de nosotros mismos, porque nuestra pareja, amigos, familiares, vecinos y conocidos, también los llamados extraños, son el perfecto espejo que nos muestra exactamente el grado de nuestro desarrollo.

LO EXTERNO Y EL "ORDEN IMPLICADO"




 El peso y el valor que el mundo de las formas tiene entre nosotros es muy grande, tanto como para nutrir grandes empresas de publicidad, inmensos negocios e industrias varias. La juventud, la eficiencia, la utilidad, la fuerza, la competitividad y el rendimiento al servicio de intereses, sobre todo económicos, están a la orden del día. Y todo lo que alimenta de un modo u otro nuestros sentidos físicos: vista, oído, gusto, tacto y olfato es, desde muchos ángulos, potenciado, ensalzado y alentado. Todo esto ha dado lugar a que se levanten entre nosotros grandes muros de separación, enfrentamiento y discriminación, de modo que encumbramos un tipo de estética en detrimento de la que no sigue sus pasos, una clase social frente a otra, lo nuevo y joven frente a lo que ya no lo es, los que se considera importantes frente a los que no los son, una raza contra otra, etc. En este sentido, llama poderosamente la atención lo bien que son acogidos socialmente los bebés y los niños pequeños, que con su ternura, gracia y espontaneidad nos atraen y llenan de gozo, frente a la reacción bien distinta que por lo general provocan ancianos y gente mayor, a los que cierta tendencia se inclina a marginar con el pensamiento de que cuantos menos tratos y tiempo con ellos mejor.

¿Y todo esto por qué? La vida vivida en su inmediatez y sin mayor propósito que el de autosatisfacernos, alimentando nuestros egos en un mundo sin trascendencia ni profundidad, en que a las personas se les valora sobre todo por el tener y no por el ser, y donde no hay más sentido que el de la supervivencia, explicaría casi del todo lo que estamos diciendo. Frente a esto existe otra nueva visión, aquella que entiende la vida externa como el exponente o manifestación de un movimiento mucho más hondo o espiritual desde donde todo arranca, con un fin, una dirección, un orden y un propósito que se van desplegando y manifestando poco a poco. Pero esto no se puede percibir si nos habituamos a ver el mundo superficialmente, o si entendemos que la vida en general y las personas en particular constituyen piezas separadas moviéndose sin más ton ni son que el del azar o la fatalidad, y existen desconectadas de una totalidad mayor.

Todo es diferente, en cambio, cuando se empieza a ver la vida como la expresión de una intención consciente e interior, que no depende de los cambios, las formas o los movimientos externos sino que los crea y de ellos se sirve teniendo como objetivo la consecución de un plan, y cuando frente a lo caduco y la tendencia que se observa en la vida hacia cierta descomposición y decrepitud, lo que impera de verdad, aunque no la veamos, es una realidad maravillosa, la del ser y el alma como auténticos artífices de la vida; a ese principio es al que David Bohm, profesor de física teórica, se refería como al orden implicado, de lo que todo lo demás sería derivado, pues como él mismo dice: “estamos sugiriendo que es el orden implicado el que es autónomamente activo, mientras que, como indicamos antes, el orden explicado fluye de una ley del orden implicado, por lo que es secundario, derivado, y solamente apropiado dentro de ciertos límites concretos”(“La totalidad y el orden implicado”, Kairós, p. 258).

Uno cree que el mejor futuro de la humanidad pasa porque nos hagamos conscientes, lo antes posible, de esa dimensión “implicada”, la del Espíritu, la única que puede darnos sentido y sacarnos del pozo de ignorancia en el que nos encontramos, causante de tanto sufrimiento e injusticias. Si somos capaces de comprender que nuestra vida externa es tan sólo el despliegue de una inmensa aventura que estamos pilotando “desde el interior”,  veremos el mundo de manera totalmente nueva, y con sentido.

sábado, 12 de octubre de 2013

EL "CASCO DE DIOS"



La nueva espiritualidad, afirma que la conciencia no sólo no está circunscrita a nuestro cerebro, ni tampoco es una consecuencia del mismo, sino que ella es la causa y el origen de los procesos materiales. Para afirmar esto, prestigiosos científicos como Pim Van Lommel, por ejemplo, se basan en la contundencia de los estudios sobre experiencias cercanas a la muerte, los datos recientes de la investigación neurofisiológica y el aval de los conceptos de la física cuántica. En este sentido, ocurre que “durante la vida, la gente percibe con los sentidos, mientras el cerebro actúa como interfaz. En circunstancias anormales, una persona puede experimentar el aspecto infinito de la conciencia no local independientemente del cuerpo, lo que se llama continuidad de la conciencia, y percibir directamente a través de la conciencia en el espacio” (P. V. Lommel, “Consciencia, más allá de la vida”, Atalanta, p.317).

El psiquiatra José Miguel Gaona, investigador de las experiencias  cercanas a la muerte, ha ido evolucionando en los últimos años, desde el escepticismo a postulados que se acercan, cada vez más, a los del investigador estadounidense Raimond Moody, sobre todo a raíz del conocimiento de la experiencia cercana a la muerte del neurocirujano de Harvard Eben Alexander de quien dice que “después de conocerle, los conceptos de vida y muerte ya no son los mismos”. De esto deja plena constancia en su último libro “Al otro lado del túnel”. Hasta que se topó, con la existencia de un dispositivo, el “Casco de Dios” así llamado, que genera campos magnéticos en torno a la cabeza, y con el que trabaja Michael Persinger en una universidad canadiense, el cual, para los “negacionistas”, bien podría demostrar que las experiencias PES y las cercanas a la muerte eran un simple fruto de nuestra actividad cerebral. Como afirma Gaona en una actitud que le honra: “yo también pensé lo mismo y debo reconocer que me sentí decepcionado ante la posibilidad de que todo aquello en lo que justamente acababa de comenzar a creer y a estudiar pudiera derrumbarse con tanta facilidad”. Así que se fue a la universidad de Ontario en Canadá con la finalidad de experimentar él mismo.

La extensión de sus palabras la podemos encontrar en la revista “Mas allá”, nº296, año XXIV, entresacamos aquí lo que consideramos más significativo de la experiencia tal y como él mismo la relata: “entrecerré los ojos y unas bellas imágenes del lago contiguo a la universidad comenzaron a invadir mi mente…Una repentina sensación se apoderó de mi…Sí, así estaba, flotando por encima de mi cuerpo. Me veía desde arriba. Y era divertido. ¿pero cómo era posible que hubiese sobrepasado el techo de la habitación y siguiese viéndome? Justo enfrente de mí se encontraba el equipo y en la habitación aledaña podía observar la blanca cabellera del profesor Persinger…¡Esto funcionaba!...lo más llamativo comenzó a ser la fuerte sensación de que no me encontraba solo…otras presencias parecían coexistir rodeándome…Veía sin ojos y sentía sin cuerpo…oía sin sistema auditivo…sin ningún otro tipo de soporte vital que me acompañase…Te das cuenta de que estás integrado en la naturaleza y que es posible establecer comunión directa con Dios” Después de esta experiencia “mi ser ya no seguía siendo el mismo que hacía unas horas antes”.

Conclusión: “El telescopio Huble no pone las estrellas, sólo ayuda a verlas, lo mismo hace el Casco de Dios”. La conciencia es la única y verdadera protagonista.

lunes, 9 de septiembre de 2013

EL PROPÓSITO DE CADA ALMA AL NACER




            Hay algo que las personas no acabamos de valorar del todo: ¡nadie recuerda no haber sido!, en cambio todos recordamos nuestro pasado hasta que vemos como este se esfuma y diluye en el tiempo. Nadie tiene memoria ni atisbos de sí mismo como no ser, ni tampoco del momento en que nace a la existencia por primera vez, pero todos sabemos que existimos y de esto no nos cabe duda alguna; a partir de ahí se puede creer, como máximo, que hubo un tiempo en el que no fuimos y, si acaso, que habrá otro momento en el que dejaremos de existir, o no…

            Yo soy de los que piensan y sienten, desde un runrún inexplicable en la conciencia de mi, que tiene por “detrás” un pasado infinito con un futuro sin fin; y todo eso dentro de una existencia eterna e incluso más allá del tiempo y del espacio tal y como lo concebimos ahora desde nuestra conciencia ordinaria. Si no fuese así, el título de este apartado carecería de sentido. Nuestra alma es una con la vida y con la consciencia que la anima, y ambas, vida y consciencia, no tienen principio ni fin sino que en y desde su atemporalidad se expanden entrando en el tiempo-espacio a través de las infinitas almas-forma de la existencia. Lo que explica nuestro ser como individuos.

            Desde nuestra eternidad, pues, nos movemos, y a partir de ella existimos como seres individuales con historia, creando, experimentando, aprendiendo en infinidad de contextos a través de los cuales nos realizamos al desarrollar y poner en acto lo que “dentro” en nosotros existe como potencial infinito. Y para que esto se haga efectivo, nos hemos dado y dotado de un mecanismo maravilloso: el de la evolución del alma; de tal forma que nuestra existencia es una existencia en evolución, y, por lo tanto, dinámica, de extroversión, aprendizaje y maduración  constantes por dentro y por fuera, sin que eso suponga para nada, excepto en el pensar puntual de la mente, la separación del Fondo, del ser divino, de esa Matriz o Madre Divina completa en sí misma, y en plenitud constante “donde” siempre y en niveles intemporales y sutiles existimos.

            Por eso, nacer supone que estamos siguiendo un proceso, un camino, el trayecto del alma evolucionando desde el aparente no ser al ser, desde la inconsciencia a la consciencia, desde la sensación de muerte a la inmortalidad, desde la oscuridad a la luz, desde la ignorancia de nuestra verdadera identidad al despertar sabiéndonos como identidades divinas sabias y gozosas creadoras de nuevos mundos y realidades, de nuevas circunstancias y condiciones en las que experimentar y plasmar la vida divina. Pero esto se consigue paso a paso, como ocurre todo en la naturaleza en donde cualquier cambio viene precedido por infinitos y minúsculos movimientos, a veces imperceptibles, que lo prepararon y precedieron. En el caso del alma humana esos pasos previos suponen aprendizaje, transformación y superación, soltar lo viejo, caduco, denso y poco evolucionado para tomar lo nuevo, más acorde con la riqueza de nuestro ser, que nos llama continuamente a la creación de experiencias superiores de existencia.

            Pero esto no se puede realizar en una sola vida con las características de temporalidad limitada que hoy tienen nuestros cuerpos físicos, y por esta razón nos traemos cada vez al nacer determinadas y limitadas tareas, algunas de ellas muy concretas, otras más abiertas, y todas siempre en función de nuestras necesidades, nivel de aprendizaje, asuntos pendientes de la vida anterior, voluntad y tendencia hacia específicos fines a los que kármicamente nos hallamos unidos, etc. Todas estas cosas son las que configuran lo que hemos definido como  el propósito de cada alma al nacer.



jueves, 5 de septiembre de 2013

ORIGEN DE LA MATERIA Y DE LA VIDA

Los cosmólogos, físicos y químicos tienen su máximo empeño centrado en este objetivo: se esmeran con insistente y meticuloso esfuerzo por encontrar el ladrillo básico y fundamental de la materia, buscando así aquel tipo de partícula que se pueda, por fin, presentar como el sustrato primigenio de la misma, de ese modo es como han conseguido aislar decenas de partículas y subpartículas elementales; pero esto no ha sido todo sino que en su indagación han descubierto también que la pretendida materia se les deshacía entre las manos al constatar que esta de sólida no tenía nada sino que, en contra de lo que se había creído, se sostiene en un mar de vacío, el “vacío cuántico” o “campo cero” como le llaman algunos, de donde brotan, aparecen y desaparecen, impulsos o “chispazos” de energía que por condensación dan lugar a  los primeros indicios firmes de materia.

            El origen, pues, de la materia no sería, por lo tanto, ni mucho menos, material pero sí real y no sería otro que el fundamento de todo cuanto existe, para lo que ya algunos físicos, Ervin Laszlo, por ejemplo, y otros se han aventurado a ponerle nombre, además de los ya citados –vacío cuántico y campo cero-,  como los de “campo akásico” o “matriz divina” (Gregg Braden), términos que en su significado concuerdan y encajan con bastante exactitud en lo que tradiciones milenarias han definido como “Consciencia”, Espíritu, “Dios”, “Tao” u otros nombres de contenido semejante.

Tanto son así las cosas, que podríamos decir con bastante precisión que el origen de la materia es absolutamente espiritual, y que la pretendida separación entre materia y espíritu no es tal sino que existe una continuidad absoluta entre ambos, o, dicho con otras palabras, que eso tan aparentemente compacto como es lo material es el resultado de la condensación del espíritu, igual como este es la expresión de la sutilización o espiritualización de la materia. El paleontólogo, filósofo y místico Teilhard de Chardin es uno de los más grandes exponentes a la hora de fundamentar y explicar lo que estamos señalando, Aurobindo, sabio hindú, lo razonaba en términos muy parecidos.

            ¿Y el origen de la vida, cual es?, o ¿cuándo y en base a qué surge esta? Aquí se podría decir casi lo mismo a lo expresado respecto al origen de la materia. La vida no surge por primera vez en algo, un vegetal por ejemplo, de lo que de forma taxativa se pueda decir que es el primer ser vivo y antes de él la vida no existía., porque no es así como se dan y ocurren las cosas en la naturaleza. Hay un proceso evolutivo rigiéndolo todo, y en ese proceso, por lo que se puede intuir y poco a poco demostrar y ver, se contienen desde el inicio las características, potencialidades y cualidades de lo que después veremos surgir, primero como la pre-materia, luego la materia en el mundo mineral, después la pre-vida y al final, de forma más que evidente, la vida localizada como es el caso de los vegetales, y así de forma ascendente hasta el ser humano.

            Pero la vida no es tal o cual ser vivo, tal o cual planta, ese o aquel animal. La vida siempre estuvo y siempre fue antes del nacimiento de cualquier forma, como el espíritu del que surgió la materia. En realidad, ambos, vida y espíritu, son palabras que se corresponden. Ellos no tienen origen, en cambio son el Fondo del que surgen los reinos mineral, vegetal, animal y humano, también mundos y universos

EL ALMA DE LAS COSAS




El materialismo, que siempre basó el valor de sus apreciaciones en el testimonio ofrecido por los cinco sentidos como garantía de verdad y realidad, cada vez más y como resultado de los avances de la nueva ciencia (Einstein, Planck, Schrödinger, Laszlo, Pribram, Sheldrake, Bohm, Gostwami, etc…) y de los muchos testimonios que tienen que ver con la expansión de conciencia (experiencias cercanas a la muerte, telepatía, desdoblamiento astral, etc.) empieza a resultar una especie de ejército derrotado y en retirada. El fundamento de la materia es menos material de lo que se creía y todo apunta a que un nivel previo de realidad, le podemos llamar  espíritu, es su verdadero motor, origen y sentido, de modo que sin su existencia, voluntad y sustento la materia se desintegra, como es muy evidente y notorio en los cuerpos cuya vida ha dejó de estar presente en ellos.

            Esa instancia “anterior”, espiritual o cuántica por llamarla en términos más actuales, constituye, pues, el  “alma” de las cosas, aquello que las anima, la verdadera realidad, de la que la otra, la captada por los sentidos físicos, la material, vendría a ser, ni más ni menos, que su contraparte externa, algo así como su doble, la réplica condensada que le permitiría funcionar, ser captada y localizada en el mundo físico. La verdadera alma de las cosas es la consciencia y el pensamiento que las anima, lo cual vale tanto para los niveles materiales, como en el caso de un objeto construido por el ser humano, una mesa, por ejemplo, como para un hombre o una mujer. Un pensamiento ha dado lugar a esa mesa, ese pensamiento es su alma, muy elemental, pero así es. Todas las cosas tienen un alma: un átomo tiene alma, una piedra también, una hoja, un pájaro y, cómo no, un ser humano. Esa alma-consciencia es lo que les ha traído a la existencia, ella es su verdadero origen y el fundamento de todo acto creador como así lo han demostrado los físicos cuánticos: sin que la consciencia se fije en ellas, las cosas no se hacen presentes, no surgen ni vienen a la realidad, no existen sino que permanecen en el mundo de lo potencial.

            El alma de las cosas, de todos los seres, y, por supuesto, del ser humano no se encuentra en el ámbito de los cinco sentidos físicos porque no es algo material, pero en cambio sí que existe en otro nivel y tipo de existencia de la que la externa que vemos con los ojos y tocamos con las manos es su plasmación más densa. El mundo cuántico es muy real, tanto que hoy sin él no se podría explicar casi nada, pero antes se desconocía aunque no por ello dejaba de estar presente ejerciendo su función, ¡menos mal!, y lo mismo ocurre con el alma. Tratarla de comprender con los instrumentos y el modo de ser y funcionar del estrato “cuerpo-mente racional-materia” es muy difícil si no imposible, aunque la intuición, ciertas experiencias internas y el hecho definitivo de que “eso” lo somos nos permite crear el puente de conexión y presentir-tocar de algún modo su realidad. Todo depende de nuestra mayor o menor apertura y también de la sensibilidad interior que tengamos.

            El ser de las cosas, su alma, es más real que cualquier apariencia y de hecho, si nos fijamos bien, hasta es posible que comprendamos y percibamos que “nadamos y estamos sumergidos” en un mar de seres espirituales, dentro de una realidad infinitamente “animada” por sus almas, también las nuestras, en donde las fronteras de los cuerpos físico ya no existen y la conexión entre unos y otros es total. Sólo la evolución de cada alma nos coloca a unos y a otros en campos vibratorios diferentes

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA RELACIÓN DE PAREJA

Existen modos privilegiados de encuentro entre los seres humanos que por su calidad e intensidad se convierten en verdaderos templos sagrados para la relación. Sus características hacen de ellos centros de crecimiento y desarrollo especialmente intensos y completos. Este es el caso de la relación que se da en la pareja humana, en la que dos personas se comprometen, atraídas por su amor, para crecer, desarrollarse, evolucionar y vivir juntas, haciendo  de esto una tarea común y con sentido.

Lo que cada cual haga y experimente, proyecte y viva en o desde su pareja depende de la creatividad, el empuje, la dinámica, el empeño y la decisión que quiera y esté dispuesto a invertir en ella. No está hecha una pareja, en realidad es un pretexto que el universo pone en nuestras manos para que la hagamos, tampoco existe un modelo, lo tenemos que desarrollar, y ni siquiera es un estado sino que se parece y mucho a un río que en su discurrir es vivo, en movimiento continuo, renovable constantemente. Mala cosa si se convierte en una momia, un fósil o en un baúl de los recuerdos. Pero de eso no estamos hablando aquí.

Normalmente, la pareja con sentido tiene en su corazón mucho de misterio, ya que en sus raíces se alimenta de impulsos, voluntades y compromisos tan profundos y lejanos que arraigan en nuestras vidas anteriores, y, en concreto, en parte de los proyectos que uno se trajo al nacer. Asumir esto le imprime más claridad, dimensión y sentido, aportándonos comprensiones que de otro modo nos costaría mucho encontrar. De este modo, en cambio, podemos observar al contemplarla con detenimiento todo un tapiz de movimientos desplegando temas y guiones, argumentos e historias tendentes, siguiendo un trazo perfecto, a completar aspectos de nuestro crecimiento que, o bien quedaron pendientes, o que simplemente se quieren conquistar.

La casualidad no existe, tampoco, por lo tanto, en la relación de pareja que estamos describiendo; descubrir su sentido, el propósito que ha unido a dos personas en un proyecto común y entender el tipo de dificultades a superar y los escollos a integrar, sólo se consiguen tras desarrollar la autocomprensión y el discernimiento sobre uno mismo. A más conocimiento interior mejor posibilidad para entender el por qué de nuestra pareja, lo que ella nos aporta y posibilita, y el camino que con ella recorremos. La ceguera como el no querer ver son el peor enemigo para cualquier caminante y la garantía de que así no se llega a destino alguno. La dimensión, el valor y el sentido definitivo de nuestra tarea lo va marcando la profundidad, la calidad y la luminosidad de nuestra mirada. Podemos ver mucho o no ver nada de nuestra relación, esto pasa.

No es un conglomerado ni una amalgama amorfa la pareja a la que aquí nos referimos. Su proyección e impronta en nuestra evolución la marca el compromiso real que cada uno de sus miembros tiene consigo mismo, su voluntad real de crecer y de ser individualmente; es decir, con la pareja pero, aunque sea una paradoja, como si esta no existiera. Individuos maduros, responsables y con sentido son los que hacen que esta relación sea productiva, viva, luminosa y feliz. Delegar o proyectar la responsabilidad de nuestra realización en el otro es siempre un error. Nada ni nadie puede jamás sustituir el trabajo personal que cada uno tiene que realizar. Más aún, la verdadera relación de pareja se empieza a experimentar cuando las dos personas que la integran han comprendido y asumido con entera responsabilidad el propósito de sus propias vidas.